/ miércoles 21 de noviembre de 2018

¿Amnistía? Perdónenos, pero no

Morelos fue uno de los estados en que Andrés Manuel López Obrador, el disruptor, tuvo mayor éxito en cada una de sus campañas en pos de la presidencia de la República para la que en julio pasado fue electo. En la entidad ganó siempre, fue de los primeros en que se formaron comités para construir su partido, y el respaldo que logró su figura se convirtió en un fenómeno cuasirreligioso que se fundó primero en las propuestas de ruptura que transmitía. Funcionaron varios factores, pero primordialmente, las terribles condiciones de Morelos en las últimas administraciones, envueltas en escándalos de corrupción, omisas, indolentes, insensibles.

A lo mejor Andrés Manuel confía en que su bono popular después de la elección será duradero, que la gente no exigirá mucho, o que seguirán creyendo en que él tiene todas las respuestas y que, aún en medio de sus contradicciones, su sola figura corregirá los graves males que aquejan al país, y al estado. No parece que sea así, probablemente porque la idea de amnistía a los corruptos es especialmente ofensiva contra los morelenses, que han visto disminuido su patrimonio económico, territorial, ecológico, turístico, moral, en medio de la corrupción de varias administraciones gubernamentales ya.

Morelos ha sido especialmente agraviado por la conducta de algunos que, pese a los señalamientos en contra, nunca han sido investigados; pese al evidente enriquecimiento inexplicable, nunca han sido procesados; y pese a la existencia de evidencias en su contra, nunca han sido procesados o condenados. En cambio, pareciera que algunas administraciones han utilizado las instituciones anticorrupción como espacios para persecución política, para castigo a la disidencia, para vendettas.

De hecho, las revelaciones como la que hoy hace Mexicanos Contra la Corrupción e Impunidad en contra del Congreso de Morelos sólo documentan lo que ya se sabía. Pero aún así molesta, porque en la investigación queda claro el desvío de recursos destinados a obras en municipios hacia campañas políticas; porque el silencio cínico de los involucrados acompaña los datos; porque la opacidad es lo primero que parece haber trascendido las legislaturas y ocurre igual en la LIV que en la LIII; y porque la impunidad es apenas el primero de los premios que a los corruptos obsequia un sistema que coloca a los hampones en sitios privilegiados, les recompensa con espacios para que sigan haciendo tropelía y media frente a la indignación de los ciudadanos que apenas tienen esa arma (porque va quedando claro que el voto da lo mismo, a final de cuentas se les perdona, o se les reubica hasta en posiciones plurinominales, o espacios por nombramientos concedidos por los que se suponían honestos).

Porque a lo mejor en alguna reduccionista interpretación, el político corrupto inventa esquemas para robar el dinero del gobierno. Pero en términos de sus efectos reales, lo que hace el funcionario o representante corrupto, es crear esquemas para dañar al fisco (el que colecta el dinero para obras y servicios que el gobierno debe ofrecer a la gente), por medio de los que daña a gente que a lo mejor ni sabe que está involucrada en una estafa porque sólo usan su nombre y datos fiscales; y usa ese esquema para malversar dinero que debería ser usado para obras y servicios en beneficio de la gente. Es decir, jode por partida doble al ciudadano. A ése se ofrece la amnistía. Perdónenos, presidente electo, pero no.

Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


Morelos fue uno de los estados en que Andrés Manuel López Obrador, el disruptor, tuvo mayor éxito en cada una de sus campañas en pos de la presidencia de la República para la que en julio pasado fue electo. En la entidad ganó siempre, fue de los primeros en que se formaron comités para construir su partido, y el respaldo que logró su figura se convirtió en un fenómeno cuasirreligioso que se fundó primero en las propuestas de ruptura que transmitía. Funcionaron varios factores, pero primordialmente, las terribles condiciones de Morelos en las últimas administraciones, envueltas en escándalos de corrupción, omisas, indolentes, insensibles.

A lo mejor Andrés Manuel confía en que su bono popular después de la elección será duradero, que la gente no exigirá mucho, o que seguirán creyendo en que él tiene todas las respuestas y que, aún en medio de sus contradicciones, su sola figura corregirá los graves males que aquejan al país, y al estado. No parece que sea así, probablemente porque la idea de amnistía a los corruptos es especialmente ofensiva contra los morelenses, que han visto disminuido su patrimonio económico, territorial, ecológico, turístico, moral, en medio de la corrupción de varias administraciones gubernamentales ya.

Morelos ha sido especialmente agraviado por la conducta de algunos que, pese a los señalamientos en contra, nunca han sido investigados; pese al evidente enriquecimiento inexplicable, nunca han sido procesados; y pese a la existencia de evidencias en su contra, nunca han sido procesados o condenados. En cambio, pareciera que algunas administraciones han utilizado las instituciones anticorrupción como espacios para persecución política, para castigo a la disidencia, para vendettas.

De hecho, las revelaciones como la que hoy hace Mexicanos Contra la Corrupción e Impunidad en contra del Congreso de Morelos sólo documentan lo que ya se sabía. Pero aún así molesta, porque en la investigación queda claro el desvío de recursos destinados a obras en municipios hacia campañas políticas; porque el silencio cínico de los involucrados acompaña los datos; porque la opacidad es lo primero que parece haber trascendido las legislaturas y ocurre igual en la LIV que en la LIII; y porque la impunidad es apenas el primero de los premios que a los corruptos obsequia un sistema que coloca a los hampones en sitios privilegiados, les recompensa con espacios para que sigan haciendo tropelía y media frente a la indignación de los ciudadanos que apenas tienen esa arma (porque va quedando claro que el voto da lo mismo, a final de cuentas se les perdona, o se les reubica hasta en posiciones plurinominales, o espacios por nombramientos concedidos por los que se suponían honestos).

Porque a lo mejor en alguna reduccionista interpretación, el político corrupto inventa esquemas para robar el dinero del gobierno. Pero en términos de sus efectos reales, lo que hace el funcionario o representante corrupto, es crear esquemas para dañar al fisco (el que colecta el dinero para obras y servicios que el gobierno debe ofrecer a la gente), por medio de los que daña a gente que a lo mejor ni sabe que está involucrada en una estafa porque sólo usan su nombre y datos fiscales; y usa ese esquema para malversar dinero que debería ser usado para obras y servicios en beneficio de la gente. Es decir, jode por partida doble al ciudadano. A ése se ofrece la amnistía. Perdónenos, presidente electo, pero no.

Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


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