La sociedad de Morelos no es la misma que hace 12 meses, cuando el sismo nos recordó que el mundo no es un sitio perfecto y vivimos en riesgo. No es la misma gente, no sólo por el enorme aprendizaje, la gran transformación que significa tomar conciencia del riesgo, sino también porque la tragedia superó la posibilidad de respuesta de todos y paulatinamente nos dimos cuenta de una patética realidad, nuestra clase política es profundamente incapaz cuando se trata de atender a la ciudadanía y solamente vela por su permanencia en el poder. Y conste que esto opera para los políticos de todas las ideologías, filiaciones, marcas, cargos y denominaciones. Pero no debe considerarse ésta una entrega contra los políticos, porque con una visión optimista, debe verse un homenaje a los ciudadanos.
Desde el primer momento en que la tierra se medio aplacó hace un año, se vio gente en las calles tratando de ayudar. Se inició una nueva etapa en la vida ciudadana de Morelos en que los liderazgos de membrete y los dispositivos simbólicos con que las autoridades se esmeran todos los días para hacernos creer que son mejores que cualquiera, fueron relevados, y al contrario, se legitimaron los líderes reales de las comunidades cuya capacidad de organización fue capaz no solamente de enfrentar la emergencia con una solvencia que sólo se habría superado con más capacitación en el manejo de desastres, sino también de enfrentar por momentos, por días, por meses, el pasmo de los gobiernos, las instituciones y las organizaciones tradicionales.
Pero a diferencia de lo que ocurrió en la Ciudad de México después del sismo del 85, éste temblor morelense no sirvió para la oxigenación de la clase política, ninguno de los liderazgos ciudadanos que fueron protagonistas de las labores de rescate, de la atención de la emergencia, ni de los reclamos sociales que vinieron una vez superados las primeras semanas de la tragedia, se convirtió en político; los líderes volvieron a sus casas, a sus escombros, probablemente porque un año después los gobiernos de los tres niveles, y muchas de las organizaciones que prometieron su apoyo, no han hecho más que simulacros de ayuda y, sin vergüenza alguna, se han dedicado a buscar beneficios electorales de la tragedia. El tema del sismo y la reconstrucción se convirtieron en parte de la agenda de disputa en el proceso electoral; pero sólo mediante el intercambio de epítetos y sin que ello se traduzca, aún a la fecha en soluciones para quienes aún viven en banquetas, en casas de lona o de madera, para quienes esperan aún el cumplimiento de promesas, para quienes ven inundadas sus viviendas por la acumulación de escombro que debió retirarse hace mucho.
Los ciudadanos siguieron viviendo su día a día y solucionando sus problemas de rutina pero desde una perspectiva muy diferente encapsularon la lucha política a una especie de espacio de entretenimiento en su imaginario. Los ciudadanos acabaron por desasociar en su pensamiento a los políticos como dadores soluciones y los convirtieron en figuras del espectáculo de las que se habla como de cualquier actorcillo; los valores con que se calibra el peso de un político en el Morelos de hoy tienen poco qué ver con los anteriores asociados a la racionalidad, la honestidad, y los resultados entregados; y empezaron a creer en una suerte de vengadores anónimos de la política, cuya mayor obligación, por lo menos de forma permanente, es llevar al cadalso a los representantes de las corruptas administraciones anteriores.
Mientras, las soluciones se enfrentan desde los ciudadanos, y eso es sumamente peligroso para el Estado porque horada su núcleo original.
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