/ viernes 31 de enero de 2020

Consternados e indignados

Una vez más la muerte ignominiosa aparece de manera violenta por parte de esta acéfala criminalidad, arrebatándonos ahora a un ser querido para nuestra comunidad católica: el Sr. Margarito Cantoran, padre de uno de uno de mis presbíteros el P. Israel Cantoran.

Aún la sombra de la injustica e impunidad parece ser el único rastro que deja a su paso, mientras tanto nuestra sociedad sigue convulsionando frente a un espectro insaciable de sangre inocente. ¿Hasta cuándo Señor, la maldad de pocos seguirá lacerando a la mayoría de tus hijos?

Cristo vino al mundo, y las tinieblas no lo recibieron, al contrario pusieron en marcha todas las fuerzas de la oscuridad para evitar que la luz resplandeciera, el poder de la malignidad perversamente secuestró el cuerpo de nuestro Señor, lo torturó, escupió, puso una corona de espinas en su cabeza, lo crucificó, echó suerte con sus prendas y atravesó con una espada; y sin embargo las penumbras del infierno fueron derrotadas por la Resurrección del Salvador.

Agonizamos como el cuerpo torturado del Señor, pero no dejamos de creer firmemente en el triunfo de la verdad, la justicia y la paz; somos pacientes como el crucificado, porque nuestro Padre Dios no nos abandonará, su mano poderosa destruirá la incruenta violencia de los malvados. Asumimos este profundo dolor de vernos desencarnados, vulnerables, hostigados por la lanza de nuestros enemigos, golpeados por las vejaciones constantes del cinismo criminal, nuestro cuerpo está siendo transgredido a vista de todos, lloramos en la desolación de vernos impotentes ante tal infortunio, hemos caminado ya por bastantes años un calvario y ahora estamos presenciando la muerte de los inocentes, somos testigos de asesinatos con una maleficencia espantosa.

Los sepulcros están llenos de indignación, el poder del infierno se muestra como victorioso, los poderosos del mundo se resguardan, las víctimas se multiplican; quedamos consternados de ver la fuerza incontrolable de la violencia; delirantemente estamos expirando el “todo se ha cumplido”, nos encontramos en el último suspiro de una sociedad que ya no soporta más la tormentosa crucifixión. Desde la fe en el Resucitado, esto pronto acabará para dar paso a un nuevo comienzo, si no fuera así, entonces vana sería nuestra fe. Nuestro pueblo crucificado está a punto de expirar, para llevarnos a la sepultura definitiva de la maldad, y resucitar consciencias que derriben la fatalidad de los sepulcros. Esta es nuestra fe, y en ella resistimos, esperando pacientemente la resurrección, porque así está escrito.

Nos entristece la perdida de todos los cientos de miles asesinados, su sangre derramada en nuestra tierra clama justicia para nuestra nación tan indignantemente herida. Caminamos desconcertados como los caminantes de Emaús, pero el Resucitado camina a nuestro lado, tan sólo hay que reconocerlo para que nos haga arder el corazón de esperanza. El Hijo de María nos conforta y nos ilumina con su palabra para hacer frente a un nuevo horizonte de hermandad, paz y justicia. Dios nos entiende, no es ajeno a la maldad del ser humano, la ha vivido en carne propia, nuestro Dios se conduele con nosotros, y profetiza la victoria de Reino. Estamos en camino de nuestra pascua social en punzante calvario de crucifixión, es tiempo de regresar sin miedo a la Jerusalén prometida.

Una vez más la muerte ignominiosa aparece de manera violenta por parte de esta acéfala criminalidad, arrebatándonos ahora a un ser querido para nuestra comunidad católica: el Sr. Margarito Cantoran, padre de uno de uno de mis presbíteros el P. Israel Cantoran.

Aún la sombra de la injustica e impunidad parece ser el único rastro que deja a su paso, mientras tanto nuestra sociedad sigue convulsionando frente a un espectro insaciable de sangre inocente. ¿Hasta cuándo Señor, la maldad de pocos seguirá lacerando a la mayoría de tus hijos?

Cristo vino al mundo, y las tinieblas no lo recibieron, al contrario pusieron en marcha todas las fuerzas de la oscuridad para evitar que la luz resplandeciera, el poder de la malignidad perversamente secuestró el cuerpo de nuestro Señor, lo torturó, escupió, puso una corona de espinas en su cabeza, lo crucificó, echó suerte con sus prendas y atravesó con una espada; y sin embargo las penumbras del infierno fueron derrotadas por la Resurrección del Salvador.

Agonizamos como el cuerpo torturado del Señor, pero no dejamos de creer firmemente en el triunfo de la verdad, la justicia y la paz; somos pacientes como el crucificado, porque nuestro Padre Dios no nos abandonará, su mano poderosa destruirá la incruenta violencia de los malvados. Asumimos este profundo dolor de vernos desencarnados, vulnerables, hostigados por la lanza de nuestros enemigos, golpeados por las vejaciones constantes del cinismo criminal, nuestro cuerpo está siendo transgredido a vista de todos, lloramos en la desolación de vernos impotentes ante tal infortunio, hemos caminado ya por bastantes años un calvario y ahora estamos presenciando la muerte de los inocentes, somos testigos de asesinatos con una maleficencia espantosa.

Los sepulcros están llenos de indignación, el poder del infierno se muestra como victorioso, los poderosos del mundo se resguardan, las víctimas se multiplican; quedamos consternados de ver la fuerza incontrolable de la violencia; delirantemente estamos expirando el “todo se ha cumplido”, nos encontramos en el último suspiro de una sociedad que ya no soporta más la tormentosa crucifixión. Desde la fe en el Resucitado, esto pronto acabará para dar paso a un nuevo comienzo, si no fuera así, entonces vana sería nuestra fe. Nuestro pueblo crucificado está a punto de expirar, para llevarnos a la sepultura definitiva de la maldad, y resucitar consciencias que derriben la fatalidad de los sepulcros. Esta es nuestra fe, y en ella resistimos, esperando pacientemente la resurrección, porque así está escrito.

Nos entristece la perdida de todos los cientos de miles asesinados, su sangre derramada en nuestra tierra clama justicia para nuestra nación tan indignantemente herida. Caminamos desconcertados como los caminantes de Emaús, pero el Resucitado camina a nuestro lado, tan sólo hay que reconocerlo para que nos haga arder el corazón de esperanza. El Hijo de María nos conforta y nos ilumina con su palabra para hacer frente a un nuevo horizonte de hermandad, paz y justicia. Dios nos entiende, no es ajeno a la maldad del ser humano, la ha vivido en carne propia, nuestro Dios se conduele con nosotros, y profetiza la victoria de Reino. Estamos en camino de nuestra pascua social en punzante calvario de crucifixión, es tiempo de regresar sin miedo a la Jerusalén prometida.