Por décadas, la historia de los intelectuales en México ha estado ligada al poder en dos vertientes; como una crítica inteligente, analítica, honesta, del ejercicio político, o de forma orgánica, subordinada, justificadora de las acciones del Estado.
En una nación con escaso nivel lector, el 55 por ciento de la población mayor de 18 años no lee ni un libro al año, el trabajo de los intelectuales como conductores de la opinión pública pareciera sobreestimado, de no ser porque los mecanismos tradicionales de formación de prestigio de una idea pasan aún por la palabra escrita, aún a través de filtros como la televisión, las empresas de noticias, y hasta el propio discurso político, dieran una enorme validez al trabajo de quienes se dedican a cultivar el pensamiento.
Preocupa que desde círculos del poder se emprenda una persecución contra quienes, desde su postura intelectual, desde su racionalidad, se han pronunciado en contra de las ideas y las políticas públicas propuestas por quienes hoy ostentan el poder. Porque habría que reconocer en Enrique Krauze una de las mentes más congruentes del pensamiento nacional; es decir, no se trata de un amanuense que ponga por escrito cosas que no piensa, en las que no cree, por el contrario, su obra histórica, sus artículos políticos, son de una consistencia extraordinaria.
Nadie debiera ser perseguido por pensar y por decir lo que piensa pero parece que esa lógica no opera entre la nueva intelectualidad mexicana que hace creer en conspiraciones, en urdimbres, alrededor de todas las críticas contra la nueva clase gobernante. La polarización, rencor y censura en contra de las ideas diversas y quienes las profesan, ha servido enormemente a la legitimación del poder actual. Acercarse al fascismo, sin embargo, es peligroso para todos en tanto la imposibilidad de contener las ideas, de pausar la razón, significa una presión extraordinaria para el ambiente de zombificación que proponen quienes persiguen el pensamiento tratando de homogeneizar la sociedad como una medida de control.
Enrique no es el único perseguido, censurado, lastimado por la campaña de desprestigio contra quienes abrogan la libertad política, económica, social, personal, como uno de los más preciados valores. Lo que ocurre con Krauze es que, por su prestigio intelectual, su indudable calidad como historiador y escritor, se vuelve un icono en la lucha contra el pensamiento liberal que no se reduce a un modelo económico (cuya aplicación en el México tecnócrata aún se discute). Es decir, Enrique Krauze sería una especie de rostro de marca para materializar la lucha emprendida desde espacios de poder contra cientos de personas críticas de un modelo con matices autoritarios que limita, censura o ataca (en los hechos) el pensamiento libre.
Mucho más peligroso resulta el deslinde que desde la institución presidencial se hace de la campaña emprendida por un grupo que se presume cercano a López Obrador, pues con todo y lo criminal que resultaría la censura desde el poder, ésta sería atacable por todas las vías jurídicas y podría enfrentarse en el terreno jurídico. De la otra forma, sin una orquestación desde el poder, resulta que miles de fieles, de fanáticos antilibertad, arengados por un discurso excluyente, discriminatorio, mantendrían una campaña sin límites en contra de quienes piensen diferente a su líder; lo que resulta mucho más peligroso.
El respeto a las opiniones contrarias no es una característica particular de los mexicanos, pero debemos empezar a practicarlo en tanto es un componente indispensable de la paz. La salud de la política, pero también de la convivencia social más elemental, parte de esa lógica.