/ miércoles 14 de noviembre de 2018

La asamblea migrante

La noche del jueves pasado tuve oportunidad de observar el desarrollo de la asamblea migrante realizada en el albergue acondicionado para más de 5 mil personas dentro de las instalaciones de un deportivo al oriente de la Ciudad de México. Uno a uno fueron hablando los pocos oradores, hasta dejar en claro las dos propuestas a deliberar. Por un lado, estaba la postura de no avanzar hasta que la ONU o el gobierno mexicano proporcionara autobuses por tratarse de una solicitud humanitaria. Por otra parte, estaba la posición de continuar la marcha hacia el norte con o sin autobuses.

Para la gran mayoría de los migrantes, el centro del país no era la meta por lo que debían continuar en cuanto antes. Para otros, la adversidad propia del norte del país y la mermada salud de muchas mujeres, niños y adultos requería de transporte para poder avanzar. En asamblea deliberativa la decisión final fue la avanzar con dirección a Tijuana, sin importar la llegada o no del transporte solicitado. Se votó por salir todos juntos, porque esa sería su única y real protección.

La frontera de México es una de las zonas más peligrosas del país. Tijuana, Ciudad Juárez y Tamaulipas son las principales ciudades de llegada de migrantes. Aunque la asamblea de migrantes decidió seguir la ruta y ciudad menos insegura, desde hace por lo menos tres años Tijuana es el escenario de constantes enfrentamientos entre nuevos grupos del narcotráfico.

El aumento de la peligrosidad en las rutas tradicionales ha obligado a los migrantes a tomar alternativas remotas y más peligrosas, aunque esto implique mayor vulnerabilidad al dispersare o perderse en el camino. No hay suficientes datos oficiales, pero en muchos estados existen cientos de casos de desapariciones de migrantes (siendo la Cd.Mx., Oaxaca, Tamaulipas y Veracruz, los principales). De ahí el surgimiento de caravanas de búsqueda de familiares migrantes desaparecidos que recorren prácticamente todo el país.

Llegar a la frontera tampoco puede considerarse un triunfo. De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 217 se presentaron 412 casos de fallecimiento en la frontera. Por otro lado, existe un elevado número de casos de migrantes que son aprendidos y deportados. Tan sólo en 2017, esta situación alcanzó a 341 mil migrantes.

Y en el caso de los procedimientos de asilo en EEUU, casi todas las solicitudes son rechazadas, el trámite es lento y la prioridad son las mujeres y niños. De acuerdo con el monitoreo del actual éxodo migrante, alrededor del 70 por ciento del éxodo son hombres; lo que implica para ellos quedar fuera de la protección del asilo e intentar cruzar la frontera con el apoyo de “coyotes”, quedarse en Tijuana a buscar trabajo o finalmente, regresar a su país.

Todo es mejor que quedarse, así lo dicen muchos migrantes que no resisten la violencia en sus comunidades de origen. Migrar en condiciones precarias no es por gusto, sino por necesidad. En el fondo prevalece la misma razón por la que huye un centroamericano que la de un michoacano, poblano o guerrerense, por ejemplo: la inseguridad, el acoso, el riesgo en que viven sus hijos, la extorsión o la ausencia de libertades y oportunidades.

México no tiene una verdadera política de protección a migrantes, lo que implica un incumplimiento al deber humanitario como país de quienes vienen huyendo de la violencia. Hasta ahora, la atención y los principales apoyos provienen de los gobiernos locales, de los organismos de protección de derechos humanos y fundamentalmente de las OSC y los ciudadanos que ofrecen hospedaje, atención médica, alimentos y ropa; principalmente.

En próximos días, cuando el éxodo migrante llegue a Tijuana, se encontrará con nuestros miles de migrantes mexicanos, las oleadas de migrantes de Haití y África que comenzaron a llegar desde hace un par de años y la oleada del viacrucis migrante de abril pasado. El desplazamiento forzado en América Latina y el Caribe se agrava conforme pasa el tiempo, de ahí que resulte necesario un acuerdo económico y social sobre las casusas estructurales que producen estos movimientos migratorios para ofrecer condiciones de seguridad y desarrollo en el futuro próximo de nuestras sociedades.

La noche del jueves pasado tuve oportunidad de observar el desarrollo de la asamblea migrante realizada en el albergue acondicionado para más de 5 mil personas dentro de las instalaciones de un deportivo al oriente de la Ciudad de México. Uno a uno fueron hablando los pocos oradores, hasta dejar en claro las dos propuestas a deliberar. Por un lado, estaba la postura de no avanzar hasta que la ONU o el gobierno mexicano proporcionara autobuses por tratarse de una solicitud humanitaria. Por otra parte, estaba la posición de continuar la marcha hacia el norte con o sin autobuses.

Para la gran mayoría de los migrantes, el centro del país no era la meta por lo que debían continuar en cuanto antes. Para otros, la adversidad propia del norte del país y la mermada salud de muchas mujeres, niños y adultos requería de transporte para poder avanzar. En asamblea deliberativa la decisión final fue la avanzar con dirección a Tijuana, sin importar la llegada o no del transporte solicitado. Se votó por salir todos juntos, porque esa sería su única y real protección.

La frontera de México es una de las zonas más peligrosas del país. Tijuana, Ciudad Juárez y Tamaulipas son las principales ciudades de llegada de migrantes. Aunque la asamblea de migrantes decidió seguir la ruta y ciudad menos insegura, desde hace por lo menos tres años Tijuana es el escenario de constantes enfrentamientos entre nuevos grupos del narcotráfico.

El aumento de la peligrosidad en las rutas tradicionales ha obligado a los migrantes a tomar alternativas remotas y más peligrosas, aunque esto implique mayor vulnerabilidad al dispersare o perderse en el camino. No hay suficientes datos oficiales, pero en muchos estados existen cientos de casos de desapariciones de migrantes (siendo la Cd.Mx., Oaxaca, Tamaulipas y Veracruz, los principales). De ahí el surgimiento de caravanas de búsqueda de familiares migrantes desaparecidos que recorren prácticamente todo el país.

Llegar a la frontera tampoco puede considerarse un triunfo. De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 217 se presentaron 412 casos de fallecimiento en la frontera. Por otro lado, existe un elevado número de casos de migrantes que son aprendidos y deportados. Tan sólo en 2017, esta situación alcanzó a 341 mil migrantes.

Y en el caso de los procedimientos de asilo en EEUU, casi todas las solicitudes son rechazadas, el trámite es lento y la prioridad son las mujeres y niños. De acuerdo con el monitoreo del actual éxodo migrante, alrededor del 70 por ciento del éxodo son hombres; lo que implica para ellos quedar fuera de la protección del asilo e intentar cruzar la frontera con el apoyo de “coyotes”, quedarse en Tijuana a buscar trabajo o finalmente, regresar a su país.

Todo es mejor que quedarse, así lo dicen muchos migrantes que no resisten la violencia en sus comunidades de origen. Migrar en condiciones precarias no es por gusto, sino por necesidad. En el fondo prevalece la misma razón por la que huye un centroamericano que la de un michoacano, poblano o guerrerense, por ejemplo: la inseguridad, el acoso, el riesgo en que viven sus hijos, la extorsión o la ausencia de libertades y oportunidades.

México no tiene una verdadera política de protección a migrantes, lo que implica un incumplimiento al deber humanitario como país de quienes vienen huyendo de la violencia. Hasta ahora, la atención y los principales apoyos provienen de los gobiernos locales, de los organismos de protección de derechos humanos y fundamentalmente de las OSC y los ciudadanos que ofrecen hospedaje, atención médica, alimentos y ropa; principalmente.

En próximos días, cuando el éxodo migrante llegue a Tijuana, se encontrará con nuestros miles de migrantes mexicanos, las oleadas de migrantes de Haití y África que comenzaron a llegar desde hace un par de años y la oleada del viacrucis migrante de abril pasado. El desplazamiento forzado en América Latina y el Caribe se agrava conforme pasa el tiempo, de ahí que resulte necesario un acuerdo económico y social sobre las casusas estructurales que producen estos movimientos migratorios para ofrecer condiciones de seguridad y desarrollo en el futuro próximo de nuestras sociedades.

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