/ domingo 17 de enero de 2021

El segundo año, la segunda ola

Arranca al segundo año de la pandemia por COVID-19 y coincide con su segunda ola. Hace un año se manejaban diferentes escenarios sobre el devenir de la pandemia, algunos optimistas pensaban que se podría controlar con los mecanismos existentes para la influenza como si fuera una enfermedad respiratoria leve con periodicidad estacional. Otros, más precavidos, promovieron medidas más estrictas y de más largo plazo, tanto preventivas como reactivas.

Ante la posibilidad de una enfermedad persistente y de alto impacto, los países que pudieron comenzaron a desarrollar sus propias vacunas. En estos momentos existen 203 proyectos registrados para el desarrollo de vacunas de los cuales 47 ya están en pruebas clínicas. Ninguno de ellos mexicano.

Los países científicamente más desarrollados van ganando la carrera con los primeros productos con autorización de emergencia para su aplicación masiva: Estados Unidos con Moderna, Inglaterra con Aztra Zeneca, Alemania con Pfizer, Rusia con Sputnik, China con Cansino.

Mientras que algunos gobiernos invirtieron en producir sus propias vacunas como por ejemplo Estados Unidos con el programa Warp Speed (Velocidad de la luz), otros decidieron invertir en órdenes de precompra de los desarrollos más avanzados. Ante la posibilidad de que el mercado impidiera una distribución equitativa de las vacunas, la Organización de las Naciones Unidas expandió las capacidades de COVAX, un proyecto ya existente que busca la solidaridad internacional para que los países menos desarrollados cuenten con el mínimo indispensable de vacunas para asegurar su salud pública.

COVAX se impuso como meta que los países menos favorecidos pudieran tener acceso a vacunas contra COVID19 para un mínimo del 20% de su población. Para eso se solicitó la donación en efectivo de recursos, entre los que entró México, para poder hacer órdenes colectivas de precompra. Este esfuerzo, sin embargo, ha sufrido una serie de descalabros que pone en riesgo su misión.

Tema polémico sin duda, vemos ahora países como Israel que aprovecha su enorme capacidad financiera y de gestión y absorbe la mayor parte de la producción de Pfizer con la meta de vacunar a la totalidad de su población para marzo de este año.

El gobierno de la India, a su vez, confisca la producción completa de vacunas de Astra Zeneca del más grande fabricante del mundo, el Indian Serum Institute y prohibe su exportación. Pero no se detiene allí, el gobierno de ese país renegocía el precio de las vacunas prácticamente al costo de producción distorsionando aún más el mercado.

La Unión Europea logró mantener su unidad evitando que algunos de sus miembros entablaran negociaciones individuales con los fabricantes con lo que, por lo menos en Europa, se podrá lograr una distribución equitativa de la vacuna entre sus habitantes.

En America Latina, los esfuerzos son dispares. Algunos países como Brasil o México podrían tener acceso a vacunas gracias a órdenes de precompra, sin embargo ante la falta de producción local y las enormes dificultades logísticas que implica la distribución de vacunas a -70 grados centígrados en el trópico, las campañas de vacunación podrían resultar lentas y potencialmente menos efectivas.

Una de las grandes esperanzas para los países más pobres han sido las vacunas basadas en virus desactivados. Este tipo de vacunas son extremadamente útiles ya que por ser liofilizados se pueden almacenar y distribuir a temperatura de refrigeración normal. Desafortunadamente, los dos esfuerzos que se encuentran actualmente en pruebas clínicas, las vacunas chinas Sinopharm y Sinovac, han resultado ser significativamente menos efectivas que las otras en el mercado.

Aún los países más pudientes comienzan a resentir la falta de disponibilidad de vacunas y exploran la posibilidad de que, en lugar de aplicar las dos dosis a una misma persona, se aplique una sola al doble de la población con lo que se amplia el riesgo de que la efectividad de las vacunas se anule y se reactive el riesgo de contagio masivo en poco tiempo.

La pandemia de COVID19 es la emergencia más grave que ha sufrido la humanidad en su historia reciente. La extensión y profundidad del daño han hecho necesario que el esquema de toma de decisiones migre del sanitario al de guerra. Los triages en los hospitales son una estrategia desarrollada en los campos de batalla donde se selecciona para atención inmediata solamente a aquellos pacientes con posibilidades de supervivencia. Lo mismo ocurre con las vacunas, proteger a medias al doble de la población versus proteger completamente a la mitad o vacunar primero a la fuerza de producción versus adultos mayores.

Lo cierto es que estamos muy lejos del fin de la pandemia. Aún en los escenarios más optimistas, no se tendrá una vacunación efectiva hasta mediados del 2022. Es por eso que no debemos bajar la guardia en las medidas preventivas impidiendo que la enfermedad nos arranque la salud o la vida, nuestra y de aquellos a quienes protegemos.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

https://www.facebook.com/BValderramaB/

Arranca al segundo año de la pandemia por COVID-19 y coincide con su segunda ola. Hace un año se manejaban diferentes escenarios sobre el devenir de la pandemia, algunos optimistas pensaban que se podría controlar con los mecanismos existentes para la influenza como si fuera una enfermedad respiratoria leve con periodicidad estacional. Otros, más precavidos, promovieron medidas más estrictas y de más largo plazo, tanto preventivas como reactivas.

Ante la posibilidad de una enfermedad persistente y de alto impacto, los países que pudieron comenzaron a desarrollar sus propias vacunas. En estos momentos existen 203 proyectos registrados para el desarrollo de vacunas de los cuales 47 ya están en pruebas clínicas. Ninguno de ellos mexicano.

Los países científicamente más desarrollados van ganando la carrera con los primeros productos con autorización de emergencia para su aplicación masiva: Estados Unidos con Moderna, Inglaterra con Aztra Zeneca, Alemania con Pfizer, Rusia con Sputnik, China con Cansino.

Mientras que algunos gobiernos invirtieron en producir sus propias vacunas como por ejemplo Estados Unidos con el programa Warp Speed (Velocidad de la luz), otros decidieron invertir en órdenes de precompra de los desarrollos más avanzados. Ante la posibilidad de que el mercado impidiera una distribución equitativa de las vacunas, la Organización de las Naciones Unidas expandió las capacidades de COVAX, un proyecto ya existente que busca la solidaridad internacional para que los países menos desarrollados cuenten con el mínimo indispensable de vacunas para asegurar su salud pública.

COVAX se impuso como meta que los países menos favorecidos pudieran tener acceso a vacunas contra COVID19 para un mínimo del 20% de su población. Para eso se solicitó la donación en efectivo de recursos, entre los que entró México, para poder hacer órdenes colectivas de precompra. Este esfuerzo, sin embargo, ha sufrido una serie de descalabros que pone en riesgo su misión.

Tema polémico sin duda, vemos ahora países como Israel que aprovecha su enorme capacidad financiera y de gestión y absorbe la mayor parte de la producción de Pfizer con la meta de vacunar a la totalidad de su población para marzo de este año.

El gobierno de la India, a su vez, confisca la producción completa de vacunas de Astra Zeneca del más grande fabricante del mundo, el Indian Serum Institute y prohibe su exportación. Pero no se detiene allí, el gobierno de ese país renegocía el precio de las vacunas prácticamente al costo de producción distorsionando aún más el mercado.

La Unión Europea logró mantener su unidad evitando que algunos de sus miembros entablaran negociaciones individuales con los fabricantes con lo que, por lo menos en Europa, se podrá lograr una distribución equitativa de la vacuna entre sus habitantes.

En America Latina, los esfuerzos son dispares. Algunos países como Brasil o México podrían tener acceso a vacunas gracias a órdenes de precompra, sin embargo ante la falta de producción local y las enormes dificultades logísticas que implica la distribución de vacunas a -70 grados centígrados en el trópico, las campañas de vacunación podrían resultar lentas y potencialmente menos efectivas.

Una de las grandes esperanzas para los países más pobres han sido las vacunas basadas en virus desactivados. Este tipo de vacunas son extremadamente útiles ya que por ser liofilizados se pueden almacenar y distribuir a temperatura de refrigeración normal. Desafortunadamente, los dos esfuerzos que se encuentran actualmente en pruebas clínicas, las vacunas chinas Sinopharm y Sinovac, han resultado ser significativamente menos efectivas que las otras en el mercado.

Aún los países más pudientes comienzan a resentir la falta de disponibilidad de vacunas y exploran la posibilidad de que, en lugar de aplicar las dos dosis a una misma persona, se aplique una sola al doble de la población con lo que se amplia el riesgo de que la efectividad de las vacunas se anule y se reactive el riesgo de contagio masivo en poco tiempo.

La pandemia de COVID19 es la emergencia más grave que ha sufrido la humanidad en su historia reciente. La extensión y profundidad del daño han hecho necesario que el esquema de toma de decisiones migre del sanitario al de guerra. Los triages en los hospitales son una estrategia desarrollada en los campos de batalla donde se selecciona para atención inmediata solamente a aquellos pacientes con posibilidades de supervivencia. Lo mismo ocurre con las vacunas, proteger a medias al doble de la población versus proteger completamente a la mitad o vacunar primero a la fuerza de producción versus adultos mayores.

Lo cierto es que estamos muy lejos del fin de la pandemia. Aún en los escenarios más optimistas, no se tendrá una vacunación efectiva hasta mediados del 2022. Es por eso que no debemos bajar la guardia en las medidas preventivas impidiendo que la enfermedad nos arranque la salud o la vida, nuestra y de aquellos a quienes protegemos.


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