/ lunes 21 de mayo de 2018

Debate: culpemos al formato…

Dado el éxito en rating que, por diversas plataformas, parece haber alcanzado el segundo debate de candidatos a la presidencia de la República, ya hay quienes en Morelos se pronuncian por adoptar un formato similar para el ejercicio que tendrán que hacer los ocho candidatos al gobierno del estado, lo que si bien parece una buena ocurrencia, plantea retos que vuelven hasta probablemente inoperante ese tipo de encuentro entre candidatos al gobierno estatal.


No me malentiendan, por supuesto que suspendería una noche de series en Netflix con tal de ver a Cuauhtémoc Blanco no responder preguntas del público, o enfrascarse en una discusión de forma con algún conductor de debates. También sería todo un suceso ver a Rodrigo Gayosso y Víctor Caballero intercambiando acusaciones en tono de dandis, y a Jorge Meade dirigirse a una audiencia mientras camina frente a sus adversarios. Por supuesto que valdría la pena ver si Fidel Demédicis puede relajarse en un estudio de televisión y evitar sonar como una mala copia de grabaciones de las joyas discursivas de Luis Echeverría. Sería genial ver a Nadia invitando a los otros a sumarse a su eventual gabinete mientras se observan los rostros de cada uno de sus rivales divertidos frente al ocurrente chistorete. Y muchos podrían volver a dormir después de conocer a Mario Rojas Alba y escuchar su voz pausada. Pero si nos fijamos en la longitud de este párrafo, probablemente empecemos a entender el problema.


Son demasiados participantes para un programa que permita preguntas del público, interacción entre los ponentes, y debate abierto. Si algo nos ha enseñado la experiencia de este domingo y las de ejercicios similares que se realizan en otras naciones, es que el formato de debate abierto con preguntas del público es sumamente útil y atractivo partiendo de algunas condiciones: primero, que los candidatos sean menos de cuatro; segundo, que las propuestas que habrán de ser debatidas hayan sido esbozadas previamente ante las audiencias (no se trata de ejercicios para presentar, sino para debatir propuestas); tercero, que los moderadores procuren que los temas de debate sean los que ocupen el centro del discurso de los candidatos; cuarto, que el director de cámaras sea un verdadero especialista en reality tv (¿cómo pudo perder el del INE el momento del abrazo?). Si no se cumplen por lo menos estos presupuestos, el formato resulta una suerte de bodrio como de Dr. Phil, o Señorita Laura, y acaba privilegiando el escándalo sobre la propuesta. Y cuidado con el electorado, porque las audiencias son como monstruos que, una vez que han olido la sangre, no pararán hasta acabar con el herido.


Estas deficiencias en los presupuestos, combinadas con el propio formato y la sed de sangre de una audiencia que ha sido sobreexpuesta a lo peor de la política, la ekistocracia que recién categorizó Michelangelo Bovero, y el afán de los candidatos por satisfacer esa sed de sangre, hicieron brillar al “Bronco” un candidato que hace poco proponía cortar las manos a los ladrones, como si fuera el Henry Kissinger de la política interna mexicana que logró el abrazo de dos fantoches, López Obrador y Ricardo Anaya, que fueron a intercambiar diatribas que sólo por la diferencia de edad entre ambos no recordaron a aquellos Grumpy Old Men. Curioso porque con todo y que lució en la propuesta y se mostró con una personalidad mucho más de líder al perfil medio burócrata que habría tenido en casi toda la campaña, José Antonio Meade no acaba de permear, lo que remite a una resistencia de grandes franjas del electorado a recibir su mensaje. En cambio, los seguidores de Anaya aplauden las balconeadas a López Obrador, y los de éste celebran los apodos de patio de primaria que el tabasqueño pone a Ricardo.


Ese es el nivel de la política nacional, o a lo mejor es sólo el formato…


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Dado el éxito en rating que, por diversas plataformas, parece haber alcanzado el segundo debate de candidatos a la presidencia de la República, ya hay quienes en Morelos se pronuncian por adoptar un formato similar para el ejercicio que tendrán que hacer los ocho candidatos al gobierno del estado, lo que si bien parece una buena ocurrencia, plantea retos que vuelven hasta probablemente inoperante ese tipo de encuentro entre candidatos al gobierno estatal.


No me malentiendan, por supuesto que suspendería una noche de series en Netflix con tal de ver a Cuauhtémoc Blanco no responder preguntas del público, o enfrascarse en una discusión de forma con algún conductor de debates. También sería todo un suceso ver a Rodrigo Gayosso y Víctor Caballero intercambiando acusaciones en tono de dandis, y a Jorge Meade dirigirse a una audiencia mientras camina frente a sus adversarios. Por supuesto que valdría la pena ver si Fidel Demédicis puede relajarse en un estudio de televisión y evitar sonar como una mala copia de grabaciones de las joyas discursivas de Luis Echeverría. Sería genial ver a Nadia invitando a los otros a sumarse a su eventual gabinete mientras se observan los rostros de cada uno de sus rivales divertidos frente al ocurrente chistorete. Y muchos podrían volver a dormir después de conocer a Mario Rojas Alba y escuchar su voz pausada. Pero si nos fijamos en la longitud de este párrafo, probablemente empecemos a entender el problema.


Son demasiados participantes para un programa que permita preguntas del público, interacción entre los ponentes, y debate abierto. Si algo nos ha enseñado la experiencia de este domingo y las de ejercicios similares que se realizan en otras naciones, es que el formato de debate abierto con preguntas del público es sumamente útil y atractivo partiendo de algunas condiciones: primero, que los candidatos sean menos de cuatro; segundo, que las propuestas que habrán de ser debatidas hayan sido esbozadas previamente ante las audiencias (no se trata de ejercicios para presentar, sino para debatir propuestas); tercero, que los moderadores procuren que los temas de debate sean los que ocupen el centro del discurso de los candidatos; cuarto, que el director de cámaras sea un verdadero especialista en reality tv (¿cómo pudo perder el del INE el momento del abrazo?). Si no se cumplen por lo menos estos presupuestos, el formato resulta una suerte de bodrio como de Dr. Phil, o Señorita Laura, y acaba privilegiando el escándalo sobre la propuesta. Y cuidado con el electorado, porque las audiencias son como monstruos que, una vez que han olido la sangre, no pararán hasta acabar con el herido.


Estas deficiencias en los presupuestos, combinadas con el propio formato y la sed de sangre de una audiencia que ha sido sobreexpuesta a lo peor de la política, la ekistocracia que recién categorizó Michelangelo Bovero, y el afán de los candidatos por satisfacer esa sed de sangre, hicieron brillar al “Bronco” un candidato que hace poco proponía cortar las manos a los ladrones, como si fuera el Henry Kissinger de la política interna mexicana que logró el abrazo de dos fantoches, López Obrador y Ricardo Anaya, que fueron a intercambiar diatribas que sólo por la diferencia de edad entre ambos no recordaron a aquellos Grumpy Old Men. Curioso porque con todo y que lució en la propuesta y se mostró con una personalidad mucho más de líder al perfil medio burócrata que habría tenido en casi toda la campaña, José Antonio Meade no acaba de permear, lo que remite a una resistencia de grandes franjas del electorado a recibir su mensaje. En cambio, los seguidores de Anaya aplauden las balconeadas a López Obrador, y los de éste celebran los apodos de patio de primaria que el tabasqueño pone a Ricardo.


Ese es el nivel de la política nacional, o a lo mejor es sólo el formato…


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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