Hoy caminarán desde la Catedral al Zócalo de Cuernavaca miles de personas para reprobar la violencia que se comete contra las mujeres en un estado que ocupa el tercer lugar en feminicidios. La caminata será encabezada por el gobernador, Cuauhtémoc Blanco Bravo, y es parte de las actividades del Día Naranja de este año, que si bien es hasta el 25 de noviembre, resulta una necesaria formación de conciencia para los morelenses, hombres y mujeres, que por acción, omisión, indolencia, o la más gentil de las ignorancias, contribuyen a que las mujeres en el terreno local estén en riesgo.
La iniciativa Día Naranja, proviene de la Organización de las Naciones Unidas, que retomó la conmemoración del día para generar conciencia y prevenir la violencia contra niñas y mujeres de actividades que se desarrollaban en América Latina desde 1981, en que se determinó destinar por lo menos un día del año a un homenaje activo a las tres religiosas dominicanas asesinadas en 1960 por el régimen de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de esa república.
En el caso de Morelos, la toma de conciencia se vuelve urgente, porque paradójicamente se trata de uno de los estados donde mayor avance profesional y político han tenido las mujeres. Hoy tenemos un Congreso mayoritariamente formado por diputadas; en los municipios el proceso es mucho más lento, pero también se ha avanzado en la participación política de las mujeres. También en espacios del poder ejecutivo hay más mujeres y mejor preparadas y con mejores niveles de desempeño. Igual es conocido el éxito que tienen las empresas lideradas por mujeres cuya extensión parece mucho más en número que en ganancias económicas, pero es también notoria.
Probablemente parte de este avance extraordinario ha resultado un disruptor para la evolución lentísima que teníamos en materia de derechos de las mujeres, y en general de los derechos humanos. La más amplia participación de las mujeres, igual que la de los jóvenes, se presenta como una realidad que no había sido prevista por el sistema, al que modifica, altera, y por supuesto, el sistema responde de forma violenta. No se trata de justificar, sino de explicar un fenómeno que debemos entender para poder enfrentar.
Porque el cambio cultural que urge, la modificación de la conciencia y de la conducta colectiva, es uno de los mayores pendientes y nos ayudará a entender, aceptar, vivir, con la nueva realidad que es irreversible. Las mujeres existen mucho más allá del espacio al que la sociedad las había constreñido, al anaquel en que la historia pretendía guardarlas, y ahora se han incluido en espacios de discusión, de decisión, de producción, algo para lo que el sistema no se había preparado.
Es decir, la generación de conciencia para prevenir la violencia contra las mujeres, no debe bastar con un “no se debe tocar a las mujeres”, ese conocimiento es parte de la elemental decencia con la que debiéramos transitar en lo cotidiano. La reflexión debe incluir las nuevas formas de convivencia, debe ir acompañada de la forma en que podamos hacer enriquecedora la presencia de cada una para todos, y la presencia de todos para cada una de ellas. Porque en último de los casos se trata de una virtud de la condición humana el enriquecer los espacios en que se habita, en que se cohabita, y crear comunidades a partir de los aportes que cada uno puede hacer. En todo caso, la caminata y las acciones debieran ser más civilizadoras que domesticadoras.
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