/ miércoles 5 de febrero de 2020

Cuánto valen dos horas extras de vida

Las vueltas que da la vida

La otra tarde, durante una comida del Seminario de Cultura Mexicana en Cuernavaca, escuchamos a Pablo Castro, líder de morelenses migrantes en E.U., narrar como fueron las últimas horas del morelense Edgar Tamayo Arias.

Ejecutado mediante inyección letal en la prisión de Huntsville, en Texas acusado del asesinado a un policía, Tamayo nunca aceptó el cargo porque luego de una trifulca callejera con los uniformados, a él lo subieron esposado con las manos en la espalda, en el asiento trasero de una patrulla en el momento del crimen. En su caso no sirvió de nada el que se solicitara la intervención del Papa Francisco en dos ocasiones y que incluso intervino; tampoco las veces que se pidió la mediación del Senado estadounidense, ni las miles de peticiones de morelenses tanto en aquel país como desde el nuestro, ni un largo ni, ni… de esfuerzos realizados, sirvieron. Sin embargo, llego a lo que me atañe en estas líneas: a punto de ser ejecutado, su defensa presentó un recurso de apelación, mismo que en ausencia del gobernador Rick Perry, -el gobernador que más ejecuciones a mexicanos ha ordenado-, y al “que no fue posible encontrar para su firma” por estar de vacaciones en Europa, ya que era el único que podía condonar su muerte, la Corte Suprema de los E.U., negó la apelación y la ejecución siguió su curso. Tamayo no sólo impidió que su familia o amigos presenciaran su muerte, tampoco dijo nada antes de la aplicación letal, como usualmente se les permite. Ustedes queridos lectores se podrán preguntar, porqué a 26 años de ocurridos los hechos, calaron en mí de manera honda esas dos horas de vida que ganó Edgar si finalmente murió. Y las palabras de su madre a todos los que intervinieron para salvarlo, al momento de su entierro en Miacatlán, Morelos, me dio la respuesta: “No tengo cómo pagar esas dos horas de retraso en su ejecución. Esas dos horas de vida que le dieron a mi hijo, fueron dos horas de esperanza para su familia y para mi hijo”. Al escribir estas líneas, me quedo un momento pensando, me paro de mi escritorio y tomo el maravilloso libro “La Vida en busca de Sentido”, de Víktor Frankl, considerado el padre de la Logoterapia, tercera corriente psicoanalítica, creada en el siglo XX, tras la de Carl Gustav Jung y Sigmund Freud. Franckl, un joven médico recién graduado en la Alemania Nazi, con un promisorio futuro, luego de que se negara a salir a E.U. con un salvoconducto personal para no abandonar a su familia, y ya todos recluidos en un campo de concentración perdiera a esposa embarazada de su primer hijo, padres, hermanos y a toda su familia y él sobreviviera. Al salir se preguntó una y otra vez: ¿Cómo lograr volver a encontrar el sentido a la vida?. Estas reflexiones, investigaciones y toda su formación académica dieron como resultado el nacimiento de la Logoterapia, esa tercera corriente del pensamiento, de la mente y de los sentimientos. En ella, Fankl, asegura que sí es posible hacerlo porque aún en las peores circunstancias, uno tiene la libertad de pensar y esa nadie te la puede arrebatar. Y a grandes rasgos, aún del peor sufrimiento se puede encontrar una razón para vivir. Todo esto pensaba recordando a la madre de Edgar Tamayo. Y recurro a la información ya que dado que el sentido a la vida constituye una cuestión filosófica sobre el objetivo y el significado de la existencia, leo que ha sido una cuestión de un gran estudio filosófico, científico, psicológico, teológico e incluso literario a lo largo de los siglos. Punto y aparte, a quien no lo haya leído, les recomiendo la lectura del libro si les interesa ahondar en el tema. Fíjense que en el reciente encuentro posterior que refiero al comienzo de estas líneas, nos narró Castro Zavala que Edgar Tamayo pidió le pidió que lo ayudara para que el compositor de Los Tigres del Norte escribiera una canción basada en su vida; el resultado fue la aparición de un nuevo éxito musical del famosísimo grupo llamado “Inyección Letal”. Tema que nos puso con micrófono en la comida que luego de escuchar el relato de Pablo, nos conmovió a muchos, su letra. Yo me pregunto: ¿Nosotros, que gozamos de libertad, hacemos buen uso de ella? Edgar no tuvo opción, la mayor parte de su vida la pasó en el Corredor de la Muerte, esperando fecha para su ejecución. Pensando en esas dos horas extras de vida que tuvo Edgar, ¿Acaso apreciamos el don inmenso de la vida en toda su magnitud, así sea la vida que nos haya tocado vivir? No me hagan caso, son simples reflexiones que acuden a mí recordando esas dos horas extras plenas de esperanza que tuvo Edgar Tamayo ya atado a la camilla al final de su vida.

La otra tarde, durante una comida del Seminario de Cultura Mexicana en Cuernavaca, escuchamos a Pablo Castro, líder de morelenses migrantes en E.U., narrar como fueron las últimas horas del morelense Edgar Tamayo Arias.

Ejecutado mediante inyección letal en la prisión de Huntsville, en Texas acusado del asesinado a un policía, Tamayo nunca aceptó el cargo porque luego de una trifulca callejera con los uniformados, a él lo subieron esposado con las manos en la espalda, en el asiento trasero de una patrulla en el momento del crimen. En su caso no sirvió de nada el que se solicitara la intervención del Papa Francisco en dos ocasiones y que incluso intervino; tampoco las veces que se pidió la mediación del Senado estadounidense, ni las miles de peticiones de morelenses tanto en aquel país como desde el nuestro, ni un largo ni, ni… de esfuerzos realizados, sirvieron. Sin embargo, llego a lo que me atañe en estas líneas: a punto de ser ejecutado, su defensa presentó un recurso de apelación, mismo que en ausencia del gobernador Rick Perry, -el gobernador que más ejecuciones a mexicanos ha ordenado-, y al “que no fue posible encontrar para su firma” por estar de vacaciones en Europa, ya que era el único que podía condonar su muerte, la Corte Suprema de los E.U., negó la apelación y la ejecución siguió su curso. Tamayo no sólo impidió que su familia o amigos presenciaran su muerte, tampoco dijo nada antes de la aplicación letal, como usualmente se les permite. Ustedes queridos lectores se podrán preguntar, porqué a 26 años de ocurridos los hechos, calaron en mí de manera honda esas dos horas de vida que ganó Edgar si finalmente murió. Y las palabras de su madre a todos los que intervinieron para salvarlo, al momento de su entierro en Miacatlán, Morelos, me dio la respuesta: “No tengo cómo pagar esas dos horas de retraso en su ejecución. Esas dos horas de vida que le dieron a mi hijo, fueron dos horas de esperanza para su familia y para mi hijo”. Al escribir estas líneas, me quedo un momento pensando, me paro de mi escritorio y tomo el maravilloso libro “La Vida en busca de Sentido”, de Víktor Frankl, considerado el padre de la Logoterapia, tercera corriente psicoanalítica, creada en el siglo XX, tras la de Carl Gustav Jung y Sigmund Freud. Franckl, un joven médico recién graduado en la Alemania Nazi, con un promisorio futuro, luego de que se negara a salir a E.U. con un salvoconducto personal para no abandonar a su familia, y ya todos recluidos en un campo de concentración perdiera a esposa embarazada de su primer hijo, padres, hermanos y a toda su familia y él sobreviviera. Al salir se preguntó una y otra vez: ¿Cómo lograr volver a encontrar el sentido a la vida?. Estas reflexiones, investigaciones y toda su formación académica dieron como resultado el nacimiento de la Logoterapia, esa tercera corriente del pensamiento, de la mente y de los sentimientos. En ella, Fankl, asegura que sí es posible hacerlo porque aún en las peores circunstancias, uno tiene la libertad de pensar y esa nadie te la puede arrebatar. Y a grandes rasgos, aún del peor sufrimiento se puede encontrar una razón para vivir. Todo esto pensaba recordando a la madre de Edgar Tamayo. Y recurro a la información ya que dado que el sentido a la vida constituye una cuestión filosófica sobre el objetivo y el significado de la existencia, leo que ha sido una cuestión de un gran estudio filosófico, científico, psicológico, teológico e incluso literario a lo largo de los siglos. Punto y aparte, a quien no lo haya leído, les recomiendo la lectura del libro si les interesa ahondar en el tema. Fíjense que en el reciente encuentro posterior que refiero al comienzo de estas líneas, nos narró Castro Zavala que Edgar Tamayo pidió le pidió que lo ayudara para que el compositor de Los Tigres del Norte escribiera una canción basada en su vida; el resultado fue la aparición de un nuevo éxito musical del famosísimo grupo llamado “Inyección Letal”. Tema que nos puso con micrófono en la comida que luego de escuchar el relato de Pablo, nos conmovió a muchos, su letra. Yo me pregunto: ¿Nosotros, que gozamos de libertad, hacemos buen uso de ella? Edgar no tuvo opción, la mayor parte de su vida la pasó en el Corredor de la Muerte, esperando fecha para su ejecución. Pensando en esas dos horas extras de vida que tuvo Edgar, ¿Acaso apreciamos el don inmenso de la vida en toda su magnitud, así sea la vida que nos haya tocado vivir? No me hagan caso, son simples reflexiones que acuden a mí recordando esas dos horas extras plenas de esperanza que tuvo Edgar Tamayo ya atado a la camilla al final de su vida.

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