/ miércoles 25 de agosto de 2021

Carta a un violador

** La siguiente narración pretende dignificar a la protagonista de esta historia. El relato es cien por ciento real, por ello mantuve en el anonimato su identidad.

Esa mañana María despertó con un dolor incesante. Es una aflicción que la acompaña desde hace años. -según me cuenta-.

Este sentimiento de tristeza también va acompañado de rabia.

A simple vista es una mujer bonita. Facciones finas y un cuerpo delgado y con curvas bien definidas.

Cuando la observé pensé que me había equivocado de lugar. Pero no. Era ella.

María Cevallos así fue como se presentó hasta la mesa donde la esperé por un par de minutos.

Aún recuerdo que me dijo: Tú eres periodista, seguro me puedes ayudar. Eres mujer y seguro sabrás cómo manejar lo que a continuación te contaré.

En medio del desconcierto, ella pidió que encendiera la grabadora porque comenzaría a contar una parte de su vida.

María nació en el municipio de Cuautla, Morelos. Es hija de un matrimonio de clase media. Tiene cuatro hermanos. Y entre los privilegios que disfrutó es que fue a los mejores colegios de la ciudad. Tuvo a la fortuna de su lado, por tener unos progenitores que siempre la procuraron.

Sin embargo, su tragedia comenzó a la edad de 9 años.

A María la violaron en diversas ocasiones. -Las primeras lágrimas pronto brotaron-. Más de 20 años han transcurrido de aquel oscuro recuerdo. Ella se anticipa y acepta que hoy ya no tiene sentido denunciar.

De su agresor, solo me dijo que es alguien de la familia.

Me estremecí tanto y la pregunta surgió: ¿por qué esperaste tanto?

María solo dijo que intenta darle alguna salida a su historia. Tomó mi mano derecha y puso sobre ella una carta.

-Solo publícala. Tú eres escritora. ¿Recuerdas cómo te conocí?. Pues ahora te pido que escribas sobre los abusos que se dan en cualquier casa. No importa si no conseguimos hacer alguna diferencia.

Fue el instante en el que decidí narrar y compartir con ustedes, un capítulo de una mujer que como muchas otras, estoy segura se identificarán. Ella me mostró su diario y de ahí extraje algunos pasajes y pensamientos que experimentó tras ser víctima de una violación.

… “Y cuando mi vida acabe, cuando muera. Quiero dejar evidencia de lo que me quitaron. Quiero relatar en este documento todas y cada una de las acciones que realizó aquel verdugo sobre mi cuerpo.

Quiero que quede fe de cómo devoró cada parte de mi alma. Que quede testimonio de la amenaza constante que puede experimentar una niña o un niño. Porque un violador no respeta género, edad, nivel social o creencias religiosas. Él solo quiere arrancarte tu inocencia.

Para muchas personas, las víctimas de violación que callamos y no denunciamos a nuestros victimarios somos cobardes. Pero hoy, en esta misiva, quiero aceptar que quizás sí sea cobardía. Porque surgen miles de temores que el violador hizo germinar desde el primer momento que te tocó.

Porque el victimario construye a tu alrededor una monstruosa forma de vivir. Vives atormentado con sus amenazas. Siempre está acechándote.

Vives dolido. Pierdes la noción del tiempo. Tardas en recuperar el sentido de la vida.

Y aunque pasen los años. Nunca podrás superar la pesadilla que inició en el instante que sacaron todo el decoro que existió en ti.

Vivir una violación. Respirarla todos los días. Callar y llorar en silencio todas las noches.

Tu concepto del amor está devaluado. Los intentos por salir de aquel agujero negro son fallidos.

Los ecos de dolor se quedan ahí, atrapados. Te carcome la escena. La borra de tu mente. Te quemas por dentro.

Creces distorsionado. Pierdes. Te pierdes.

Con los años te reconstruyes. Coges del suelo los pedazos que quedaron de ti. Tratas de cohesionarlos de nuevo. Pero te das cuenta que eres como una pieza de vidrio que por más que quieras pegarla, ya no queda igual.

A la persona que destrozó mi infancia la perdono. Y admito que no fue fácil llegar a este punto. Solo entiendo que no puedo cargar por más tiempo este peso sobre mi espalda.

El mundo entero es escenario continuo de abusos. Y aunque el miedo te atrape debes emerger”.

Pero María Cevallos solo es una pieza más en esta encrucijada llamada vida. Hay muchos seres humanos que luchamos todos los días en medio de demonios, de pasadizos inciertos y noches de penumbra.

Les cuento que conocí a María hace más de 15 años. La admiro desde el momento en que afrontó sola un evento traumático que le cambió su perspectiva de la sexualidad y del amor. Pese a este suceso, ella es una mujer que como bien lo dijo en su carta, emergió y salió a flote. Y no todo resultó negativo en su vida.

María es profesionista. Se casó y tiene a su lado a un hombre y dos hijos que la alientan a continuar creyendo que siempre hay motivos para ser feliz.

Entonces no todos los finales son miserables. Hay finales que están plagados de esperanza. Recuérdenlo.

** La siguiente narración pretende dignificar a la protagonista de esta historia. El relato es cien por ciento real, por ello mantuve en el anonimato su identidad.

Esa mañana María despertó con un dolor incesante. Es una aflicción que la acompaña desde hace años. -según me cuenta-.

Este sentimiento de tristeza también va acompañado de rabia.

A simple vista es una mujer bonita. Facciones finas y un cuerpo delgado y con curvas bien definidas.

Cuando la observé pensé que me había equivocado de lugar. Pero no. Era ella.

María Cevallos así fue como se presentó hasta la mesa donde la esperé por un par de minutos.

Aún recuerdo que me dijo: Tú eres periodista, seguro me puedes ayudar. Eres mujer y seguro sabrás cómo manejar lo que a continuación te contaré.

En medio del desconcierto, ella pidió que encendiera la grabadora porque comenzaría a contar una parte de su vida.

María nació en el municipio de Cuautla, Morelos. Es hija de un matrimonio de clase media. Tiene cuatro hermanos. Y entre los privilegios que disfrutó es que fue a los mejores colegios de la ciudad. Tuvo a la fortuna de su lado, por tener unos progenitores que siempre la procuraron.

Sin embargo, su tragedia comenzó a la edad de 9 años.

A María la violaron en diversas ocasiones. -Las primeras lágrimas pronto brotaron-. Más de 20 años han transcurrido de aquel oscuro recuerdo. Ella se anticipa y acepta que hoy ya no tiene sentido denunciar.

De su agresor, solo me dijo que es alguien de la familia.

Me estremecí tanto y la pregunta surgió: ¿por qué esperaste tanto?

María solo dijo que intenta darle alguna salida a su historia. Tomó mi mano derecha y puso sobre ella una carta.

-Solo publícala. Tú eres escritora. ¿Recuerdas cómo te conocí?. Pues ahora te pido que escribas sobre los abusos que se dan en cualquier casa. No importa si no conseguimos hacer alguna diferencia.

Fue el instante en el que decidí narrar y compartir con ustedes, un capítulo de una mujer que como muchas otras, estoy segura se identificarán. Ella me mostró su diario y de ahí extraje algunos pasajes y pensamientos que experimentó tras ser víctima de una violación.

… “Y cuando mi vida acabe, cuando muera. Quiero dejar evidencia de lo que me quitaron. Quiero relatar en este documento todas y cada una de las acciones que realizó aquel verdugo sobre mi cuerpo.

Quiero que quede fe de cómo devoró cada parte de mi alma. Que quede testimonio de la amenaza constante que puede experimentar una niña o un niño. Porque un violador no respeta género, edad, nivel social o creencias religiosas. Él solo quiere arrancarte tu inocencia.

Para muchas personas, las víctimas de violación que callamos y no denunciamos a nuestros victimarios somos cobardes. Pero hoy, en esta misiva, quiero aceptar que quizás sí sea cobardía. Porque surgen miles de temores que el violador hizo germinar desde el primer momento que te tocó.

Porque el victimario construye a tu alrededor una monstruosa forma de vivir. Vives atormentado con sus amenazas. Siempre está acechándote.

Vives dolido. Pierdes la noción del tiempo. Tardas en recuperar el sentido de la vida.

Y aunque pasen los años. Nunca podrás superar la pesadilla que inició en el instante que sacaron todo el decoro que existió en ti.

Vivir una violación. Respirarla todos los días. Callar y llorar en silencio todas las noches.

Tu concepto del amor está devaluado. Los intentos por salir de aquel agujero negro son fallidos.

Los ecos de dolor se quedan ahí, atrapados. Te carcome la escena. La borra de tu mente. Te quemas por dentro.

Creces distorsionado. Pierdes. Te pierdes.

Con los años te reconstruyes. Coges del suelo los pedazos que quedaron de ti. Tratas de cohesionarlos de nuevo. Pero te das cuenta que eres como una pieza de vidrio que por más que quieras pegarla, ya no queda igual.

A la persona que destrozó mi infancia la perdono. Y admito que no fue fácil llegar a este punto. Solo entiendo que no puedo cargar por más tiempo este peso sobre mi espalda.

El mundo entero es escenario continuo de abusos. Y aunque el miedo te atrape debes emerger”.

Pero María Cevallos solo es una pieza más en esta encrucijada llamada vida. Hay muchos seres humanos que luchamos todos los días en medio de demonios, de pasadizos inciertos y noches de penumbra.

Les cuento que conocí a María hace más de 15 años. La admiro desde el momento en que afrontó sola un evento traumático que le cambió su perspectiva de la sexualidad y del amor. Pese a este suceso, ella es una mujer que como bien lo dijo en su carta, emergió y salió a flote. Y no todo resultó negativo en su vida.

María es profesionista. Se casó y tiene a su lado a un hombre y dos hijos que la alientan a continuar creyendo que siempre hay motivos para ser feliz.

Entonces no todos los finales son miserables. Hay finales que están plagados de esperanza. Recuérdenlo.