/ viernes 6 de mayo de 2022

El asesino, caníbal y esquizofrénico Gumaro

En medio del frenesí. Del delirio y del olor a sangre. Gumaro se entregó fielmente a una de sus alucinaciones. Solo que esta vez no era una fantasía. El pobre y tonto chico cayó ante la falsa promesa de un viejo brujo maya que le había pedido la sangre de tres personas a cambio de la inmortalidad.

Lentamente antes de llegar al día rojo. Gumaro de Dios Arias fue preparando el camino que lo llevó a ser famoso más allá de su natal Azucena, Villahermosa, Tabasco.

La ocasión había llegado. El momento era idóneo. Todos los excesos estaban permitidos. El consumo de alcohol y drogas, lo arrastraron a cometer la peor de las atrocidades.

En medio de la enajenación, a Gumaro y a Raúl González alias “el pelón”, los unía la mezcla de compañerismo, camaradería y en especial, por el gusto de llevar a otro nivel, sus vicios.

Poco a poco pasaron de la confianza, a la intimidad. Pronto, se mudaron juntos a una palapa abandonada a 100 metros del kilómetro 216 de la carretera Chetumal- Playa del Carmen.

Cabe mencionar que esta obra era parte de una empresa inmobiliaria, que había sido destinada a crear un fraccionamiento residencial. Pero, que estaba momentáneamente desocupada.

Ni Gumaro, ni Raúl trabajaban, no tenían un medio mediante cual obtuvieran ingresos. Así que ambos se iban a la zona costera a robar objetos de valor de algunas casas. En ocasiones, iban a sitios turísticos para venderse sexualmente a cambio de dinero.

Fue hasta aquel 12 de diciembre de 2004, cuando se efectuó el sangriento episodio de Gumaro de Dios. Ese día, como ya era costumbre. Raúl “el pelón” y Gumaro estaban consumiendo sustancias ilícitas y bebidas embriagantes.

Llegó un punto en el que no hubo más botellas por compartir. Así que Gumaro recordó que Raúl, su amante, le debía 500 pesos, exigiéndole dicha cantidad para ir a comprar más licor.

Raúl respondió con una rotunda negación, pues no contaba con moneda alguna. Ese hecho, molestó a Gumaro al grado de tomar un cable eléctrico grueso, posteriormente, comenzó a golpearlo hasta que “el pelón” se desmayó.

Al abrir los ojos, Raúl se percató que estaba atado y colgado de los pies a una viga.

Gumaro, insistía. Quería que le pagara su dinero, y en suma estar drogado, aturdido y a la vez colérico, era una pésima combinación. Por consiguiente, de nuevo lo atacó. Tomó un block de concreto y se lo arrojó a la cabeza. El cable con el que había atado los pies al travesaño no resistió y cayó. Una vez en el suelo le pegó sin parar. Hasta que se dio cuenta que su cabeza se veía aplastada.

No obstante, Raúl mostraba señales de seguir vivo. Los dedos de sus manos reflejaban movimiento, mientras que las costillas, jadeaban el poco aire que podía inhalar. Así que Gumaro, decidió quitarle de una vez por todas, la vida.

Agarró el cable, lo puso alrededor de su cuello. Jaló enérgicamente hasta que dejó de moverse. Y ya, por último, lo volvió a colgar.

A pesar de que las horas transcurrieron sigilosas. El asesinato de Raúl había desquiciado por completo a Gumaro.

La noche se instaló. Y fue el instante en que Gumaro decidió comérselo. Cogió un cuchillo y empezó a cortarlo en pedazos. Inclusive, le extrajo las vísceras.

Al día siguiente, esculcó las pertenencias del difunto, encontró un poco de dinero y se fue al mercado a comprar algunos ingredientes. Cuando regresó, prendió la parrilla. Asó el corazón, algunas costillas y un riñón.

En otra olla, puso las vísceras con una cantidad suficiente de agua para preparar un caldo. También cortó en filetes del muslo izquierdo. La grasa la colocó en un sartén, donde calentó tortillas.

Todo el fin de semana se alimentó de la carne del extinto, Raúl González.

Lo que Gumaro no esperaba, era la visita de un amigo ajeno al ajetreo cotidiano, apodado “la parca”, este último regó como pólvora lo que había pasado en aquella palapa, en toda la comunidad.

// La policía llegó //

El martes 14 de diciembre de 2004, ocho agentes del grupo denominado Jabalí, acudieron hasta el sitio indicado, tras el reporte de un hecho bastante inusual, algo que muy pocas veces se puede presenciar.

Aunque este tipo de eventos han ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad, se trata de acontecimientos despreciables. Me refiero a la práctica de alimentarse de seres de la misma especie: canibalismo.

Cuando estos policías entraron al lugar se encontraron con una escena más que increíble. Una de las más espeluznantes y que estoy segura, jamás olvidarán. Siendo el protagonista de este relato, Gumaro de Dios Arias, quien al interior de la cocina de la construcción, tenía diferentes guisos que llevaban un peculiar ingrediente, la carne de un hombre.

Debo confesar que desde que escuché algunos pasajes de la historia de Gumaro, quedé impactada y fuertemente atraída. Luego, la curiosidad me llevó a leer un libro dedicado a una gran parte de su vida “Gumaro de Dios, El Caníbal”.

El gran periodista mexicano, Alejandro Almazán, tuvo la oportunidad de conocerlo. De entrevistarlo e incluso de establecer un vínculo cercano con el célebre “Caníbal de Playa del Carmen”, a quien visitó un par de veces, en el Centro Federal de Rehabilitación Psicosocial, ubicado en Ayala, Morelos.

Rápidamente, acaparó los encabezados de los principales periódicos de todo el país. El afamado caníbal de Playa del Carmen, Gumaro, se atrevía a hacer gala del terror que había cosechado en todo México y declaraba “se me ocurrió sacarle todo lo de adentro, el corazón, el bofe, las costillas, estaba rico. Sabía a borrego, por eso me comí el riñón”.

En septiembre de 2008, fue enviado de vuelta al Centro de Readaptación Social de Chetumal, donde lo aislaron de los demás presos, pues todos los reclusos le tenían miedo. Finalizando sus días en una celda especial.

Varios estudios practicados a Gumaro, documentaron que sufría esquizofrenia paranoide. Y pese a ser tratado con ciertos métodos clínicos, como era de esperarse, no hubo mejoría.

Entonces el joven Gumaro no cumplió su promesa al hechicero maya. Antes de ejecutar su tercer deseo, fue diagnosticado con el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH). El 12 de septiembre de 2012, murió en el Hospital General de Chetumal a la edad de 34 años.


En medio del frenesí. Del delirio y del olor a sangre. Gumaro se entregó fielmente a una de sus alucinaciones. Solo que esta vez no era una fantasía. El pobre y tonto chico cayó ante la falsa promesa de un viejo brujo maya que le había pedido la sangre de tres personas a cambio de la inmortalidad.

Lentamente antes de llegar al día rojo. Gumaro de Dios Arias fue preparando el camino que lo llevó a ser famoso más allá de su natal Azucena, Villahermosa, Tabasco.

La ocasión había llegado. El momento era idóneo. Todos los excesos estaban permitidos. El consumo de alcohol y drogas, lo arrastraron a cometer la peor de las atrocidades.

En medio de la enajenación, a Gumaro y a Raúl González alias “el pelón”, los unía la mezcla de compañerismo, camaradería y en especial, por el gusto de llevar a otro nivel, sus vicios.

Poco a poco pasaron de la confianza, a la intimidad. Pronto, se mudaron juntos a una palapa abandonada a 100 metros del kilómetro 216 de la carretera Chetumal- Playa del Carmen.

Cabe mencionar que esta obra era parte de una empresa inmobiliaria, que había sido destinada a crear un fraccionamiento residencial. Pero, que estaba momentáneamente desocupada.

Ni Gumaro, ni Raúl trabajaban, no tenían un medio mediante cual obtuvieran ingresos. Así que ambos se iban a la zona costera a robar objetos de valor de algunas casas. En ocasiones, iban a sitios turísticos para venderse sexualmente a cambio de dinero.

Fue hasta aquel 12 de diciembre de 2004, cuando se efectuó el sangriento episodio de Gumaro de Dios. Ese día, como ya era costumbre. Raúl “el pelón” y Gumaro estaban consumiendo sustancias ilícitas y bebidas embriagantes.

Llegó un punto en el que no hubo más botellas por compartir. Así que Gumaro recordó que Raúl, su amante, le debía 500 pesos, exigiéndole dicha cantidad para ir a comprar más licor.

Raúl respondió con una rotunda negación, pues no contaba con moneda alguna. Ese hecho, molestó a Gumaro al grado de tomar un cable eléctrico grueso, posteriormente, comenzó a golpearlo hasta que “el pelón” se desmayó.

Al abrir los ojos, Raúl se percató que estaba atado y colgado de los pies a una viga.

Gumaro, insistía. Quería que le pagara su dinero, y en suma estar drogado, aturdido y a la vez colérico, era una pésima combinación. Por consiguiente, de nuevo lo atacó. Tomó un block de concreto y se lo arrojó a la cabeza. El cable con el que había atado los pies al travesaño no resistió y cayó. Una vez en el suelo le pegó sin parar. Hasta que se dio cuenta que su cabeza se veía aplastada.

No obstante, Raúl mostraba señales de seguir vivo. Los dedos de sus manos reflejaban movimiento, mientras que las costillas, jadeaban el poco aire que podía inhalar. Así que Gumaro, decidió quitarle de una vez por todas, la vida.

Agarró el cable, lo puso alrededor de su cuello. Jaló enérgicamente hasta que dejó de moverse. Y ya, por último, lo volvió a colgar.

A pesar de que las horas transcurrieron sigilosas. El asesinato de Raúl había desquiciado por completo a Gumaro.

La noche se instaló. Y fue el instante en que Gumaro decidió comérselo. Cogió un cuchillo y empezó a cortarlo en pedazos. Inclusive, le extrajo las vísceras.

Al día siguiente, esculcó las pertenencias del difunto, encontró un poco de dinero y se fue al mercado a comprar algunos ingredientes. Cuando regresó, prendió la parrilla. Asó el corazón, algunas costillas y un riñón.

En otra olla, puso las vísceras con una cantidad suficiente de agua para preparar un caldo. También cortó en filetes del muslo izquierdo. La grasa la colocó en un sartén, donde calentó tortillas.

Todo el fin de semana se alimentó de la carne del extinto, Raúl González.

Lo que Gumaro no esperaba, era la visita de un amigo ajeno al ajetreo cotidiano, apodado “la parca”, este último regó como pólvora lo que había pasado en aquella palapa, en toda la comunidad.

// La policía llegó //

El martes 14 de diciembre de 2004, ocho agentes del grupo denominado Jabalí, acudieron hasta el sitio indicado, tras el reporte de un hecho bastante inusual, algo que muy pocas veces se puede presenciar.

Aunque este tipo de eventos han ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad, se trata de acontecimientos despreciables. Me refiero a la práctica de alimentarse de seres de la misma especie: canibalismo.

Cuando estos policías entraron al lugar se encontraron con una escena más que increíble. Una de las más espeluznantes y que estoy segura, jamás olvidarán. Siendo el protagonista de este relato, Gumaro de Dios Arias, quien al interior de la cocina de la construcción, tenía diferentes guisos que llevaban un peculiar ingrediente, la carne de un hombre.

Debo confesar que desde que escuché algunos pasajes de la historia de Gumaro, quedé impactada y fuertemente atraída. Luego, la curiosidad me llevó a leer un libro dedicado a una gran parte de su vida “Gumaro de Dios, El Caníbal”.

El gran periodista mexicano, Alejandro Almazán, tuvo la oportunidad de conocerlo. De entrevistarlo e incluso de establecer un vínculo cercano con el célebre “Caníbal de Playa del Carmen”, a quien visitó un par de veces, en el Centro Federal de Rehabilitación Psicosocial, ubicado en Ayala, Morelos.

Rápidamente, acaparó los encabezados de los principales periódicos de todo el país. El afamado caníbal de Playa del Carmen, Gumaro, se atrevía a hacer gala del terror que había cosechado en todo México y declaraba “se me ocurrió sacarle todo lo de adentro, el corazón, el bofe, las costillas, estaba rico. Sabía a borrego, por eso me comí el riñón”.

En septiembre de 2008, fue enviado de vuelta al Centro de Readaptación Social de Chetumal, donde lo aislaron de los demás presos, pues todos los reclusos le tenían miedo. Finalizando sus días en una celda especial.

Varios estudios practicados a Gumaro, documentaron que sufría esquizofrenia paranoide. Y pese a ser tratado con ciertos métodos clínicos, como era de esperarse, no hubo mejoría.

Entonces el joven Gumaro no cumplió su promesa al hechicero maya. Antes de ejecutar su tercer deseo, fue diagnosticado con el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH). El 12 de septiembre de 2012, murió en el Hospital General de Chetumal a la edad de 34 años.