/ lunes 20 de diciembre de 2021

Guadalupe y migrantes: Cultura, unión e identidad más allá de la fe

Queridos lectores, en estos días se celebran tanto el Día Internacional del Migrante -18 de diciembre-, como un Aniversario más del formidable sincretismo con que los santos hombres de Dios,

Los primeros franciscanos que llegaron a lo que sería después llamado la Nueva España, suplieron el ancestral culto a las llamadas señoras serpientes: la Coatlicue -madre de todos los dioses y los hombres-, y sus advocaciones la Tonantzin -nuestra madrecita- y la Cihuacóatl -mitad mujer mitad serpiente, diosa de la tierra, de la fertilidad y de los partos-, es menester escribir de ambas celebraciones porque están firmemente entrelazadas en una historia que habla de fe, cultura y unión de las migraciones a través de la Virgen de Guadalupe. Verán porqué lo digo: No hay un grupo, nacional o extranjero (sobre todo centro americanos), que no busque consuelo en esa preciosa imagen.

Dos casos notables lo constituyen la última caravana que a pedradas y a trancazo limpio contra la guardia nacional se abre paso en su intento de entrar a los Estados Unidos, ellos buscan el billete verde que les permita un mejor medio de vida. Y estrategia o no, pero este último grupo llegó y entró a la Basílica, de ahí prosiguen su camino a pie o de aventón rumbo a la franja fronteriza. ¿Qué tiene la imagen de la bella jovencita azteca a la que ninguno de sus detractores ha logrado derrotar? Y son varias respuestas: En ella, el pueblo, llámese así en este caso a todos aquellos que llegan a pie, en bicicleta o en vehículos y tráileres que en caravana avanzan adornados a visitarla desde distintos y lejanos lugares, lo hacen con una fe ciega por la sencilla razón de que se identifican con esa jovencita porque en realidad Guadalupe es su raza, es una de ellos.

Con o sin apariciones, para no alterar a los creyentes, desde su arribo a la península ibérica hace dos mil años en brazos del evangelista San Lucas en esa ocasión en forma de escultura, la llamada Guadalupe con distintos rostros, ha estado al paso del tiempo, rodeada de espiritualidad. Y al aparecer en la Nueva España, logró lo impensable, la unión de dos razas, de dos culturas diametralmente opuestas sin que ninguna de las dos desapareciera. Y no deja de asombrarme que sigue ganando terreno donde quiera haya mexicanos.

Cuando vi por TV a través del canal 11 el conmovedor documental llamado Guadalupe sin Pasaporte que narra el recorrido de la antorcha guadalupana desde su salida de la Basílica de Guadalupe el 1º. de septiembre hasta su destino final en Nueva York que fue el 12 de diciembre, a su paso de día o de noche por los distintos estados de la república era recibida con vítores porque esa devoción popular es un símbolo que representa no solo la cultura y fe, sino la esperanza de recibir ayuda para lograr una estancia segura en los E.U. La antorcha que fue encendida a los pies de la Virgen Morena recorrió México y Estados Unidos en relevos imparables y cruzó la frontera hacia el norte por Laredo.

Ya en aquel país, siempre custodiados los jóvenes corredores por la guardia estadounidense, el pasado viernes arribó a la Cd. de Nueva York donde el grupo encabezado por la imagen guadalupana fue vitoreado a su paso por miles de mexicanos y latinos ante la mirada asombrada de estadounidenses que, huérfanos, carecen de esta fe nuestra, hasta llegar a la Catedral de San Patricio donde ocurrió un milagro: en su enorme interior, distintos grupos de danzantes aztecas le bailaban con enormes y formidables penachos y el sonido del huehuetl y el teponaztli; la danza de los viejitos, los morelenses con sus trajes y su brinco del Chinelo y distintos grupos que así le mostraban a “su madrecita”, colocada en el altar, que no la olvidan ni olvidan de dónde vienen y quién en realidad es ella y se lo demuestran con lo mejor que tienen, su memoria ancestral y su cultura. Y hasta el próximo lunes.


Queridos lectores, en estos días se celebran tanto el Día Internacional del Migrante -18 de diciembre-, como un Aniversario más del formidable sincretismo con que los santos hombres de Dios,

Los primeros franciscanos que llegaron a lo que sería después llamado la Nueva España, suplieron el ancestral culto a las llamadas señoras serpientes: la Coatlicue -madre de todos los dioses y los hombres-, y sus advocaciones la Tonantzin -nuestra madrecita- y la Cihuacóatl -mitad mujer mitad serpiente, diosa de la tierra, de la fertilidad y de los partos-, es menester escribir de ambas celebraciones porque están firmemente entrelazadas en una historia que habla de fe, cultura y unión de las migraciones a través de la Virgen de Guadalupe. Verán porqué lo digo: No hay un grupo, nacional o extranjero (sobre todo centro americanos), que no busque consuelo en esa preciosa imagen.

Dos casos notables lo constituyen la última caravana que a pedradas y a trancazo limpio contra la guardia nacional se abre paso en su intento de entrar a los Estados Unidos, ellos buscan el billete verde que les permita un mejor medio de vida. Y estrategia o no, pero este último grupo llegó y entró a la Basílica, de ahí prosiguen su camino a pie o de aventón rumbo a la franja fronteriza. ¿Qué tiene la imagen de la bella jovencita azteca a la que ninguno de sus detractores ha logrado derrotar? Y son varias respuestas: En ella, el pueblo, llámese así en este caso a todos aquellos que llegan a pie, en bicicleta o en vehículos y tráileres que en caravana avanzan adornados a visitarla desde distintos y lejanos lugares, lo hacen con una fe ciega por la sencilla razón de que se identifican con esa jovencita porque en realidad Guadalupe es su raza, es una de ellos.

Con o sin apariciones, para no alterar a los creyentes, desde su arribo a la península ibérica hace dos mil años en brazos del evangelista San Lucas en esa ocasión en forma de escultura, la llamada Guadalupe con distintos rostros, ha estado al paso del tiempo, rodeada de espiritualidad. Y al aparecer en la Nueva España, logró lo impensable, la unión de dos razas, de dos culturas diametralmente opuestas sin que ninguna de las dos desapareciera. Y no deja de asombrarme que sigue ganando terreno donde quiera haya mexicanos.

Cuando vi por TV a través del canal 11 el conmovedor documental llamado Guadalupe sin Pasaporte que narra el recorrido de la antorcha guadalupana desde su salida de la Basílica de Guadalupe el 1º. de septiembre hasta su destino final en Nueva York que fue el 12 de diciembre, a su paso de día o de noche por los distintos estados de la república era recibida con vítores porque esa devoción popular es un símbolo que representa no solo la cultura y fe, sino la esperanza de recibir ayuda para lograr una estancia segura en los E.U. La antorcha que fue encendida a los pies de la Virgen Morena recorrió México y Estados Unidos en relevos imparables y cruzó la frontera hacia el norte por Laredo.

Ya en aquel país, siempre custodiados los jóvenes corredores por la guardia estadounidense, el pasado viernes arribó a la Cd. de Nueva York donde el grupo encabezado por la imagen guadalupana fue vitoreado a su paso por miles de mexicanos y latinos ante la mirada asombrada de estadounidenses que, huérfanos, carecen de esta fe nuestra, hasta llegar a la Catedral de San Patricio donde ocurrió un milagro: en su enorme interior, distintos grupos de danzantes aztecas le bailaban con enormes y formidables penachos y el sonido del huehuetl y el teponaztli; la danza de los viejitos, los morelenses con sus trajes y su brinco del Chinelo y distintos grupos que así le mostraban a “su madrecita”, colocada en el altar, que no la olvidan ni olvidan de dónde vienen y quién en realidad es ella y se lo demuestran con lo mejor que tienen, su memoria ancestral y su cultura. Y hasta el próximo lunes.