/ lunes 6 de diciembre de 2021

Fray Gabriel: reconocimiento a una gran vida (I)

Cuando ayer por la mañana mi amigo, el cineasta Francesco Taboada, me mandó un WhatsApp anunciándome: “El próximo miércoles Andrés Manuel le entregará el Premio Nacional de Artes -a Fray Gabriel Chávez de la Mora- en La Mañanera”, un sinfín de recuerdos de pronto se agolparon frente a mí lo que me hizo cambiar el tema de esta columna que hoy tienen entre sus manos queridos amigos. Verán porqué.

Era yo muy niña cuando el entonces obispo Sergio Méndez Arceo, tuvo el valor de remodelar arquitectónica y teológicamente la Catedral de Cuernavaca. Aunque a mi madre, anclada en la tradición y el conservadurismo, le pareció horroroso el cambio. A mí, al crecer y comenzar a tener opinión propia, me pareció espectacular como quedó. Ya periodista por más esfuerzos que hice para entrevistar a don Sergio o para tener acceso al CIDOC o a los recuerdos benedictinos del Prior Gregorio Lemercier, confieso que nunca lo logré, parecían temas y ambientes blindados para todo extraño. Me brinco en esta narración un largo tiempo y aterrizo a varios años después del fallecimiento tanto de Méndez Arceo como de Lemercier e Iván Illich. Y me sorprende un día la llamada telefónica del inolvidable y gran activista morelense Ignacio Suárez Huape tras varios años de silencio hacia mí por parte suya; contesto y escucho su voz como si no hubiera pasado un día sin encontrarnos o vernos en algún evento: “Lya tengo un confesor espiritual que está muy mal de salud y te quisiera pedir que lo entrevistes antes de que muera”. ¿Quién es?, pregunto: “es el Padre Rogelio Orozco. Pero no sé si aceptes porque es para publicar en un periodiquito -el Correo del Sur-, que no se vende en los puestos de periódico sino que se reparte de mano en mano en las misas y otros ambientes, pero… -se queda un momento en silencio-, ni te pagaríamos por ese trabajo y además tú vienes de trabajar en grandes medios nacionales”, agregó.

No sabía Nacho que, tras varios años fuera del periodismo, yo estaba ávida de volver a encontrar mi rumbo perdido o como dicen los logoterapeutas, de encontrarle de nuevo sentido a mi vida, así que le contesté: -Acepto encantada, conozco al padre, ha desayunado varias veces en mi casa siempre acompañado de personas que lo llevaban y traían ayudando siempre a los menesterosos-. “Cuenta con esa entrevista. Al comenzarla, supe lo que significaba el dicho popular “En casa de herrero azadón de palo”, el padre que nunca hablaba de su pasado ni yo le preguntaba, como surgidos de una misteriosa caja remota fueron saliendo los nombres de esos tres personajes que yo había buscado tanto en vano y entre ellos, salió el de fray Gabriel Chávez de la Mora. Para quien no lo conozca, es un arquitecto y monje benedictino genial diseñador, renovador, adaptador y recuperador de arquitectura religiosa además de inventor del moderno alfabeto que utilizan la mayor parte de los arquitectos y que un día, era entonces fray Gabriel un brillante estudiante veinteañero de Arquitectura en Guadalajara su ciudad natal donde vivía holgadamente con su acomodada familia, escuchó un sermón del Prior Lemercier y en ese momento, supo que dedicaría su vida al ámbito religioso.

Se tituló de manera destacada como Arquitecto, condición que le impuso su padre, y se vino a Cuernavaca a buscar el Monasterio benedictino en Santa María Ahuacatitlán, al norte de Cuernavaca, para ingresar a él. El camión lo bajó en Huitzilac y preguntando atravesó el bosque a pie y llegó. Y a pesar del escándalo vaticano cuando se enteraron de que hacía ocho años que todo el monasterio recibía terapia psicoanalítica grupal lo que dejó fuera de la orden al Prior, fray Gabriel fue de los pocos que no abandonó la orden benedictina cuando dejaron fuera a su antiguo jefe, pero a pesar del rígido veto religioso a todo lo que oliera al Prior denostado, el oven monje arquitecto y ya reconocido artista religioso, nunca lo abandonó. Tiempo después lo casó, estuvo en contacto con el ayudándole espiritualmente en su terrible cáncer cerebral y lo confesó antes de morir. Independientemente de que su arte era tan grande que inspiró el moderno diseño de la Basílica de Guadalupe aunque el Arq. Pedro Ramírez Vázquez nunca le dio crédito y él un tímido y tranquilo monje jamás lo peleó, la mano de Fray Gabriel está impresa en la magna nueva basílica.

En estos días, que ya dieron inicio las peregrinaciones, vemos a un gran pueblo que no olvida que tras la bella imagen espiritual de esa jovencita, están las raíces de un México que tiene su fe puesta en nuestra gran cultura ancestral. Y hasta el próximo lunes queridos amigos.


Cuando ayer por la mañana mi amigo, el cineasta Francesco Taboada, me mandó un WhatsApp anunciándome: “El próximo miércoles Andrés Manuel le entregará el Premio Nacional de Artes -a Fray Gabriel Chávez de la Mora- en La Mañanera”, un sinfín de recuerdos de pronto se agolparon frente a mí lo que me hizo cambiar el tema de esta columna que hoy tienen entre sus manos queridos amigos. Verán porqué.

Era yo muy niña cuando el entonces obispo Sergio Méndez Arceo, tuvo el valor de remodelar arquitectónica y teológicamente la Catedral de Cuernavaca. Aunque a mi madre, anclada en la tradición y el conservadurismo, le pareció horroroso el cambio. A mí, al crecer y comenzar a tener opinión propia, me pareció espectacular como quedó. Ya periodista por más esfuerzos que hice para entrevistar a don Sergio o para tener acceso al CIDOC o a los recuerdos benedictinos del Prior Gregorio Lemercier, confieso que nunca lo logré, parecían temas y ambientes blindados para todo extraño. Me brinco en esta narración un largo tiempo y aterrizo a varios años después del fallecimiento tanto de Méndez Arceo como de Lemercier e Iván Illich. Y me sorprende un día la llamada telefónica del inolvidable y gran activista morelense Ignacio Suárez Huape tras varios años de silencio hacia mí por parte suya; contesto y escucho su voz como si no hubiera pasado un día sin encontrarnos o vernos en algún evento: “Lya tengo un confesor espiritual que está muy mal de salud y te quisiera pedir que lo entrevistes antes de que muera”. ¿Quién es?, pregunto: “es el Padre Rogelio Orozco. Pero no sé si aceptes porque es para publicar en un periodiquito -el Correo del Sur-, que no se vende en los puestos de periódico sino que se reparte de mano en mano en las misas y otros ambientes, pero… -se queda un momento en silencio-, ni te pagaríamos por ese trabajo y además tú vienes de trabajar en grandes medios nacionales”, agregó.

No sabía Nacho que, tras varios años fuera del periodismo, yo estaba ávida de volver a encontrar mi rumbo perdido o como dicen los logoterapeutas, de encontrarle de nuevo sentido a mi vida, así que le contesté: -Acepto encantada, conozco al padre, ha desayunado varias veces en mi casa siempre acompañado de personas que lo llevaban y traían ayudando siempre a los menesterosos-. “Cuenta con esa entrevista. Al comenzarla, supe lo que significaba el dicho popular “En casa de herrero azadón de palo”, el padre que nunca hablaba de su pasado ni yo le preguntaba, como surgidos de una misteriosa caja remota fueron saliendo los nombres de esos tres personajes que yo había buscado tanto en vano y entre ellos, salió el de fray Gabriel Chávez de la Mora. Para quien no lo conozca, es un arquitecto y monje benedictino genial diseñador, renovador, adaptador y recuperador de arquitectura religiosa además de inventor del moderno alfabeto que utilizan la mayor parte de los arquitectos y que un día, era entonces fray Gabriel un brillante estudiante veinteañero de Arquitectura en Guadalajara su ciudad natal donde vivía holgadamente con su acomodada familia, escuchó un sermón del Prior Lemercier y en ese momento, supo que dedicaría su vida al ámbito religioso.

Se tituló de manera destacada como Arquitecto, condición que le impuso su padre, y se vino a Cuernavaca a buscar el Monasterio benedictino en Santa María Ahuacatitlán, al norte de Cuernavaca, para ingresar a él. El camión lo bajó en Huitzilac y preguntando atravesó el bosque a pie y llegó. Y a pesar del escándalo vaticano cuando se enteraron de que hacía ocho años que todo el monasterio recibía terapia psicoanalítica grupal lo que dejó fuera de la orden al Prior, fray Gabriel fue de los pocos que no abandonó la orden benedictina cuando dejaron fuera a su antiguo jefe, pero a pesar del rígido veto religioso a todo lo que oliera al Prior denostado, el oven monje arquitecto y ya reconocido artista religioso, nunca lo abandonó. Tiempo después lo casó, estuvo en contacto con el ayudándole espiritualmente en su terrible cáncer cerebral y lo confesó antes de morir. Independientemente de que su arte era tan grande que inspiró el moderno diseño de la Basílica de Guadalupe aunque el Arq. Pedro Ramírez Vázquez nunca le dio crédito y él un tímido y tranquilo monje jamás lo peleó, la mano de Fray Gabriel está impresa en la magna nueva basílica.

En estos días, que ya dieron inicio las peregrinaciones, vemos a un gran pueblo que no olvida que tras la bella imagen espiritual de esa jovencita, están las raíces de un México que tiene su fe puesta en nuestra gran cultura ancestral. Y hasta el próximo lunes queridos amigos.