/ viernes 27 de marzo de 2020

El misterio santo como narrativa deconstructiva de las violencias

Es cierto: no se puede hablar de la cruz sino temblando. No podemos acercarnos a ella sin descalzar el alma: es tierra de fuego…No invita a sentir, sino a cambiar. Es tierra peligrosa. Es la gran revolución, la gran contradicción. Supone apostar y solidarizarse con todas las víctimas de nuestro tiempo como aquel Crucificado que se hizo hermano y su libertador.

José L. Martín Descalzo

Meditar el santo misterio salvífico de Cristo para la humanidad nos hace pensar precisamente en el misterio del mal del ser humano, el reverso del amor; es encontrarnos con el dinamismo oscuro de la perversidad del corazón del hombre.

Sólo desde el misterio redentor de la Cruz podemos resignificar las innumerables violencias que laceran el cuerpo del pueblo de Dios. Cuando la maldad rebasa los límites, sólo lo espiritual puede consolar y reconciliarnos, de lo contrario la crueldad de la maleficencia se ostenta como la última palabra, imponiendo el símbolo de la muerte a todo, haciéndonos creer que la injusticia está por encima de todos nuestros valores humanos, nos hace pensar sólo en la imposibilidad de una salida.

Este misterio santo de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, nos da esperanza, porque nos coloca desde la opción de mirar la cruenta realidad dese los ojos redentores de Dios, aún a pesar del espantoso escarnecimiento, nuestra mirada en el amor no se doblega, la capacidad de perdón se vuelve una posibilidad de reconciliación, desde la mística de la cruz podemos hermanarnos con todos los que sufren alguna violencia, desde la resurrección nuestras fuerzas se reconfiguran desde la restauración y enmienda del daño ocasionado. Es decir, el misterio sagrado, es también en cierta manera una narrativa terapéutica para generar procesos de sanación, perdón y reconciliación.

Al entrar en este imaginario espiritual del triduo pascual, es abrir un resquicio en el corazón de la humanidad para permitirnos reelaborarnos desde otras categorías interpretativas, es deconstruir la mentalidad y dinámicas de violencias, que se están estableciendo como una narrativa de la cotidianidad, provocando que la existencia de la malignidad sea asumida desde una banalidad del mal. Es por lo tanto, crear un espacio simbólico ante el espacio de lo diabólico, sin esta simbología del misterio que restituye el orden humano y espiritual, la humanidad se vería aún más dislocada de lo que ya se encuentra. Son narrativas de reconstrucción epistemológicas, culturales y religiosas, que devuelven armonía existencial, sin ellas, las violencias de una sociedad se implantaría a su total anchura, esta expresión de fe es un contrapoder narrativo-espiritual con el cual se puede revitalizar el tejido social. No es sólo una devoción popular, sino un rito espiritual restaurativo del comportamiento humano.

En esta semana santa que recrea el misterio salvífico en miles de millones de iglesias católicas, se da un fenómeno único, dónde surge una sinergia espiritual que regenera la conciencia y da paso a la reconciliación. En cada iglesia hay conversiones significativas al verse interpeladas por este tiempo de arrepentimiento sincero, se vuelve entonces un tiempo de gracia, donde millones de personas logran encontrar una nueva forma de proceder en la vida, pues han sido tocados por un misterio que restituye su condición de hijos amados por un Padre Misericordioso que no quiere su muerte sino su conversión.

El misterio de la Cruz devela la dinámica oscura del corazón del hombre, en ella miramos nuestras injusticias, torturas, secuestros, violencias, humillaciones, burlas, blasfemias, trampas, perversiones, traiciones, asesinatos, indiferencias y tantas otras actitudes que son precisamente reveladas en la pasión de Cristo, para decirnos que Dios conoce de nuestras fechorías, porque ha vivido en carne propia nuestras ignominias, es por tanto, un Dios que conoce bien nuestras ofensas, por eso la escritura las devela en cada pasaje de este tiempo santo, para darnos la oportunidad de mirar nuestro pecado, y hacernos cargo de él, no para seguir crucificando lo que amamos, sino para darnos la fuerza y sabiduría que el mismo Cristo tuvo, para salir de ese umbral del dolor, porque sólo desde Cristo nuestros padecimientos de cruz, toman sentido.

Nuestro país tiene estas mismas afrentas de muerte, pero desde la espiritualidad de la Cruz, nuestro pueblo sigue esperanzado en que la injustica y la corrupción no tienen, ni tendrán la última palabra. Meditamos este santo misterio, con la fe que nos mueve a creer en un México resucitado, en un pueblo que ha sabido soportar valientemente toda clase de iniquidades, oprobios, infamias, deslealtades, pero al igual a Cristo ha sabido esperar la victoria de la paz y la justicia, no vamos a desfallecer ni a claudicar, Cristo ha vencido el poder de las violencias, en Cristo nuestra Paz, reinará; en Cristo, Luz del mundo, se disipan las tinieblas.

Es cierto: no se puede hablar de la cruz sino temblando. No podemos acercarnos a ella sin descalzar el alma: es tierra de fuego…No invita a sentir, sino a cambiar. Es tierra peligrosa. Es la gran revolución, la gran contradicción. Supone apostar y solidarizarse con todas las víctimas de nuestro tiempo como aquel Crucificado que se hizo hermano y su libertador.

José L. Martín Descalzo

Meditar el santo misterio salvífico de Cristo para la humanidad nos hace pensar precisamente en el misterio del mal del ser humano, el reverso del amor; es encontrarnos con el dinamismo oscuro de la perversidad del corazón del hombre.

Sólo desde el misterio redentor de la Cruz podemos resignificar las innumerables violencias que laceran el cuerpo del pueblo de Dios. Cuando la maldad rebasa los límites, sólo lo espiritual puede consolar y reconciliarnos, de lo contrario la crueldad de la maleficencia se ostenta como la última palabra, imponiendo el símbolo de la muerte a todo, haciéndonos creer que la injusticia está por encima de todos nuestros valores humanos, nos hace pensar sólo en la imposibilidad de una salida.

Este misterio santo de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, nos da esperanza, porque nos coloca desde la opción de mirar la cruenta realidad dese los ojos redentores de Dios, aún a pesar del espantoso escarnecimiento, nuestra mirada en el amor no se doblega, la capacidad de perdón se vuelve una posibilidad de reconciliación, desde la mística de la cruz podemos hermanarnos con todos los que sufren alguna violencia, desde la resurrección nuestras fuerzas se reconfiguran desde la restauración y enmienda del daño ocasionado. Es decir, el misterio sagrado, es también en cierta manera una narrativa terapéutica para generar procesos de sanación, perdón y reconciliación.

Al entrar en este imaginario espiritual del triduo pascual, es abrir un resquicio en el corazón de la humanidad para permitirnos reelaborarnos desde otras categorías interpretativas, es deconstruir la mentalidad y dinámicas de violencias, que se están estableciendo como una narrativa de la cotidianidad, provocando que la existencia de la malignidad sea asumida desde una banalidad del mal. Es por lo tanto, crear un espacio simbólico ante el espacio de lo diabólico, sin esta simbología del misterio que restituye el orden humano y espiritual, la humanidad se vería aún más dislocada de lo que ya se encuentra. Son narrativas de reconstrucción epistemológicas, culturales y religiosas, que devuelven armonía existencial, sin ellas, las violencias de una sociedad se implantaría a su total anchura, esta expresión de fe es un contrapoder narrativo-espiritual con el cual se puede revitalizar el tejido social. No es sólo una devoción popular, sino un rito espiritual restaurativo del comportamiento humano.

En esta semana santa que recrea el misterio salvífico en miles de millones de iglesias católicas, se da un fenómeno único, dónde surge una sinergia espiritual que regenera la conciencia y da paso a la reconciliación. En cada iglesia hay conversiones significativas al verse interpeladas por este tiempo de arrepentimiento sincero, se vuelve entonces un tiempo de gracia, donde millones de personas logran encontrar una nueva forma de proceder en la vida, pues han sido tocados por un misterio que restituye su condición de hijos amados por un Padre Misericordioso que no quiere su muerte sino su conversión.

El misterio de la Cruz devela la dinámica oscura del corazón del hombre, en ella miramos nuestras injusticias, torturas, secuestros, violencias, humillaciones, burlas, blasfemias, trampas, perversiones, traiciones, asesinatos, indiferencias y tantas otras actitudes que son precisamente reveladas en la pasión de Cristo, para decirnos que Dios conoce de nuestras fechorías, porque ha vivido en carne propia nuestras ignominias, es por tanto, un Dios que conoce bien nuestras ofensas, por eso la escritura las devela en cada pasaje de este tiempo santo, para darnos la oportunidad de mirar nuestro pecado, y hacernos cargo de él, no para seguir crucificando lo que amamos, sino para darnos la fuerza y sabiduría que el mismo Cristo tuvo, para salir de ese umbral del dolor, porque sólo desde Cristo nuestros padecimientos de cruz, toman sentido.

Nuestro país tiene estas mismas afrentas de muerte, pero desde la espiritualidad de la Cruz, nuestro pueblo sigue esperanzado en que la injustica y la corrupción no tienen, ni tendrán la última palabra. Meditamos este santo misterio, con la fe que nos mueve a creer en un México resucitado, en un pueblo que ha sabido soportar valientemente toda clase de iniquidades, oprobios, infamias, deslealtades, pero al igual a Cristo ha sabido esperar la victoria de la paz y la justicia, no vamos a desfallecer ni a claudicar, Cristo ha vencido el poder de las violencias, en Cristo nuestra Paz, reinará; en Cristo, Luz del mundo, se disipan las tinieblas.