/ domingo 19 de julio de 2020

Demasiado pedir

Uno de los argumentos más falaces para no ejercer acciones severas contra el avance del COVID-19 es considerar más importante el daño la economía que la muerte de lo que consideran una pequeña fracción de la población. Más allá del dilema ético que representa esta falsa dicotomía entre la vida y la economía, las evidencias con las que contamos actualmente nos dicen que el daño por la pandemia va a ser todavía más profundo y más parecido a un periodo de pos-guerra que a cualquier otro tipo de contingencia que hayamos vivido.

Para entenderlo mejor es preciso saber que el número de muertes producida por COVID-19 depende más de la calidad del servicio médico que de otra consideración y que la calidad no consiste solamente en contar con camas o ventiladores disponibles sino con el personal clínico para diagnóstico, médico, de enfermería y otros servicios, capacitado y en número suficiente.

La tasa de letalidad de COVID-19 en México es de las más altas del mundo y la de Morelos ha llegado a ser la más alta de México con 21% actualmente. Ese dato es considerando solamente los decesos que contaban con un dictamen positivo de la presencia del virus al momento de la emisión del certificado de defunción. El número real podría ser más alto todavía.

El mismo comportamiento se observa alrededor del personal de salud. Mientras que en el resto del mundo el 7% de todos los casos positivos detectados de COVID-19 corresponden a trabajadores de la salud, en México supera el 19%, doce puntos porcentuales por arriba de la media mundial. En Morelos se han identificado 563 casos positivos para COVID-19 con 23 decesos. Aunque se traten de casos leves o asintomáticos, el sector salud pierde personal altamente especializado imposible de reemplazar en el corto plazo, debilitándose.

El impacto social y económico de una muerte es imponderable, sin embargo la situación en México es peor que en otros países pues aquí la mayoría de los decesos corresponde a hombres entre 35 y 50 años, es decir, a los proveedores. Pero las consecuencia negativas no serán solamente por quienes mueren sino también por quienes sobrevivan.

Estudios recientes indican que casi la mitad de los pacientes recuperados de COVID-19 siguen presentando síntomas como fatiga, dificultad para respirar y confusión semanas después de haber sido dados de alta. Peor aún, también hay evidencia de afectaciones pulmonares. Esto coincide con lo que sabemos de otros padecimientos relacionados como son SARS-CoV-1 y MERS en los cuales un tercio de los pacientes recuperados presentaron fibrosis pulmonar crónica.

Comienzan también a aparecer evidencias de daño en riñones y corazón así como una proporción aún no determinada de afectaciones neurológicas y neuropsiquiátricas. Aunque hacen falta más estudios, simplemente tomando en cuenta los números tan grandes de personas infectadas, aún cuadros leves tendrán consecuencias graves en la población.

De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional el PIB de nuestro país tendrá un retroceso de más del 10% en este año. Lo que no nos dicen es que esta tendencia continuará hasta que no haya una vacuna y solo entonces podremos comenzar a pensar en una recuperación que será más lenta cuanto mayor sea la proporción de pacientes recuperados con afectaciones.

Sin salud no hay economía, las reactivaciones arbitrarias y desordenadas delas actividades agravarán el impacto de la enfermedad a corto plazo en la salud de las personas y a largo plazo retrasando, de una manera todavía imposible de saber, la recuperación económica. Es ahora, más que nunca, que requerimos que los gobiernos tomen medidas severas pero oportunas basadas en evidencia científica. Pero parece que es demasiado pedir.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

https://www.facebook.com/BValderramaB/

Uno de los argumentos más falaces para no ejercer acciones severas contra el avance del COVID-19 es considerar más importante el daño la economía que la muerte de lo que consideran una pequeña fracción de la población. Más allá del dilema ético que representa esta falsa dicotomía entre la vida y la economía, las evidencias con las que contamos actualmente nos dicen que el daño por la pandemia va a ser todavía más profundo y más parecido a un periodo de pos-guerra que a cualquier otro tipo de contingencia que hayamos vivido.

Para entenderlo mejor es preciso saber que el número de muertes producida por COVID-19 depende más de la calidad del servicio médico que de otra consideración y que la calidad no consiste solamente en contar con camas o ventiladores disponibles sino con el personal clínico para diagnóstico, médico, de enfermería y otros servicios, capacitado y en número suficiente.

La tasa de letalidad de COVID-19 en México es de las más altas del mundo y la de Morelos ha llegado a ser la más alta de México con 21% actualmente. Ese dato es considerando solamente los decesos que contaban con un dictamen positivo de la presencia del virus al momento de la emisión del certificado de defunción. El número real podría ser más alto todavía.

El mismo comportamiento se observa alrededor del personal de salud. Mientras que en el resto del mundo el 7% de todos los casos positivos detectados de COVID-19 corresponden a trabajadores de la salud, en México supera el 19%, doce puntos porcentuales por arriba de la media mundial. En Morelos se han identificado 563 casos positivos para COVID-19 con 23 decesos. Aunque se traten de casos leves o asintomáticos, el sector salud pierde personal altamente especializado imposible de reemplazar en el corto plazo, debilitándose.

El impacto social y económico de una muerte es imponderable, sin embargo la situación en México es peor que en otros países pues aquí la mayoría de los decesos corresponde a hombres entre 35 y 50 años, es decir, a los proveedores. Pero las consecuencia negativas no serán solamente por quienes mueren sino también por quienes sobrevivan.

Estudios recientes indican que casi la mitad de los pacientes recuperados de COVID-19 siguen presentando síntomas como fatiga, dificultad para respirar y confusión semanas después de haber sido dados de alta. Peor aún, también hay evidencia de afectaciones pulmonares. Esto coincide con lo que sabemos de otros padecimientos relacionados como son SARS-CoV-1 y MERS en los cuales un tercio de los pacientes recuperados presentaron fibrosis pulmonar crónica.

Comienzan también a aparecer evidencias de daño en riñones y corazón así como una proporción aún no determinada de afectaciones neurológicas y neuropsiquiátricas. Aunque hacen falta más estudios, simplemente tomando en cuenta los números tan grandes de personas infectadas, aún cuadros leves tendrán consecuencias graves en la población.

De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional el PIB de nuestro país tendrá un retroceso de más del 10% en este año. Lo que no nos dicen es que esta tendencia continuará hasta que no haya una vacuna y solo entonces podremos comenzar a pensar en una recuperación que será más lenta cuanto mayor sea la proporción de pacientes recuperados con afectaciones.

Sin salud no hay economía, las reactivaciones arbitrarias y desordenadas delas actividades agravarán el impacto de la enfermedad a corto plazo en la salud de las personas y a largo plazo retrasando, de una manera todavía imposible de saber, la recuperación económica. Es ahora, más que nunca, que requerimos que los gobiernos tomen medidas severas pero oportunas basadas en evidencia científica. Pero parece que es demasiado pedir.


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