/ jueves 19 de septiembre de 2019

El daño a la esperanza

Conmemorar significa recordar públicamente; pero el recuerdo es difícil cuando no se ha olvidado.

El conjunto de rituales relativos al sismo del 19 de septiembre de 2017, tienen como común denominador que aún se celebran sobre los escombros, reales o simbólicos de lo que fue Morelos hasta unos minutos antes de las trece horas con catorce minutos de ese martes en que la tierra se abrió en muchos sitios, edificios se derrumbaron y 74 personas perdieron la vida en el estado. Entonces se decía que todo el estado, entonces dividido en 33 municipios, era una zona de desastre y que el movimiento había dañado a 23 mil viviendas y 300 edificios y monumentos históricos. Hoy sabemos que el daño fue mucho más profundo.

El sismo, y el posterior periodo de asistencia limpieza, y luego la reconstrucción, evidenciaron acabaron por dar al traste a la mayor parte de la fe ciudadana; la esperanza se fue perdiendo en la misma medida en que se conocían historias de negligencia, abandono y corrupción, de las que hay denuncias cuyo avance es tan lento como al reconstrucción prometida. En lo político es cierto que los bonos del entonces gobernador, Graco Ramírez ya eran profundamente bajos, pero luego del sismo entraron en barrena, igual que los del resto de una clase política que quiso aprovechar el desastre y fue desde el principio rebasada por los ciudadanos.

La magnitud del desastre no explicaría por sí misma la llegada de nuevos cuadros políticos a la escena morelense, pero si hubo un punto que sirvió para reforzar la decisión de miles de ciudadanos para optar por nuevas opciones políticas fue el 19 de septiembre y los días posteriores que hicieron pública la forma de administrar el desastre de los gobiernos federal, estatal y municipales, de los legisladores, de las dirigencias de los partidos políticos y de los liderazgos tradicionales. Curioso que ninguno de quienes, desde la ciudadanía se dieron el tiempo y la voluntad suficientes para organizar la gran movilización social para atender a los miles de damnificados haya optado por una carrera política, lo que evidencia más el agotamiento de izquierdas y derechas incapaces de reclutar nuevos cuadros, que la falta de interés de los ciudadanos involucrados en las tareas de ayuda.

Cierto que nadie estaba preparado para la magnitud de la tragedia, aunque esa frase no debiera aplicar para los gobiernos, la usan como excusa para la inoperancia absoluta que mostraron en las primeras horas posteriores al terremoto, y para las evidentes omisiones en la ayuda a muchas colonias en diversos municipios. Los trabajos periodísticos de hoy demuestran que hay familias que aún no reciben la atención prometida por semanas y meses desde los gobiernos. Los municipios se han hecho a un lado de las tareas de reconstrucción, sumidos en sus propias crisis financieras; el gobierno estatal apenas revivió el organismo Unidos por Morelos, que supone coordinar el apoyo a los afectados por el sismo; y el gobierno federal ha detenido los apoyos para la reconstrucción durante los últimos doce meses.

El tamaño de la catástrofe fue tal que aún hay sitios en Morelos en los que no se ha recogido mayor cosa, los escombros físicos son menores, sin embargo, que los de la moral pública en una entidad que ha sido azotada por la corrupción de autoridades, por la violencia criminal, y por la renuncia a los valores que más requerimos como sociedad: la confianza, fe, honestidad, solidaridad, a los que algunos han convertido en un jugoso negocio personal. En medio de este nuevo desastre, conviene iniciar una nueva reconstrucción, una que pase por el espíritu de los morelenses y para la que no se requiere de los políticos, aunque son los primeros que debieran reformarse.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Conmemorar significa recordar públicamente; pero el recuerdo es difícil cuando no se ha olvidado.

El conjunto de rituales relativos al sismo del 19 de septiembre de 2017, tienen como común denominador que aún se celebran sobre los escombros, reales o simbólicos de lo que fue Morelos hasta unos minutos antes de las trece horas con catorce minutos de ese martes en que la tierra se abrió en muchos sitios, edificios se derrumbaron y 74 personas perdieron la vida en el estado. Entonces se decía que todo el estado, entonces dividido en 33 municipios, era una zona de desastre y que el movimiento había dañado a 23 mil viviendas y 300 edificios y monumentos históricos. Hoy sabemos que el daño fue mucho más profundo.

El sismo, y el posterior periodo de asistencia limpieza, y luego la reconstrucción, evidenciaron acabaron por dar al traste a la mayor parte de la fe ciudadana; la esperanza se fue perdiendo en la misma medida en que se conocían historias de negligencia, abandono y corrupción, de las que hay denuncias cuyo avance es tan lento como al reconstrucción prometida. En lo político es cierto que los bonos del entonces gobernador, Graco Ramírez ya eran profundamente bajos, pero luego del sismo entraron en barrena, igual que los del resto de una clase política que quiso aprovechar el desastre y fue desde el principio rebasada por los ciudadanos.

La magnitud del desastre no explicaría por sí misma la llegada de nuevos cuadros políticos a la escena morelense, pero si hubo un punto que sirvió para reforzar la decisión de miles de ciudadanos para optar por nuevas opciones políticas fue el 19 de septiembre y los días posteriores que hicieron pública la forma de administrar el desastre de los gobiernos federal, estatal y municipales, de los legisladores, de las dirigencias de los partidos políticos y de los liderazgos tradicionales. Curioso que ninguno de quienes, desde la ciudadanía se dieron el tiempo y la voluntad suficientes para organizar la gran movilización social para atender a los miles de damnificados haya optado por una carrera política, lo que evidencia más el agotamiento de izquierdas y derechas incapaces de reclutar nuevos cuadros, que la falta de interés de los ciudadanos involucrados en las tareas de ayuda.

Cierto que nadie estaba preparado para la magnitud de la tragedia, aunque esa frase no debiera aplicar para los gobiernos, la usan como excusa para la inoperancia absoluta que mostraron en las primeras horas posteriores al terremoto, y para las evidentes omisiones en la ayuda a muchas colonias en diversos municipios. Los trabajos periodísticos de hoy demuestran que hay familias que aún no reciben la atención prometida por semanas y meses desde los gobiernos. Los municipios se han hecho a un lado de las tareas de reconstrucción, sumidos en sus propias crisis financieras; el gobierno estatal apenas revivió el organismo Unidos por Morelos, que supone coordinar el apoyo a los afectados por el sismo; y el gobierno federal ha detenido los apoyos para la reconstrucción durante los últimos doce meses.

El tamaño de la catástrofe fue tal que aún hay sitios en Morelos en los que no se ha recogido mayor cosa, los escombros físicos son menores, sin embargo, que los de la moral pública en una entidad que ha sido azotada por la corrupción de autoridades, por la violencia criminal, y por la renuncia a los valores que más requerimos como sociedad: la confianza, fe, honestidad, solidaridad, a los que algunos han convertido en un jugoso negocio personal. En medio de este nuevo desastre, conviene iniciar una nueva reconstrucción, una que pase por el espíritu de los morelenses y para la que no se requiere de los políticos, aunque son los primeros que debieran reformarse.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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