/ lunes 14 de octubre de 2019

Facciones y desacuerdos...

Entendemos, todos, que los políticos de Morelos tienen sus propias y probablemente muy definidas ideas sobre cómo deben comportarse, las estrategias que habrán de respaldar, lo que sus representados o la ciudadanía quiere y piensa y todo eso que, según ellos, los vuelve dignos de estar ubicados en el círculo de poder y gozar de la fama y la fortuna que de ello deriva. Lo entendemos porque ningún ciudadano es tan ignorante como ellos quisieran y porque han hecho groseramente evidentes sus posturas respecto de casi todo que podrían resumirse casi en aquella sentencia “hágase Tu voluntad en los bueyes de mi compadre”. Está bien, a final de cuentas la actuación y omisiones de cada uno de los políticos malos y de los buenos, es sancionada tarde o temprano por la ley o por el voto de los ciudadanos, aunque a veces esto ocurra después de que han amasado suficiente dinero como para que les importe aún menos la opinión de la decencia.

Lo que no está tan claro es quién será el valiente que se anime a poner de acuerdo a los más, es evidente la imposibilidad del consenso total, para formar las mayorías que permitan la gobernanza necesaria al Estado durante los próximos meses. Porque habría que reconocer que incluso quienes han llegado desde fuera a intervenir en los conflictos entre los políticos morelenses han resultado inocuos en el mejor de los casos, cuando no han llevado las cosas a peores niveles de encono. La presencia de Andrés Manuel López Obrador o de Ricardo Monreal Ávila, por ejemplo, no han logrado absolutamente nada en la construcción de acuerdos; pero Yeidckol, en cambio, ha servido para empeorar aún más las cosas. Si a ello sumamos el papel de espectadores mudos que han tenido las dirigencias los partidos tradicionales, las declaraciones siempre limitadas de la iniciativa privada, o los llamados a misa de la Iglesia (a los que ninguno de los grillitos quiere ir), el resultado es que el enredo inicial de reparto de poder se ha convertido en un nudo gordiano de ambiciones cortoplacistas.

Los actores más sonoros, es un hecho, parecen incapaces de convocar a la construcción de un gran acuerdo para transitar los próximos dos o cinco años por lo menos en los elementos básicos de la administración pública, aunque sea la suficiente para que la parálisis general no ahogue a la ciudadanía que padece lo mismo el crimen que la falta de empleo, la deficiencia en los servicios públicos que la indolencia gubernamental en casi todas las esferas. Es tal la centralidad que han dado a sus conflictos que uno pudiera olvidarse de que, probablemente, aún queden políticos conciliadores, capaces de anteponer los intereses de la ciudadanía a los suyos o de sus facciones. Debe haberlos, porque de otra forma bien podríamos cerrar el gobierno y mudarnos masivamente a Yucatán o algún otro estado de esos donde la política parece no ser un mayor estorbo para los ciudadanos.

Conciliadores podríamos ubicar a Rafael Reyes y Juan Ángel Flores, alcaldes de Jiutepec y Jojutla; a la coordinadora parlamentaria de Morena, Alejandra Flores; al diputado federal, Alejandro Mojica; a los senadores Lucía Meza y Ángel García Yáñez, y a lo mejor alguno más con quienes podrían construirse consensos de largo alcance, o por lo menos integrar un proyecto con líneas generales de deber político al que se fueran sumando los demás. Sin embargo, la disciplina, discreción o a lo mejor hasta el miedo (en Morelos pareciera haber la vocación de destruir a los políticos que pretenden construir cualquier cosa), los tienen bastante calladitos.

Sin la altura de miras que de necesaria se ha convertido en urgente en este periodo de gobierno, bastante lejana parece la posibilidad de llegar a acuerdos. El problema es justamente la falta de una línea general de acción que presupone entonces la deposición de los intereses y acciones particulares de cada una de las muchísimas facciones que tienen presencia en el gobierno.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Entendemos, todos, que los políticos de Morelos tienen sus propias y probablemente muy definidas ideas sobre cómo deben comportarse, las estrategias que habrán de respaldar, lo que sus representados o la ciudadanía quiere y piensa y todo eso que, según ellos, los vuelve dignos de estar ubicados en el círculo de poder y gozar de la fama y la fortuna que de ello deriva. Lo entendemos porque ningún ciudadano es tan ignorante como ellos quisieran y porque han hecho groseramente evidentes sus posturas respecto de casi todo que podrían resumirse casi en aquella sentencia “hágase Tu voluntad en los bueyes de mi compadre”. Está bien, a final de cuentas la actuación y omisiones de cada uno de los políticos malos y de los buenos, es sancionada tarde o temprano por la ley o por el voto de los ciudadanos, aunque a veces esto ocurra después de que han amasado suficiente dinero como para que les importe aún menos la opinión de la decencia.

Lo que no está tan claro es quién será el valiente que se anime a poner de acuerdo a los más, es evidente la imposibilidad del consenso total, para formar las mayorías que permitan la gobernanza necesaria al Estado durante los próximos meses. Porque habría que reconocer que incluso quienes han llegado desde fuera a intervenir en los conflictos entre los políticos morelenses han resultado inocuos en el mejor de los casos, cuando no han llevado las cosas a peores niveles de encono. La presencia de Andrés Manuel López Obrador o de Ricardo Monreal Ávila, por ejemplo, no han logrado absolutamente nada en la construcción de acuerdos; pero Yeidckol, en cambio, ha servido para empeorar aún más las cosas. Si a ello sumamos el papel de espectadores mudos que han tenido las dirigencias los partidos tradicionales, las declaraciones siempre limitadas de la iniciativa privada, o los llamados a misa de la Iglesia (a los que ninguno de los grillitos quiere ir), el resultado es que el enredo inicial de reparto de poder se ha convertido en un nudo gordiano de ambiciones cortoplacistas.

Los actores más sonoros, es un hecho, parecen incapaces de convocar a la construcción de un gran acuerdo para transitar los próximos dos o cinco años por lo menos en los elementos básicos de la administración pública, aunque sea la suficiente para que la parálisis general no ahogue a la ciudadanía que padece lo mismo el crimen que la falta de empleo, la deficiencia en los servicios públicos que la indolencia gubernamental en casi todas las esferas. Es tal la centralidad que han dado a sus conflictos que uno pudiera olvidarse de que, probablemente, aún queden políticos conciliadores, capaces de anteponer los intereses de la ciudadanía a los suyos o de sus facciones. Debe haberlos, porque de otra forma bien podríamos cerrar el gobierno y mudarnos masivamente a Yucatán o algún otro estado de esos donde la política parece no ser un mayor estorbo para los ciudadanos.

Conciliadores podríamos ubicar a Rafael Reyes y Juan Ángel Flores, alcaldes de Jiutepec y Jojutla; a la coordinadora parlamentaria de Morena, Alejandra Flores; al diputado federal, Alejandro Mojica; a los senadores Lucía Meza y Ángel García Yáñez, y a lo mejor alguno más con quienes podrían construirse consensos de largo alcance, o por lo menos integrar un proyecto con líneas generales de deber político al que se fueran sumando los demás. Sin embargo, la disciplina, discreción o a lo mejor hasta el miedo (en Morelos pareciera haber la vocación de destruir a los políticos que pretenden construir cualquier cosa), los tienen bastante calladitos.

Sin la altura de miras que de necesaria se ha convertido en urgente en este periodo de gobierno, bastante lejana parece la posibilidad de llegar a acuerdos. El problema es justamente la falta de una línea general de acción que presupone entonces la deposición de los intereses y acciones particulares de cada una de las muchísimas facciones que tienen presencia en el gobierno.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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