Deseamos la paz pero recreamos paradigmas anti-sociales, la desconfianza y el descredito institucional toman fuerza, la legalidad es auspiciada por una serie de intereses colectivos o personales los cuales diseñan una normatividad a su favor.
Ante tal trasgresión, la ley se trastorna esquizoide con rostros de eufemismos variables y confusos, dejándonos a todos perplejos, desconcertados, azorados por una intempestiva incertidumbre ¿Dónde se aloja la verdad?, ¿En qué momento la imparcialidad se redujo a una serie de conjeturas tan subjetivas al grado de alterar el acontecimiento para imponer la narrativa de un relato legitimador de los deseos de poder?
Definitivamente estamos en un estado kafkiano, donde la burocracia institucional ha apolillado la esencia de las instituciones dejando el cascajo de los ideales libertarios. Asumimos entonces una actitud temerosa a los juicios dirimidos por aquellos custodios de la legalidad, porque se ha deformado el vínculo factible de autoridad moral. Nos encontramos huérfanos, desamparados, proclives al desafío instintivo de sobrevivencia cuando los derechos de las mayorías han quedado supeditados a la voracidad de los poderosos.
Esto nos pone en riesgo a todos, la descomposición institucional debe ser imperiosamente restructurada. La administración normativa para la pacificación social no puede ser ejercida sin una pretensión ética en beneficio de la materialidad de la vida, de lo contrario el aparato de justicia velara únicamente por ideales desencarnados, libertarios en la abstracción pero deshumanos en la práctica. Cuando esto sucede, la aplicación de justicia puede generar procedimientos de represión doblegando la vida humana bajo la imposición del estado de derecho.
Sin ética, la normatividad puede generar barbarie en nombre de los más nobles ideales sociales. Transformando la ley en un Leviatán que exige sacrificios humanos en favor de la estabilidad del orden y la paz. Esta es una falacia deleznable, atentar con la existencia de una resistencia sin armamento bélico no puede ser dispersada con una fuerza desproporcionada del orden, menos ser víctima de una violencia militar-policial. Con profunda tristeza lamento las agresiones a los cientos de jóvenes chilenos que perdieron la vista por la represión oficialista, por los miles de arrestados y golpeados por las autoridades, más aún por la decena de muertos acontecidos, esto no es digno de ningún procedimiento ético de pacificación del orden social.
Latinoamérica es nuevamente asediada por aquella oscuridad de las peores dictaduras del mundo. Parece ser que la memoria ética no ha sido suficiente para extirpar estas conductas totalitarias de nuestro continente. Desafortunadamente vivimos una reconfiguración dictatorial en diversas formas pero siendo en esencia la misma ignominiosa injustica y barbarie. Ha resurgido nuevamente el espantoso fascismo latinoamericano de una minoría que desea tenerlo todo a costa de la vida misma de la mayoría. Duele Bolivia, a pesar de todos los análisis en pro o en contra del presidente Morales, la Iglesia no puede estar a favor de un gobierno que reprime y mata militarizadamente a su pueblo, esto abre las aún venas abiertas de tanta sangre derramada en nuestras pasadas dictaduras.
Confío en la consciencia de los pueblos latinoamericanos, veo su templanza y su valerosa resistencia, tengo la esperanza que el Resucitado hará una regeneración latinoamericana, el Cristo tantas veces Crucificado en los pobres e indígenas de nuestro continente no permitirá la victoria de la muerte sobre la vida de nuestros pueblos. Es un adviento doloroso de muertes inocentes, persecución y exilio, pero está abriendo brecha a una esperada navidad social para Latinoamérica.
No existe vida justa en medio de lo falso
Th. W. Adorno
ANÁLISIS:
Daniel Martínez / Nuevas Reglas: "Violencia contra arte y cultura"