/ miércoles 25 de abril de 2018

A favor de una nueva Amnistía

Un prominente economista llamado Mahbub Ul Haq decía que las ideas tienen un proceso de asimilación que empieza comúnmente con un rechazo casi generalizado, seguido de una paulatinamente asimilación, hasta que finalmente terminan por aceptarse. Este proceso puede extenderse por mucho tiempo e incluso tener fases destructivas, hasta que las ideas fuertes logran su propósito transformador.


Me parece que las críticas en torno a la propuesta de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respecto a la amnistía, están ubicadas justamente en la primera fase: rechazo casi generalizado por lo disonante o estridente de la idea.


La amnistía no es una idea ni una figura jurídica desconocida en México. La primera Ley de Amnistía (1978) tenía como propósito hacer justicia a quienes fueron víctimas del periodo de guerra sucia que, de acuerdo con cifras (oficiales) de la PGR afectó a 480 personas que desaparecieron de manera forzada en 17 entidades de la república, estando involucrados elementos del Ejército mexicano, en el 62% de los casos (El Universal, 18 de mayo de 2015).


La segunda Ley de Amnistía (1994) se aprobó para coadyuvar con el proceso de concordia y pacificación en Chiapas. Y una reciente e importante experiencia de amnistía, es la que surgió antier en la ALDF la cual deja de criminalizar a quienes fueron detenidos y encarcelados por participar en las manifestaciones y marchas desarrolladas entre diciembre de 2012 y 2015.


Ahora bien, lo que no han dicho todos los críticos ni los principales medios de comunicación, es que AMLO también dijo: “Si es necesario vamos a convocar a un diálogo para que se otorgue amnistía siempre y cuando se cuente con el apoyo de las familias de las víctimas y no descartar el perdón. En la izquierda siempre se dice que ni perdón ni olvido, pero yo no coincido, olvido no, pero perdón sí, sobre todo si está de por medio la paz de un pueblo” (Sinembargo.mx, 22 de diciembre de 2017).


En redes sociales, circulan videos de especialistas que están a favor de la amnistía. Sin embargo, los argumentos tienen un sustento jurídico muy simplista y rayan en la obviedad: que el Congreso también participará porque es ley; que se definirá una población objetivo; y que los casos serán bien precisados. Todo eso no representa nada en mi opinión, cualquier estudiante de derecho con información mínima sobre métodos de interpretación jurídica, puede comprender y explicar, sin ser especialistas, estos argumentos supuestamente “a favor”.


Lo interesante de la amnistía no estriba en defenderla como algo no-autoritario, como parece que se han centrado sus defensores, sino en discutir su posible efectividad para alcanzar una paz sostenible y duradera, distinta a lo que se ha intentado hasta ahora.


Desde mi punto de vista, no existe una estrategia única que pueda de resolver los problemas de un país tan fragmentado por su desigualdad y abandono. En los últimos años, tanto a nivel federal como local, se pusieron en marcha programas con presupuestos multimillonarios para ofrecer seguridad con mejor equipamiento y capacitación de policías; acciones de coordinación con las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia; e incluso, para llevar a cabo actividades de prevención social de la violencia y la delincuencia a nivel nacional (como ocurrió con el Pronapred). Y a pesar de todo, no fue suficiente para reducir los índices delictivos ni la percepción de inseguridad.


La amnistía como idea, es una buena idea, pero creo que sólo sería una puerta que ineludiblemente nos llevaría a la discusión de temas más estructurales y dolorosos: la relación entre la delincuencia, el gobierno y la sociedad sobre la forma como se puede vivir en paz y honestamente en un país de elaboración, comercio, consumo y tránsito de drogas más importante en el mundo. Urge madurar políticamente y tomar una decisión colectiva a nivel nacional, debemos evitar que la gente siga pensando que las cosas se pondrán cada vez peor.

Un prominente economista llamado Mahbub Ul Haq decía que las ideas tienen un proceso de asimilación que empieza comúnmente con un rechazo casi generalizado, seguido de una paulatinamente asimilación, hasta que finalmente terminan por aceptarse. Este proceso puede extenderse por mucho tiempo e incluso tener fases destructivas, hasta que las ideas fuertes logran su propósito transformador.


Me parece que las críticas en torno a la propuesta de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respecto a la amnistía, están ubicadas justamente en la primera fase: rechazo casi generalizado por lo disonante o estridente de la idea.


La amnistía no es una idea ni una figura jurídica desconocida en México. La primera Ley de Amnistía (1978) tenía como propósito hacer justicia a quienes fueron víctimas del periodo de guerra sucia que, de acuerdo con cifras (oficiales) de la PGR afectó a 480 personas que desaparecieron de manera forzada en 17 entidades de la república, estando involucrados elementos del Ejército mexicano, en el 62% de los casos (El Universal, 18 de mayo de 2015).


La segunda Ley de Amnistía (1994) se aprobó para coadyuvar con el proceso de concordia y pacificación en Chiapas. Y una reciente e importante experiencia de amnistía, es la que surgió antier en la ALDF la cual deja de criminalizar a quienes fueron detenidos y encarcelados por participar en las manifestaciones y marchas desarrolladas entre diciembre de 2012 y 2015.


Ahora bien, lo que no han dicho todos los críticos ni los principales medios de comunicación, es que AMLO también dijo: “Si es necesario vamos a convocar a un diálogo para que se otorgue amnistía siempre y cuando se cuente con el apoyo de las familias de las víctimas y no descartar el perdón. En la izquierda siempre se dice que ni perdón ni olvido, pero yo no coincido, olvido no, pero perdón sí, sobre todo si está de por medio la paz de un pueblo” (Sinembargo.mx, 22 de diciembre de 2017).


En redes sociales, circulan videos de especialistas que están a favor de la amnistía. Sin embargo, los argumentos tienen un sustento jurídico muy simplista y rayan en la obviedad: que el Congreso también participará porque es ley; que se definirá una población objetivo; y que los casos serán bien precisados. Todo eso no representa nada en mi opinión, cualquier estudiante de derecho con información mínima sobre métodos de interpretación jurídica, puede comprender y explicar, sin ser especialistas, estos argumentos supuestamente “a favor”.


Lo interesante de la amnistía no estriba en defenderla como algo no-autoritario, como parece que se han centrado sus defensores, sino en discutir su posible efectividad para alcanzar una paz sostenible y duradera, distinta a lo que se ha intentado hasta ahora.


Desde mi punto de vista, no existe una estrategia única que pueda de resolver los problemas de un país tan fragmentado por su desigualdad y abandono. En los últimos años, tanto a nivel federal como local, se pusieron en marcha programas con presupuestos multimillonarios para ofrecer seguridad con mejor equipamiento y capacitación de policías; acciones de coordinación con las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia; e incluso, para llevar a cabo actividades de prevención social de la violencia y la delincuencia a nivel nacional (como ocurrió con el Pronapred). Y a pesar de todo, no fue suficiente para reducir los índices delictivos ni la percepción de inseguridad.


La amnistía como idea, es una buena idea, pero creo que sólo sería una puerta que ineludiblemente nos llevaría a la discusión de temas más estructurales y dolorosos: la relación entre la delincuencia, el gobierno y la sociedad sobre la forma como se puede vivir en paz y honestamente en un país de elaboración, comercio, consumo y tránsito de drogas más importante en el mundo. Urge madurar políticamente y tomar una decisión colectiva a nivel nacional, debemos evitar que la gente siga pensando que las cosas se pondrán cada vez peor.

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