/ jueves 20 de febrero de 2020

Iglesia y Estado, frente a las adicciones

La necesidad de una pastoral de las adicciones sigue siendo un pendiente postergado en atender una herida cada vez más profunda, la cual devela un vacío existencial sistemático en las nuevas generaciones, mostrando una sociedad trastornada por estar incisivamente seduciendo los afectos a un desorden desenfrenado de emociones compulsivas y enfermizas. Ante ello, es urgente retomar dicha problemática de salud pública siendo capaces de generar vínculos institucionales para una colaboración en conjunto a favor de la prevención, intervención y acompañamiento de adicciones.

Hago un sincero llamado a dejar a un lado nuestras diferencias institucionales para privilegiar a las personas atormentadas por una enfermedad, que superficialmente tiene un comportamiento adictivo a una sustancia pero en el fondo requiere ser reconstruidos integralmente. Fragmentar la ayuda por resguardar los límites institucionales ha dispersado la contundencia de nuestra responsabilidad social.

Cada vez son más los adolescentes y jóvenes quienes están siendo masivamente incitados a las adicciones, ahora con mayor vulnerabilidad por un narco-menudo desesperado y transgresor de la vida especialmente de nuestros niños y adolescentes. No podemos consentir esta descomposición fatalista impregnada de desesperanza, siempre estaremos a tiempo de darle solución, si somos capaces de una sinergia institucional a favor de esta lacerante situación de preocupación familiar. Podemos con cordialidad y buena voluntad generar una planificación donde cada uno desde nuestra trinchera institucional podamos sumar a la solución.

Lograrlo sin tabús ni prejuicios sería un acto de maduración social que nos otorgaría una articulación institucional más efectiva para enfrentar otros problemas sociales que tanto nos aquejan. De nuestra parte como Iglesia comprometida con los valores evangélicos de las bienaventuranzas, deseamos podamos dar ese paso tan necesario para la reconstrucción del tejido social de nuestro estado. Seguir a la espera de un mesianismo institucional es darle fuerza a estructuras nocivas con un potencial expansivo de autodestrucción.

Lo que está en juego no son los principios morales o civiles de cada respectiva institucionalidad, sino la recuperación de lo más elemental para la sobrevivencia de una sana convivencia social. Nuestras parroquias están en cada espacio del territorio de Morelos y estamos en total disposición de contribuir a procesos de reconciliación y sanación de la persona. Hablamos entonces de un frente institucional con precisión y coordinación para poder prevenir, detectar e intervenir en acompañamientos multidisciplinarios con certera contundencia.

Aquí están nuestras parroquias, donde aún podemos decir que somos un espacio de encuentro de millones de familias, donde podemos establecer dicho programa de salud pública. Mientras esto logra tomar forma, ya hay muchos sacerdotes y programas de grupos de autoayuda que están desde hace tiempo trabajando en conjunto, estamos viviendo tiempos de mucha desolación, es tiempo por tanto de hacer puentes y no muros, de hacernos cercanos aún con nuestras diferencias y no de distanciarnos en ideologizaciones. La gravedad apremia a un despertar de conciencias más civilizatorias por el bien de todos.

La necesidad de una pastoral de las adicciones sigue siendo un pendiente postergado en atender una herida cada vez más profunda, la cual devela un vacío existencial sistemático en las nuevas generaciones, mostrando una sociedad trastornada por estar incisivamente seduciendo los afectos a un desorden desenfrenado de emociones compulsivas y enfermizas. Ante ello, es urgente retomar dicha problemática de salud pública siendo capaces de generar vínculos institucionales para una colaboración en conjunto a favor de la prevención, intervención y acompañamiento de adicciones.

Hago un sincero llamado a dejar a un lado nuestras diferencias institucionales para privilegiar a las personas atormentadas por una enfermedad, que superficialmente tiene un comportamiento adictivo a una sustancia pero en el fondo requiere ser reconstruidos integralmente. Fragmentar la ayuda por resguardar los límites institucionales ha dispersado la contundencia de nuestra responsabilidad social.

Cada vez son más los adolescentes y jóvenes quienes están siendo masivamente incitados a las adicciones, ahora con mayor vulnerabilidad por un narco-menudo desesperado y transgresor de la vida especialmente de nuestros niños y adolescentes. No podemos consentir esta descomposición fatalista impregnada de desesperanza, siempre estaremos a tiempo de darle solución, si somos capaces de una sinergia institucional a favor de esta lacerante situación de preocupación familiar. Podemos con cordialidad y buena voluntad generar una planificación donde cada uno desde nuestra trinchera institucional podamos sumar a la solución.

Lograrlo sin tabús ni prejuicios sería un acto de maduración social que nos otorgaría una articulación institucional más efectiva para enfrentar otros problemas sociales que tanto nos aquejan. De nuestra parte como Iglesia comprometida con los valores evangélicos de las bienaventuranzas, deseamos podamos dar ese paso tan necesario para la reconstrucción del tejido social de nuestro estado. Seguir a la espera de un mesianismo institucional es darle fuerza a estructuras nocivas con un potencial expansivo de autodestrucción.

Lo que está en juego no son los principios morales o civiles de cada respectiva institucionalidad, sino la recuperación de lo más elemental para la sobrevivencia de una sana convivencia social. Nuestras parroquias están en cada espacio del territorio de Morelos y estamos en total disposición de contribuir a procesos de reconciliación y sanación de la persona. Hablamos entonces de un frente institucional con precisión y coordinación para poder prevenir, detectar e intervenir en acompañamientos multidisciplinarios con certera contundencia.

Aquí están nuestras parroquias, donde aún podemos decir que somos un espacio de encuentro de millones de familias, donde podemos establecer dicho programa de salud pública. Mientras esto logra tomar forma, ya hay muchos sacerdotes y programas de grupos de autoayuda que están desde hace tiempo trabajando en conjunto, estamos viviendo tiempos de mucha desolación, es tiempo por tanto de hacer puentes y no muros, de hacernos cercanos aún con nuestras diferencias y no de distanciarnos en ideologizaciones. La gravedad apremia a un despertar de conciencias más civilizatorias por el bien de todos.