/ lunes 24 de diciembre de 2018

El espíritu de la tribu

Las fiestas de fin de año son la ocasión perfecta para volvernos a reunir con amigos y familiares, personas que queremos pero que a veces dejamos de frecuentar. La separación física, los diferentes horarios o intereses nos alejan y esa distancia puede tornarse en una barrera para la comunicación o en una fuente de inspiración, todo depende de la perspectiva.

La sociedad actual está hiperconectada pero no necesariamente bien comunicada. Tenemos contacto permanente con cientos o quizá miles de personas por mensajes instantáneos o por redes sociales. Conocemos en tiempo real sus experiencias y aventuras pero no gozamos de comunicación real, productiva, de la que genera gozo y satisfacción y por lo tanto no nos nutre. Estas y otras paradojas de la era global han sido analizadas por el filósofo de la comunicación Pierre Lévy.

Pierre Lévy nos dice en sus obras que el fracaso de los regímenes totalitarios, donde todas las decisiones se basaban en el juicio de un tlatoani, se debió a su incapacidad intrínseca de evolucionar al mismo ritmo en que lo hace la sociedad en su conjunto. Los países económicamente exitosos lo son porque aprendieron a asimilar el cambio en lugar de luchar contra él, aprendieron a nutrirse de las experiencias de todos y cada uno de sus miembros dentro de las organizaciones, de gobierno o empresariales, en lugar de buscar una homogeneidad ideológica subyugada a las directivas superiores.

La pericia humana ha estado, siempre, en el centro del funcionamiento social. Reunidos por las noches frente al fuego los grupos primitivos de humanos intercambiaban información de manera permanente para la solución de los retos fundamentales de la tribu, este vínculo les permitió acelerar el desarrollo, mejorar las condiciones de vida y ser más competitivos contra sus adversarios o depredadores.

Los tiempos habrán cambiado pero los retos siguen siendo los mismos solamente que hemos perdido el espíritu de la tribu. Ya no nos comunicamos, llegamos cansados a casa por las noches, afligidos por los problemas y preocupados por el futuro. Hacemos de la queja el centro de nuestra comunicación distribuyendo nuestra frustración pero no resolviéndola, minando con esto nuestro ánimo un poco más cada día, aislándonos.

“Cada actividad, cada acto de comunicación, cada relación humana implica un aprendizaje” nos dice Lévy en su libro Inteligencia Colectiva editado por la Organización Mundial de la Salud y disponible de manera gratuita en su versión electrónica. Limitados como somos, el prójimo se convierte a todas luces en un ser deseable, en una fuente de conocimiento útil así como también lo somos nosotros para ellos.

El espacio del conocimiento, a diferencia de los espacios tradicionales como son el territorio y el tiempo, se activa en cuanto experimentamos relaciones fundadas en principios éticos basados en la valorización de los individuos por sus competencias, transformando las diferencias en riqueza colectiva.

Por lo tanto, les propongo un experimento para estas fechas. Al estar reunidos con amigos o familiares pongamos en el centro de la discusión los retos en lugar de los problemas, porque siendo honestos, a nadie le interesan nuestros problemas. En contraste, plantear nuestra perspectiva en forma de reto detonará la inteligencia colectiva y mientras más diferente el otro más provechosa la comunicación. Si se trata de un hombre consulten a las mujeres y viceversa, consulten a los mayores de la familia para abrevarse de su experiencia y también a los más pequeños cuya creatividad todavía no está acotada por los prejuicios. Consultemos a los jóvenes que conocen la tecnología. Consultemos a todos y escuchemos recuperando, aunque sea por una noche, el espíritu de la tribu.


Información adicional de éste y otros temas de interés http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

Las fiestas de fin de año son la ocasión perfecta para volvernos a reunir con amigos y familiares, personas que queremos pero que a veces dejamos de frecuentar. La separación física, los diferentes horarios o intereses nos alejan y esa distancia puede tornarse en una barrera para la comunicación o en una fuente de inspiración, todo depende de la perspectiva.

La sociedad actual está hiperconectada pero no necesariamente bien comunicada. Tenemos contacto permanente con cientos o quizá miles de personas por mensajes instantáneos o por redes sociales. Conocemos en tiempo real sus experiencias y aventuras pero no gozamos de comunicación real, productiva, de la que genera gozo y satisfacción y por lo tanto no nos nutre. Estas y otras paradojas de la era global han sido analizadas por el filósofo de la comunicación Pierre Lévy.

Pierre Lévy nos dice en sus obras que el fracaso de los regímenes totalitarios, donde todas las decisiones se basaban en el juicio de un tlatoani, se debió a su incapacidad intrínseca de evolucionar al mismo ritmo en que lo hace la sociedad en su conjunto. Los países económicamente exitosos lo son porque aprendieron a asimilar el cambio en lugar de luchar contra él, aprendieron a nutrirse de las experiencias de todos y cada uno de sus miembros dentro de las organizaciones, de gobierno o empresariales, en lugar de buscar una homogeneidad ideológica subyugada a las directivas superiores.

La pericia humana ha estado, siempre, en el centro del funcionamiento social. Reunidos por las noches frente al fuego los grupos primitivos de humanos intercambiaban información de manera permanente para la solución de los retos fundamentales de la tribu, este vínculo les permitió acelerar el desarrollo, mejorar las condiciones de vida y ser más competitivos contra sus adversarios o depredadores.

Los tiempos habrán cambiado pero los retos siguen siendo los mismos solamente que hemos perdido el espíritu de la tribu. Ya no nos comunicamos, llegamos cansados a casa por las noches, afligidos por los problemas y preocupados por el futuro. Hacemos de la queja el centro de nuestra comunicación distribuyendo nuestra frustración pero no resolviéndola, minando con esto nuestro ánimo un poco más cada día, aislándonos.

“Cada actividad, cada acto de comunicación, cada relación humana implica un aprendizaje” nos dice Lévy en su libro Inteligencia Colectiva editado por la Organización Mundial de la Salud y disponible de manera gratuita en su versión electrónica. Limitados como somos, el prójimo se convierte a todas luces en un ser deseable, en una fuente de conocimiento útil así como también lo somos nosotros para ellos.

El espacio del conocimiento, a diferencia de los espacios tradicionales como son el territorio y el tiempo, se activa en cuanto experimentamos relaciones fundadas en principios éticos basados en la valorización de los individuos por sus competencias, transformando las diferencias en riqueza colectiva.

Por lo tanto, les propongo un experimento para estas fechas. Al estar reunidos con amigos o familiares pongamos en el centro de la discusión los retos en lugar de los problemas, porque siendo honestos, a nadie le interesan nuestros problemas. En contraste, plantear nuestra perspectiva en forma de reto detonará la inteligencia colectiva y mientras más diferente el otro más provechosa la comunicación. Si se trata de un hombre consulten a las mujeres y viceversa, consulten a los mayores de la familia para abrevarse de su experiencia y también a los más pequeños cuya creatividad todavía no está acotada por los prejuicios. Consultemos a los jóvenes que conocen la tecnología. Consultemos a todos y escuchemos recuperando, aunque sea por una noche, el espíritu de la tribu.


Información adicional de éste y otros temas de interés http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

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