/ viernes 20 de marzo de 2020

Covid-19 la necropolítica humana

La preocupación mundial por esta epidemia ha generado una serie de medidas protocolarias para la prevención sanitaria ante dicha inminente propagación del virus.

Sin embargo, nos suscita una serie de preguntas tanto pastorales, teológicas pero también políticas; es decir, hay un trasfondo de una dinámica psico-social que esta entretejida por el drama humano que no ha sabido reelaborarse como una sociedad civilizatoria, aún sigue mermando una ética eco-política que sin duda alguna se ve proyectada en estas formas de autodestrucción de la propia raza humana.

Esta es la gran tragedia humana, la irracional intención de degradación de sus relaciones, provocando así constituirse en un ser ecocida, geocida y homicida, por su afán frívolo de poder y dominio político financiero sobre los demás. Ese deseo narcisista de convertirse en el centro referencial de la tierra, como un antropocentrismo patológico que ha mutado en un necrocentrismo, creando muerte a todo su paso, desafiando a su creador, a la ética, y a toda normatividad de sana convivencia humana, transgrediendo los límites y proporciones del equilibrio de la vida.

Enfermedades como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual más allá de darles un tinte apocalíptico de ser un castigo de Dios, debería hacernos reflexionar más seriamente sobre el actuar existencial del ser humano en la Tierra; ella no nos necesita pero nosotros sí la necesitamos como el lugar único donde podemos habitar, pero cada vez parece estar sintomáticamente agonizando por la irresponsable manera de vivir unos con otros.

La sensibilidad profética del Papa Francisco ha sido acertada al decirnos en su encíclica ecológica en el num 54: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común” Desafortunadamente hay seres humanos que no han dejado de sentirse dueños y amos del mundo, esa tentación del diablo cuando Jesús está en el desierto “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras” (Mt 4, 8-9)

El Covid-19 debe de movilizarnos a ser solidarios, responsables y cuidar uno del otro, pero también debe interpelarnos a replantearnos las formas de poder eco-político-financiero que las grandes naciones implementan por esa intención desmedida de competitividad desleal que afecta geopolíticamente. Ésta también tendría que ser la reflexión masiva de información para hacer protocolos civilizatorios entre naciones. No es sólo prevención sanitaria sino intervención eco-política que debe implementarse a nivel mundial. De no hacerlo, seguiremos viviendo esta psicosis social que enferma a la humanidad.

La preocupación mundial por esta epidemia ha generado una serie de medidas protocolarias para la prevención sanitaria ante dicha inminente propagación del virus.

Sin embargo, nos suscita una serie de preguntas tanto pastorales, teológicas pero también políticas; es decir, hay un trasfondo de una dinámica psico-social que esta entretejida por el drama humano que no ha sabido reelaborarse como una sociedad civilizatoria, aún sigue mermando una ética eco-política que sin duda alguna se ve proyectada en estas formas de autodestrucción de la propia raza humana.

Esta es la gran tragedia humana, la irracional intención de degradación de sus relaciones, provocando así constituirse en un ser ecocida, geocida y homicida, por su afán frívolo de poder y dominio político financiero sobre los demás. Ese deseo narcisista de convertirse en el centro referencial de la tierra, como un antropocentrismo patológico que ha mutado en un necrocentrismo, creando muerte a todo su paso, desafiando a su creador, a la ética, y a toda normatividad de sana convivencia humana, transgrediendo los límites y proporciones del equilibrio de la vida.

Enfermedades como el dengue, el chikungunya, el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual más allá de darles un tinte apocalíptico de ser un castigo de Dios, debería hacernos reflexionar más seriamente sobre el actuar existencial del ser humano en la Tierra; ella no nos necesita pero nosotros sí la necesitamos como el lugar único donde podemos habitar, pero cada vez parece estar sintomáticamente agonizando por la irresponsable manera de vivir unos con otros.

La sensibilidad profética del Papa Francisco ha sido acertada al decirnos en su encíclica ecológica en el num 54: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común” Desafortunadamente hay seres humanos que no han dejado de sentirse dueños y amos del mundo, esa tentación del diablo cuando Jesús está en el desierto “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si te postras y me adoras” (Mt 4, 8-9)

El Covid-19 debe de movilizarnos a ser solidarios, responsables y cuidar uno del otro, pero también debe interpelarnos a replantearnos las formas de poder eco-político-financiero que las grandes naciones implementan por esa intención desmedida de competitividad desleal que afecta geopolíticamente. Ésta también tendría que ser la reflexión masiva de información para hacer protocolos civilizatorios entre naciones. No es sólo prevención sanitaria sino intervención eco-política que debe implementarse a nivel mundial. De no hacerlo, seguiremos viviendo esta psicosis social que enferma a la humanidad.