Cumplió un año la administración de Andrés Manuel López Obrador y las opiniones se dividen más allá de los hechos entre quienes consideran que el presidente lo ha hecho bien, un 63% de la población nacional encuestada (en Morelos el 67%).
Y quienes desaprueban su gobierno, un 33% nacional (30% en el estado) conforme a la evaluación de Campaigns and Elections, una de las que mayor aprobación han registrado por el mandatario, mientras que en Consulta Mitofsky desaprueban al presidente 42.4% de los encuestados y lo aprueba el 57.6%.
Las diferencias parecen relacionarse lo mismo con la metodología y técnicas de muestreo como los contextos en que fueron recogidas las respuestas, pero fortalecen la idea de la ignorancia de los hechos reportados durante el primer año del sexenio o por lo menos las enormes diferencias de interpretación de los mismos. Uno de los componentes que han acompañado a la administración de López Obrador ha sido la constante y a veces hasta abrumadora cantidad de mensajes políticos entregados por el propio presidente y que, siendo los mismos para prácticamente todos los ciudadanos, son recibidos, interpretados y respondidos de manera selectiva por un público orientado más por componentes sensibles que racionales. Sería un atrevimiento pensar que las variaciones a la baja en la aprobación presidencial que se han registrado durante todo este año se deban exclusivamente a problemas de simpatía hacia la figura presidencial, pero tampoco podríamos decir que quienes han transitado de la aprobación a la desaprobación a López Obrador lo han hecho exclusivamente por motivos objetivos o racionales siquiera.
Una cosa son los niveles de aprobación y otra los datos de resultados gubernamentales que van más allá del wishful thinking esgrimido por gran parte de la nueva clase política que asegura se han sentado las bases para el desarrollo. Lo cierto es que los datos del nuevo gobierno llevan a preocupaciones enormes en torno a la economía, al desarrollo social, a la autonomía de los órganos constitucionales jurisdiccionales y administrativos, y entre pinceladas de autoritarismo disfrazadas de refundación los análisis más sesudos coinciden en el pesimismo. México Evalúa concluye en su análisis del primer año de gobierno “Si bien el gobierno ha impreso una nueva dinámica, no ha resuelto problemas tan fundamentales como el de la seguridad, la injusticia, el pobre desempeño del gasto público, la educación, la corrupción. Además, a pesar de haber alterado el curso de la política energética, no ha logrado elevar la producción petrolera o desvincular a las finanzas públicas de las finanzas de Pemex. El impacto ha sido grande, pero los resultados a la fecha son todavía insuficientes”, y remata hablando del desperdicio de popularidad y respaldo del presidente “para llevar a cabo el tipo de transformación que él mismo propuso en su campaña y que, sin embargo, ha estado ausente en los pasados 12 meses de gestión”.
En los hechos, el primer año de gobierno ha sido un espacio para simbólicos linchamientos diarios desde los órganos de comunicación del gobierno federal, incluidas las “mañaneras”, que provocan la urgencia de nuevos modelos en la comunicación de actores políticos y empresariales para enfrentar el efecto de los embates comunicativos que suelen iniciar en las conferencias matutinas y luego son reproducidos profusamente a través de redes sociales e incluso del discurso oficial para mantenerse incluso por varios días, en lo que Itegralia Consultores ha identificado como un riesgo reputacional “el efecto mañanera”.
Es evidente el riesgo de que la llamada cuarta transformación se convierta en apenas un reordenamiento de los intercambios de comunicación (mediante un modelo evidentemente injusto que enfrenta a actores privados con el poder del estado). Habría que enfrentar la realidad, no el simbolismo.
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