/ miércoles 1 de junio de 2022

Escándalos de "Alito" destruyen la coalición Prianista

Desde hace varias semanas, la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, ha venido publicando diversos audios grabados en la época en que Alejandro (Alito) Moreno aún estaba en ese cargo, y en la entidad sureña tenía lugar una intensa campaña electoral que, finalmente, la llevó a la gubernatura.

Desde el principio, los medios de comunicación del país mantuvieron esas grabaciones bajo estricta reserva. Ninguno las comentó, ni lo hicieron sus reporteros y columnistas. Los audios solo se conocían en las redes sociales. Pero la última grabación ha rebasado todos los límites. En ella Alito afirma que “a los periodistas no se les mata a balazos; se les mata de hambre”.

Lo anterior después de expresar que a los periodistas que le fallen, sus esbirros les darán primero una golpiza salvaje, y luego los pondrán en la lista negra. En pocas frases, Alito describe los métodos que siempre ha usado su partido para mantener el control de los medios de comunicación, pero expresándolos en términos crudos, sin adornos, muy usuales en tiempos del viejo régimen autoritario.

A partir de este episodio, los medios nacionales comenzaron a publicar comentarios de sus columnistas. Alguien de muy arriba les había dado la orden de hacerlo. Empezaron a comentar las sandeces de Alito de manera coordinada, como en una práctica de nado sincronizado. Y comenzó la sinfonía de opiniones: Carlos Loret de Mola y otros abrieron fuego.

Los periodistas que solo habían comentado ese tema en privado, de pronto comenzaron a publicarlo. Y el escándalo creció tanto que obligó a Alito a convocar una nutrida conferencia de prensa, en la cual apareció flanqueado por los líderes del PAN y del PRD. En tono y con ademanes heroicos –como si estuviera resistiendo de manera estoica una tempestad-- manifestó que el gobierno de AMLO estaba difamándolo por motivos electorales, y en clara referencia al prófugo Ricardo Anaya, declaró que a él no lo callarían ni lo obligarán a salir del país.

Por dramática que pareciera la pose del líder priísta, sus aliados del PAN y del PRD lo miraban de soslayo, cabizbajos y aguantando el diluvio de preguntas de los reporteros, que habían olfateado su momento: era la ocasión propicia para cobrarle las cuentas pendientes a Alito por las numerosas agresiones que sufrieron sus colegas campechanos, durante el mandato del actual líder partidario en aquel estado.

Cobró forma así la tormenta política que hoy sacude al PRI y sus aliados panistas y perredistas. El asunto que hoy se debate ya no son las grabaciones publicadas por la gobernadora de Campeche, sino el efecto que están causando en las campañas electorales estatales que culminarán el próximo 5 de junio. Por lo pronto, para muchos simpatizantes de la derecha resulta indefensible un aliado que, además del desprestigio que arrastra, se les está convirtiendo en un peso muerto. Alito quema todo lo que toca.

Lo mejor que podría suceder con el líder tricolor es que presentara su renuncia de inmediato a la dirección del PRI y a su participación en las actuales campañas. Solo aporta a sus aliados desprestigio y escándalo. Ya nadie quiere ni puede defenderlo. Es posible que solo estén postergando la salida del impresentable tricolor porque una renuncia en este momento, en vísperas de los comicios, significaría un escándalo mayor.

Desde luego, cualquiera sea la fecha de la renuncia de Alito, hay que comentar su lenguaje y su modo de entender al periodismo y las funciones de un gobernante. Hombre que maneja un lenguaje vulgar y atrabancado, se parece mucho a los gobernantes de la prehistoria del PRI, de la era antediluviana. Tan solo recordemos que su formación política data de la época del salinato, cuando el presidente podía quitar del poder a cualquier gobernador, y ordenaba eliminar periodistas incómodos.

Al escuchar los audios, queda la impresión de estar en presencia del góber precioso de Puebla, Mario Marín, cuando éste se refería a Lydia Cacho y comentaba con su cómplice, Kamel Nacif, que le dio sus “coscorrones” a la escritora por “pasarse de lanza”. Hacía una exhibición de prepotencia, de impunidad rampante, cuando relataba que había ordenado secuestrar a la periodista en Quintana Roo y traerla a Puebla para “hacer justicia” y complacer a sus compinches.

Es difícil encontrar alguna diferencia entre el lenguaje perdulario, valentón y pendenciero del exgobernador de Campeche, con algún sátrapa de la era neoliberal, sobre todo cuando exhibe su actitud de perdonavidas. Queda la impresión de estar ante un jefe de pandilleros de barrio que da instrucciones a sus subordinados.

El récord de Alito al frente del PRI en materia de derrotas electorales no tiene comparación con ninguna otra etapa de la vida institucional del tricolor. Ha perdido hasta hoy 8 gubernaturas y está a punto de perder dos más (Hidalgo y Oaxaca). En las más recientes encuestas de opinión, el PRI se encuentra a la cabeza del rechazo popular. Según la percepción social, es el partido que más ha robado en el ejercicio del poder, y también el que más crímenes ha cometido.

Si las grabaciones fueron realizadas y publicados de manera ilegal, es algo totalmente imputable al personal que nombró el actual líder prísta. Primero: porque fueron hechas durante el tiempo en que Alito era gobernador, y su equipo de trabajo era el único que podía hacerlo.

Incluso se han publicado fotos del entonces gobernador dentro de un avión privado, a punto de despegar. Esas fotos solo pudieron ser tomadas por alguien del círculo cercano de Alito. Si se cometieron delitos, la competencia legal para investigarlos correspondía a las autoridades ministeriales de Campeche.

Finalmente, se puede resumir que tanto el PRI como los miembros de su dirección política han entrado en la etapa terminal de la crisis. La conducta política de Alito es fiel reflejo de la mentalidad y las prácticas de la mayoría de quienes aún integran ese partido. Las personas que después de conocer esos hechos sigan militando ahí, no podrán alegar inocencia. La sociedad mexicana se está percatando del tipo de políticos que controlaban su vida, sus bienes y su seguridad en la época de la “dictadura perfecta”.

Hace algún tiempo el dirigente político y moral de la coalición prianista, Claudio X. González, declaró que había contribuido a formar esa coalición aunque algunos de los líderes “le dieran asquito”. Esa sensación de náusea aumentará sin duda con el presente escándalo, pero el empresario continuará adelante: en más de una ocasión ha caminado junto a cadáveres políticos que aún respiran.

Desde hace varias semanas, la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, ha venido publicando diversos audios grabados en la época en que Alejandro (Alito) Moreno aún estaba en ese cargo, y en la entidad sureña tenía lugar una intensa campaña electoral que, finalmente, la llevó a la gubernatura.

Desde el principio, los medios de comunicación del país mantuvieron esas grabaciones bajo estricta reserva. Ninguno las comentó, ni lo hicieron sus reporteros y columnistas. Los audios solo se conocían en las redes sociales. Pero la última grabación ha rebasado todos los límites. En ella Alito afirma que “a los periodistas no se les mata a balazos; se les mata de hambre”.

Lo anterior después de expresar que a los periodistas que le fallen, sus esbirros les darán primero una golpiza salvaje, y luego los pondrán en la lista negra. En pocas frases, Alito describe los métodos que siempre ha usado su partido para mantener el control de los medios de comunicación, pero expresándolos en términos crudos, sin adornos, muy usuales en tiempos del viejo régimen autoritario.

A partir de este episodio, los medios nacionales comenzaron a publicar comentarios de sus columnistas. Alguien de muy arriba les había dado la orden de hacerlo. Empezaron a comentar las sandeces de Alito de manera coordinada, como en una práctica de nado sincronizado. Y comenzó la sinfonía de opiniones: Carlos Loret de Mola y otros abrieron fuego.

Los periodistas que solo habían comentado ese tema en privado, de pronto comenzaron a publicarlo. Y el escándalo creció tanto que obligó a Alito a convocar una nutrida conferencia de prensa, en la cual apareció flanqueado por los líderes del PAN y del PRD. En tono y con ademanes heroicos –como si estuviera resistiendo de manera estoica una tempestad-- manifestó que el gobierno de AMLO estaba difamándolo por motivos electorales, y en clara referencia al prófugo Ricardo Anaya, declaró que a él no lo callarían ni lo obligarán a salir del país.

Por dramática que pareciera la pose del líder priísta, sus aliados del PAN y del PRD lo miraban de soslayo, cabizbajos y aguantando el diluvio de preguntas de los reporteros, que habían olfateado su momento: era la ocasión propicia para cobrarle las cuentas pendientes a Alito por las numerosas agresiones que sufrieron sus colegas campechanos, durante el mandato del actual líder partidario en aquel estado.

Cobró forma así la tormenta política que hoy sacude al PRI y sus aliados panistas y perredistas. El asunto que hoy se debate ya no son las grabaciones publicadas por la gobernadora de Campeche, sino el efecto que están causando en las campañas electorales estatales que culminarán el próximo 5 de junio. Por lo pronto, para muchos simpatizantes de la derecha resulta indefensible un aliado que, además del desprestigio que arrastra, se les está convirtiendo en un peso muerto. Alito quema todo lo que toca.

Lo mejor que podría suceder con el líder tricolor es que presentara su renuncia de inmediato a la dirección del PRI y a su participación en las actuales campañas. Solo aporta a sus aliados desprestigio y escándalo. Ya nadie quiere ni puede defenderlo. Es posible que solo estén postergando la salida del impresentable tricolor porque una renuncia en este momento, en vísperas de los comicios, significaría un escándalo mayor.

Desde luego, cualquiera sea la fecha de la renuncia de Alito, hay que comentar su lenguaje y su modo de entender al periodismo y las funciones de un gobernante. Hombre que maneja un lenguaje vulgar y atrabancado, se parece mucho a los gobernantes de la prehistoria del PRI, de la era antediluviana. Tan solo recordemos que su formación política data de la época del salinato, cuando el presidente podía quitar del poder a cualquier gobernador, y ordenaba eliminar periodistas incómodos.

Al escuchar los audios, queda la impresión de estar en presencia del góber precioso de Puebla, Mario Marín, cuando éste se refería a Lydia Cacho y comentaba con su cómplice, Kamel Nacif, que le dio sus “coscorrones” a la escritora por “pasarse de lanza”. Hacía una exhibición de prepotencia, de impunidad rampante, cuando relataba que había ordenado secuestrar a la periodista en Quintana Roo y traerla a Puebla para “hacer justicia” y complacer a sus compinches.

Es difícil encontrar alguna diferencia entre el lenguaje perdulario, valentón y pendenciero del exgobernador de Campeche, con algún sátrapa de la era neoliberal, sobre todo cuando exhibe su actitud de perdonavidas. Queda la impresión de estar ante un jefe de pandilleros de barrio que da instrucciones a sus subordinados.

El récord de Alito al frente del PRI en materia de derrotas electorales no tiene comparación con ninguna otra etapa de la vida institucional del tricolor. Ha perdido hasta hoy 8 gubernaturas y está a punto de perder dos más (Hidalgo y Oaxaca). En las más recientes encuestas de opinión, el PRI se encuentra a la cabeza del rechazo popular. Según la percepción social, es el partido que más ha robado en el ejercicio del poder, y también el que más crímenes ha cometido.

Si las grabaciones fueron realizadas y publicados de manera ilegal, es algo totalmente imputable al personal que nombró el actual líder prísta. Primero: porque fueron hechas durante el tiempo en que Alito era gobernador, y su equipo de trabajo era el único que podía hacerlo.

Incluso se han publicado fotos del entonces gobernador dentro de un avión privado, a punto de despegar. Esas fotos solo pudieron ser tomadas por alguien del círculo cercano de Alito. Si se cometieron delitos, la competencia legal para investigarlos correspondía a las autoridades ministeriales de Campeche.

Finalmente, se puede resumir que tanto el PRI como los miembros de su dirección política han entrado en la etapa terminal de la crisis. La conducta política de Alito es fiel reflejo de la mentalidad y las prácticas de la mayoría de quienes aún integran ese partido. Las personas que después de conocer esos hechos sigan militando ahí, no podrán alegar inocencia. La sociedad mexicana se está percatando del tipo de políticos que controlaban su vida, sus bienes y su seguridad en la época de la “dictadura perfecta”.

Hace algún tiempo el dirigente político y moral de la coalición prianista, Claudio X. González, declaró que había contribuido a formar esa coalición aunque algunos de los líderes “le dieran asquito”. Esa sensación de náusea aumentará sin duda con el presente escándalo, pero el empresario continuará adelante: en más de una ocasión ha caminado junto a cadáveres políticos que aún respiran.