/ martes 5 de julio de 2022

Vida y muerte de la democracia

En la obra de Guillermo O’Donnell “Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas”, el proceso de transición es definido como el intervalo que va de un cambio de régimen a otro. De ello inferimos que no necesariamente se desemboca en un proceso de liberalización, entendido por el mismo autor como la ampliación de las garantías, derechos y libertades de los ciudadanos, y mucho menos en la democratización, con la entrega del poder a otro grupo pacíficamente, sin necesidad de un derrocamiento.

El problema de estos tres procesos, el de transición, liberalización y democratización estriba en el hecho de que no existen delimitaciones claras ni hay reglas específicas para su concreción. Obedecen a los intereses de los actores políticos escudados en aquellos a quienes dicen representar, definiéndose reglas emergentes que no por fuerza tienen que ser ni desembocar en la democratización. Más aún: los riesgos de regresión autoritaria están siempre latentes, en la lucha por acotar a los gobernantes autoritarios que tienen poder discrecional, a fin de alcanzar mayores garantías individuales y de grupos.

Condición indispensable para la liberalización es que tanto actores políticos como sociedad crean en el proceso. En todo momento existe, lamentablemente, el riesgo de que se haya fracasado. Para que prospere la liberalización, condiciones indispensables son la no existencia de movimientos violentos, puesto que eso reduce sus posibilidades. No obstante, consideramos que es muy difícil que un régimen autoritario abdique o transfiera el poder si no se ve acorralado a ello.

En todo caso, la transferencia del poder se realiza bajo el control del estado a una facción partidaria, o a opositores no radicales, jamás –de preferencia- por derrocamiento o la entrega a antagonistas radicales. Es de entenderse, por una parte, que bajo estos términos el régimen autoritario saliente queda impune, y por otra parte, que las sanciones a los dictadores y sus equipos de gobierno desincentivan el traslado del poder.

El proceso de evolución democrática está en riesgo en nuestro país, dado el desempeño del monarca sexenal absoluto (la categoría de Don Daniel Cosío Villegas) con un personalismo que se apropia de la vida pública.

Habitamos una coyuntura crítica con una élite política que pretende estabilizar su proyecto de involución que, pasa por desaparecer los instrumentos de la democracia para que, el nuevo régimen político se abra paso a través de su propuesta de más violencia política que, al mismo tiempo cuestiona por ejemplo, al sector social de los jóvenes para rescatar con las elecciones el alma del país y, evitar la muerte de la democracia, escenario que prospera en sociedades apáticas, dirá John Keane.

Facebook: Daniel Adame Osorio.

Instagram: @danieladameosorio.

Twitter: @Danieldao1

En la obra de Guillermo O’Donnell “Conclusiones tentativas sobre las democracias inciertas”, el proceso de transición es definido como el intervalo que va de un cambio de régimen a otro. De ello inferimos que no necesariamente se desemboca en un proceso de liberalización, entendido por el mismo autor como la ampliación de las garantías, derechos y libertades de los ciudadanos, y mucho menos en la democratización, con la entrega del poder a otro grupo pacíficamente, sin necesidad de un derrocamiento.

El problema de estos tres procesos, el de transición, liberalización y democratización estriba en el hecho de que no existen delimitaciones claras ni hay reglas específicas para su concreción. Obedecen a los intereses de los actores políticos escudados en aquellos a quienes dicen representar, definiéndose reglas emergentes que no por fuerza tienen que ser ni desembocar en la democratización. Más aún: los riesgos de regresión autoritaria están siempre latentes, en la lucha por acotar a los gobernantes autoritarios que tienen poder discrecional, a fin de alcanzar mayores garantías individuales y de grupos.

Condición indispensable para la liberalización es que tanto actores políticos como sociedad crean en el proceso. En todo momento existe, lamentablemente, el riesgo de que se haya fracasado. Para que prospere la liberalización, condiciones indispensables son la no existencia de movimientos violentos, puesto que eso reduce sus posibilidades. No obstante, consideramos que es muy difícil que un régimen autoritario abdique o transfiera el poder si no se ve acorralado a ello.

En todo caso, la transferencia del poder se realiza bajo el control del estado a una facción partidaria, o a opositores no radicales, jamás –de preferencia- por derrocamiento o la entrega a antagonistas radicales. Es de entenderse, por una parte, que bajo estos términos el régimen autoritario saliente queda impune, y por otra parte, que las sanciones a los dictadores y sus equipos de gobierno desincentivan el traslado del poder.

El proceso de evolución democrática está en riesgo en nuestro país, dado el desempeño del monarca sexenal absoluto (la categoría de Don Daniel Cosío Villegas) con un personalismo que se apropia de la vida pública.

Habitamos una coyuntura crítica con una élite política que pretende estabilizar su proyecto de involución que, pasa por desaparecer los instrumentos de la democracia para que, el nuevo régimen político se abra paso a través de su propuesta de más violencia política que, al mismo tiempo cuestiona por ejemplo, al sector social de los jóvenes para rescatar con las elecciones el alma del país y, evitar la muerte de la democracia, escenario que prospera en sociedades apáticas, dirá John Keane.

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