/ lunes 10 de febrero de 2020

El mismo rey desde hace 500 años

Las vueltas que da la vida

En pasados días asistí por la tarde a una función de cine dentro del Tour Cinema Planeta, --pequeña muestra del festival ambiental que año con año se celebra por gran parte de México cuando el Festival concluye--. En esta ocasión, se llevó al cabo en uno de los salones del Claustro del Ex Convento de Nuestra Señora de la Natividad, joya arquitectónica del siglo XVI, situado en pleno centro de Tepoztlán.

Como es habitual en este pueblo mágico, los asiduos a este tipo de cine que crea conciencia, es gente selecta. Entre ellos, la mítica Marcela Tostado, alma y corazón del museo que existe dentro del recinto, haciendo como es habitual en ella, preguntas inteligentes a los realizadores de la película Nahui Ollin, Sol en Movimiento. Confieso que desde el sismo, verdadera catástrofe con epicentro en Morelos ocurrida el 19 de septiembre de 2017, no había yo visitado por dentro ninguno de los más de 130 inmuebles históricos colapsados, con excepción de la Catedral de Cuernavaca. El convento, uno de los 11 en nuestro estado elevados a Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1994, constituyen la llamada Ruta de los Conventos del S. XVI que está situado en lo que se conoce como las faldas del Volcán Popocatépetl, y como el resto de ellos sufrió severos daños estructurales desde ese temblor.

En el caso de Tepoztlán, los daños se dieron sobre todo en campanarios, en ambas torres, bóveda, cúpula de la nave mayor del templo, claustro alto, mirador, en fin, más del 50 por ciento del monumento fue severamente dañado. Pero verán a lo que voy: Al final de la función, me salí por una puerta equivocada buscando un rayito de sol que me calentara del frío invernal inusual en mi estado, me paro en el corredor que rodea el patio junto a las columnas decoradas y es entonces cuando miro por primera vez, en torno, no el conjunto, sino los detalles. Comienzo así a apreciar las manos geniales de los autores de esas pinturas formidables que adornan muros, techos y columnas.

Junto a mí, entre los trazos observo pequeñas caritas de reyes barbados ataviados con coronas de tres picos en forma de flor de lis, decorados en distintos tonos de color gris: me miran y las miro admirada de su perfección tras 500 años de que permanecen en el mismo lugar. Al centro del bellísimo patio, aprecio la perfección de la rehabilitación en ambos pisos que de acuerdo a los mismos materiales que fueron usados poco después de la conquista, dan fe de los trabajos que supervisa el INAH.

De la impecable fuente octagonal del claustro, brota incesante un pequeño y perfecto chorrito de agua, tranquilo testigo superviviente del caos que el sismo causó y aunque nadie lo ve, sólo yo, sigue su ordenada función. Mientras contemplo arrobada el lugar, perfecto mirador de los cerros de Tepoztlán, entre ellos el del Tepozteco que parecieran esculpidos por humanidades anteriores a la actual, a decir del sabio peruano don Daniel Ruzo de los Heros, quien denominó al lugar desde que lo vio por primera vez, desde el mirador de la autopista México-Cuernavaca, a la altura de curva llamada La Pera, como El Valle Sagrado de Tepoztlán.

Estudios que documentó durante años y que acompañó con las fotografías de Carlos Iragorri, tomadas desde tierra y aire, publicadas en distintas obras. Esas fotografías documentan la obra de don Daniel con esculturas como la de un platillo volador, entre otras interesantes formaciones rocosas que cambian de imagen al paso del sol y como si fuera poco y de nuevo en el claustro del ex convento, me envuelve el aroma de los naranjos del lugar, tal vez el mismo que han aspirado a través del tiempo, los monjes dominicos, cuando ya sembrados, fueron amorosamente cuidados por manos que los preservaron de su destrucción. Acerco el dorso de mi mano derecha a las preciosas pinturas murales, no me atrevo a acariciarlas, siguen impecables a pesar del tiempo transcurrido. Busco y encuentro a esa hora tardía al arquitecto Fernando Duarte, responsable por parte del INAH Morelos quien me documenta los trabajos que realizan para habilitar de nuevo esa parte importante del Patrimonio Cultural, Histórico y Arquitectónico de Morelos. Y al salir, bajo un cielo de un color rojo intenso invernal, me pregunto: ¿Quién o quiénes fueron los artistas autores de esos dibujos murales?

En pasados días asistí por la tarde a una función de cine dentro del Tour Cinema Planeta, --pequeña muestra del festival ambiental que año con año se celebra por gran parte de México cuando el Festival concluye--. En esta ocasión, se llevó al cabo en uno de los salones del Claustro del Ex Convento de Nuestra Señora de la Natividad, joya arquitectónica del siglo XVI, situado en pleno centro de Tepoztlán.

Como es habitual en este pueblo mágico, los asiduos a este tipo de cine que crea conciencia, es gente selecta. Entre ellos, la mítica Marcela Tostado, alma y corazón del museo que existe dentro del recinto, haciendo como es habitual en ella, preguntas inteligentes a los realizadores de la película Nahui Ollin, Sol en Movimiento. Confieso que desde el sismo, verdadera catástrofe con epicentro en Morelos ocurrida el 19 de septiembre de 2017, no había yo visitado por dentro ninguno de los más de 130 inmuebles históricos colapsados, con excepción de la Catedral de Cuernavaca. El convento, uno de los 11 en nuestro estado elevados a Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1994, constituyen la llamada Ruta de los Conventos del S. XVI que está situado en lo que se conoce como las faldas del Volcán Popocatépetl, y como el resto de ellos sufrió severos daños estructurales desde ese temblor.

En el caso de Tepoztlán, los daños se dieron sobre todo en campanarios, en ambas torres, bóveda, cúpula de la nave mayor del templo, claustro alto, mirador, en fin, más del 50 por ciento del monumento fue severamente dañado. Pero verán a lo que voy: Al final de la función, me salí por una puerta equivocada buscando un rayito de sol que me calentara del frío invernal inusual en mi estado, me paro en el corredor que rodea el patio junto a las columnas decoradas y es entonces cuando miro por primera vez, en torno, no el conjunto, sino los detalles. Comienzo así a apreciar las manos geniales de los autores de esas pinturas formidables que adornan muros, techos y columnas.

Junto a mí, entre los trazos observo pequeñas caritas de reyes barbados ataviados con coronas de tres picos en forma de flor de lis, decorados en distintos tonos de color gris: me miran y las miro admirada de su perfección tras 500 años de que permanecen en el mismo lugar. Al centro del bellísimo patio, aprecio la perfección de la rehabilitación en ambos pisos que de acuerdo a los mismos materiales que fueron usados poco después de la conquista, dan fe de los trabajos que supervisa el INAH.

De la impecable fuente octagonal del claustro, brota incesante un pequeño y perfecto chorrito de agua, tranquilo testigo superviviente del caos que el sismo causó y aunque nadie lo ve, sólo yo, sigue su ordenada función. Mientras contemplo arrobada el lugar, perfecto mirador de los cerros de Tepoztlán, entre ellos el del Tepozteco que parecieran esculpidos por humanidades anteriores a la actual, a decir del sabio peruano don Daniel Ruzo de los Heros, quien denominó al lugar desde que lo vio por primera vez, desde el mirador de la autopista México-Cuernavaca, a la altura de curva llamada La Pera, como El Valle Sagrado de Tepoztlán.

Estudios que documentó durante años y que acompañó con las fotografías de Carlos Iragorri, tomadas desde tierra y aire, publicadas en distintas obras. Esas fotografías documentan la obra de don Daniel con esculturas como la de un platillo volador, entre otras interesantes formaciones rocosas que cambian de imagen al paso del sol y como si fuera poco y de nuevo en el claustro del ex convento, me envuelve el aroma de los naranjos del lugar, tal vez el mismo que han aspirado a través del tiempo, los monjes dominicos, cuando ya sembrados, fueron amorosamente cuidados por manos que los preservaron de su destrucción. Acerco el dorso de mi mano derecha a las preciosas pinturas murales, no me atrevo a acariciarlas, siguen impecables a pesar del tiempo transcurrido. Busco y encuentro a esa hora tardía al arquitecto Fernando Duarte, responsable por parte del INAH Morelos quien me documenta los trabajos que realizan para habilitar de nuevo esa parte importante del Patrimonio Cultural, Histórico y Arquitectónico de Morelos. Y al salir, bajo un cielo de un color rojo intenso invernal, me pregunto: ¿Quién o quiénes fueron los artistas autores de esos dibujos murales?

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