/ miércoles 8 de abril de 2020

Ignorancia y enfermedad

Cuando uno piensa en la colección de problemas económicos y de salud que se acumulan en estos días, las recomendaciones científicas y la irresponsabilidad con que muchos grupos ciudadanos y políticos las desatienden bajo falacias de lo más diversas, no queda más que lamentar la sociedad y todas sus formas de riesgosa ignorancia. La ignorancia social muy cara, en atención médica, en malos gobiernos, en círculos de corrupción, en baja productividad.

Esa ignorancia parte de una construcción colectiva. No se trata sólo del resultado de la obsolescencia de la escuela, plagada de disfunciones; tiene que ver con prácticas familiares y sociales cotidianas, con sistemas de estímulos lejanos a las virtudes socialmente sanas, con determinaciones particulares, presiones sociales, niveles de percepción de la realidad llena de placeres y de peligros.

Es cierto que todos somos ignorantes en una o varias cosas, uno puede saber nada de epidemiología, de equilibrios financieros, de teatro kabuki, pero es deseable que cada individuo posea un set de conocimientos elementales sobre la vida y sobre lo importante de escuchar a especialistas en cada una de las disciplinas del conocimiento, mucho más cuando esa realidad es especialmente peligrosa para uno o para el colectivo. El set básico de conocimientos tendría que ofrecernos la certeza de que, salvo que sea una de las pocas expertas en epidemiología del mundo, la abuela no tiene gran autoridad para hacer recomendaciones sobre prevención de contagios. Ese mínimo de saberes indispensables al que nos referimos tendría que facilitarnos discernir en torno a la posible veracidad de una información y la evidente falsedad de otras; tendría que permitirnos detener decisiones vitales (hoy, por ejemplo, salir o no de casa) hasta tener la información necesaria proveniente de fuentes expertas en el tema. Y por supuesto, debiera incluir también la promoción de una serie de valores civilizatorios que pueden reducir los niveles de riesgo y conflicto que cada individuo suele representar para su comunidad.

Reconocemos que gran parte de la crisis que hoy vivimos en materia sanitaria se debe a comportamientos sociales ignorantes, el resurgimiento de las enfermedades prevenibles por vacunación parte de una irracionalidad que rechazó a las vacunas; el crecimiento de enfermedades transmitidas por vector, como el dengue, es explicable en tanto hay personas que no obedecen a la descacharrización ni permiten la nebulización en su propiedad; el alto número de contagios de coronavirus que tendremos en las próximas semanas, está asociado directamente con un comportamiento social que sigue desacatando las instrucciones básicas para evitar la propagación. Es decir, las sociedades hemos cultivado nuestra propia destrucción porque decidimos desaprender una serie de cosas que eran elementales, porque decidimos creer en conspiraciones, en políticos mesiánicos, en que el confort era mucho más importante que nuestra salud, nuestra seguridad, nuestras libertades, porque cambiamos la razón por la sospecha, y eso es insostenible para cualquier grupo humano.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Cuando uno piensa en la colección de problemas económicos y de salud que se acumulan en estos días, las recomendaciones científicas y la irresponsabilidad con que muchos grupos ciudadanos y políticos las desatienden bajo falacias de lo más diversas, no queda más que lamentar la sociedad y todas sus formas de riesgosa ignorancia. La ignorancia social muy cara, en atención médica, en malos gobiernos, en círculos de corrupción, en baja productividad.

Esa ignorancia parte de una construcción colectiva. No se trata sólo del resultado de la obsolescencia de la escuela, plagada de disfunciones; tiene que ver con prácticas familiares y sociales cotidianas, con sistemas de estímulos lejanos a las virtudes socialmente sanas, con determinaciones particulares, presiones sociales, niveles de percepción de la realidad llena de placeres y de peligros.

Es cierto que todos somos ignorantes en una o varias cosas, uno puede saber nada de epidemiología, de equilibrios financieros, de teatro kabuki, pero es deseable que cada individuo posea un set de conocimientos elementales sobre la vida y sobre lo importante de escuchar a especialistas en cada una de las disciplinas del conocimiento, mucho más cuando esa realidad es especialmente peligrosa para uno o para el colectivo. El set básico de conocimientos tendría que ofrecernos la certeza de que, salvo que sea una de las pocas expertas en epidemiología del mundo, la abuela no tiene gran autoridad para hacer recomendaciones sobre prevención de contagios. Ese mínimo de saberes indispensables al que nos referimos tendría que facilitarnos discernir en torno a la posible veracidad de una información y la evidente falsedad de otras; tendría que permitirnos detener decisiones vitales (hoy, por ejemplo, salir o no de casa) hasta tener la información necesaria proveniente de fuentes expertas en el tema. Y por supuesto, debiera incluir también la promoción de una serie de valores civilizatorios que pueden reducir los niveles de riesgo y conflicto que cada individuo suele representar para su comunidad.

Reconocemos que gran parte de la crisis que hoy vivimos en materia sanitaria se debe a comportamientos sociales ignorantes, el resurgimiento de las enfermedades prevenibles por vacunación parte de una irracionalidad que rechazó a las vacunas; el crecimiento de enfermedades transmitidas por vector, como el dengue, es explicable en tanto hay personas que no obedecen a la descacharrización ni permiten la nebulización en su propiedad; el alto número de contagios de coronavirus que tendremos en las próximas semanas, está asociado directamente con un comportamiento social que sigue desacatando las instrucciones básicas para evitar la propagación. Es decir, las sociedades hemos cultivado nuestra propia destrucción porque decidimos desaprender una serie de cosas que eran elementales, porque decidimos creer en conspiraciones, en políticos mesiánicos, en que el confort era mucho más importante que nuestra salud, nuestra seguridad, nuestras libertades, porque cambiamos la razón por la sospecha, y eso es insostenible para cualquier grupo humano.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx