/ viernes 24 de septiembre de 2021

¿Existe la plasticidad cerebral?

La sociedad cada vez está más involucrada con temas académicos que en el pasado. Anteriormente era muy raro que se hablara de clonación, ADN, genoma, transgénicos, PCR, virus, y pandemias, por mencionar algunos términos.

Afortunadamente mucha gente no sólo los menciona sino discute de estos importantes temas.

Por otro lado, los biólogos tendemos a ser muy “adaptacionistas”, es decir cualquier rasgo pensamos que tiene un uso o representa una ventaja para los seres vivos, cuando no necesariamente es el caso. La verdadera adaptación es la capacidad del aclimatarse (o aprendizaje, p. ej.), pero no la aclimatación misma. Por ejemplo, la capacidad de jugar de un mamífero, es una gran adaptación, pero no el juego mismo. Es decir, aprender si es una gran adaptación, pero una vez que un individuo particular aprende no cambia su genoma, su ADN. Ésta es una gran diferencia de lo que es (y lo que no es) una adaptación. Un ejemplo de lo anterior, también se da cuando el “aire” -más bien el oxígeno- “falta” cuando alguien se va a vivir a una altitud mayor; por lo tanto, tiende a compensar con la producción mayor cantidad de glóbulos rojos (GR), para así absorber mayor cantidad de moléculas de oxígeno. Una vez que éste regresa a su condición anterior, entonces reduce -otra vez- la cantidad de GR. Este tipo de cambios, son -sí muy importantes- pero son ajustes “temporales” de los individuos, pero no se reflejan -como tal- en el genoma. En conclusión, las adaptaciones están bajo selección natural y tienen una base genética.

Aprender (adquirir) otro idioma es otro ejemplo de lo mismo. Un niño japonés, mexicano, francés, americano, chino o ruso, no tienen en sus genomas cualquiera de las lenguas anteriores; tienen que aprenderlas (adquirirlas). Es decir, es un caso más de aprendizaje para lo cual, la capacidad de los diferentes seres humanos de comunicarse por diferentes vocablos es una gran adaptación, no así el japonés, francés, español, inglés, chino o ruso en si. Los lenguajes no están en el genoma. Este es un caso más de flexibilidad (aclimatación, flexibilidad, ajuste, y/o aprendizaje). En concreto, las adaptaciones están bajo selección natural, tienen una base genética y, por lo tanto, el cambio sí está en el DNA y, además, se dan a nivel de poblaciones; mientras que, en contraste, la flexibilidad (ajuste, aclimatación, aprendizaje, juego) representa una ventaja “temporal”, pero estos cambios no tienen una base genética (no están en el genoma).

Hace algunos meses tuve una conversación con mi hermano mayor -el Prof. Arturo Dorado- y posteriormente con la M. en C. Laura Rodríguez relacionado con el tema cerebral. Analizamos que -en principio- algunas células del ser humano no pueden regenerase, particularmente las neuronas (NE), aunque todavía hay cierto debate al respecto. Lo que sí es un hecho es que las NE existentes sí pueden tener más conexión es entre sí. Por lo tanto, este es un tipo de flexibilidad. Es decir, es un cambio fenotípico más no genético. En este punto deseo hacer notar que escribiré próximamente sobre la Epigénetica (EG) que considero que está muy relacionada con el presente tema aquí tratado. La EG es uno de los fascinantes temas dentro de la biología evolutiva y poco se sabe al respecto; pero tiene un profundo potencial.

Pero bueno, regresemos al tema central. Se entiende por plasticidad del cerebro la capacidad de este órgano para la flexibilidad y el cambio. Se trata de un concepto de reciente aceptación, conocido con el nombre de neuroplasticidad. Y es que la idea de que el cerebro se mantiene flexible tras los primeros años de vida no se admitió de lleno hasta la década de los 60 del siglo XX. Ahora se sabe que las diferentes conexiones (CO) entre las neuronas se multiplican desde el momento en que nacemos. En la infancia, el proceso de desarrollo hace que se unan unas con otras a través de miles y miles de conexiones. Es conocido que las que más se emplean se fortalecen, mientras que las que no se usan se debilitan y desaparecen. Al alcanzar la edad adulta, el número de CO es muy inferior a las del niño. Wilson et al., (2019) discuten con cierto detalle sobre este tema en su libro Rehabilitación Neuropsicológica, particularmente en el capítulo sobre plasticidad.

En conclusión, actualmente sabemos que la Neurociencia ha puesto de relieve que: el buen funcionamiento del cerebro no depende tanto del número de NE como de la calidad de sus CO.

La sociedad cada vez está más involucrada con temas académicos que en el pasado. Anteriormente era muy raro que se hablara de clonación, ADN, genoma, transgénicos, PCR, virus, y pandemias, por mencionar algunos términos.

Afortunadamente mucha gente no sólo los menciona sino discute de estos importantes temas.

Por otro lado, los biólogos tendemos a ser muy “adaptacionistas”, es decir cualquier rasgo pensamos que tiene un uso o representa una ventaja para los seres vivos, cuando no necesariamente es el caso. La verdadera adaptación es la capacidad del aclimatarse (o aprendizaje, p. ej.), pero no la aclimatación misma. Por ejemplo, la capacidad de jugar de un mamífero, es una gran adaptación, pero no el juego mismo. Es decir, aprender si es una gran adaptación, pero una vez que un individuo particular aprende no cambia su genoma, su ADN. Ésta es una gran diferencia de lo que es (y lo que no es) una adaptación. Un ejemplo de lo anterior, también se da cuando el “aire” -más bien el oxígeno- “falta” cuando alguien se va a vivir a una altitud mayor; por lo tanto, tiende a compensar con la producción mayor cantidad de glóbulos rojos (GR), para así absorber mayor cantidad de moléculas de oxígeno. Una vez que éste regresa a su condición anterior, entonces reduce -otra vez- la cantidad de GR. Este tipo de cambios, son -sí muy importantes- pero son ajustes “temporales” de los individuos, pero no se reflejan -como tal- en el genoma. En conclusión, las adaptaciones están bajo selección natural y tienen una base genética.

Aprender (adquirir) otro idioma es otro ejemplo de lo mismo. Un niño japonés, mexicano, francés, americano, chino o ruso, no tienen en sus genomas cualquiera de las lenguas anteriores; tienen que aprenderlas (adquirirlas). Es decir, es un caso más de aprendizaje para lo cual, la capacidad de los diferentes seres humanos de comunicarse por diferentes vocablos es una gran adaptación, no así el japonés, francés, español, inglés, chino o ruso en si. Los lenguajes no están en el genoma. Este es un caso más de flexibilidad (aclimatación, flexibilidad, ajuste, y/o aprendizaje). En concreto, las adaptaciones están bajo selección natural, tienen una base genética y, por lo tanto, el cambio sí está en el DNA y, además, se dan a nivel de poblaciones; mientras que, en contraste, la flexibilidad (ajuste, aclimatación, aprendizaje, juego) representa una ventaja “temporal”, pero estos cambios no tienen una base genética (no están en el genoma).

Hace algunos meses tuve una conversación con mi hermano mayor -el Prof. Arturo Dorado- y posteriormente con la M. en C. Laura Rodríguez relacionado con el tema cerebral. Analizamos que -en principio- algunas células del ser humano no pueden regenerase, particularmente las neuronas (NE), aunque todavía hay cierto debate al respecto. Lo que sí es un hecho es que las NE existentes sí pueden tener más conexión es entre sí. Por lo tanto, este es un tipo de flexibilidad. Es decir, es un cambio fenotípico más no genético. En este punto deseo hacer notar que escribiré próximamente sobre la Epigénetica (EG) que considero que está muy relacionada con el presente tema aquí tratado. La EG es uno de los fascinantes temas dentro de la biología evolutiva y poco se sabe al respecto; pero tiene un profundo potencial.

Pero bueno, regresemos al tema central. Se entiende por plasticidad del cerebro la capacidad de este órgano para la flexibilidad y el cambio. Se trata de un concepto de reciente aceptación, conocido con el nombre de neuroplasticidad. Y es que la idea de que el cerebro se mantiene flexible tras los primeros años de vida no se admitió de lleno hasta la década de los 60 del siglo XX. Ahora se sabe que las diferentes conexiones (CO) entre las neuronas se multiplican desde el momento en que nacemos. En la infancia, el proceso de desarrollo hace que se unan unas con otras a través de miles y miles de conexiones. Es conocido que las que más se emplean se fortalecen, mientras que las que no se usan se debilitan y desaparecen. Al alcanzar la edad adulta, el número de CO es muy inferior a las del niño. Wilson et al., (2019) discuten con cierto detalle sobre este tema en su libro Rehabilitación Neuropsicológica, particularmente en el capítulo sobre plasticidad.

En conclusión, actualmente sabemos que la Neurociencia ha puesto de relieve que: el buen funcionamiento del cerebro no depende tanto del número de NE como de la calidad de sus CO.