/ domingo 25 de julio de 2021

La ciencia fuera de la política

El movimiento contra la operación del relleno sanitario en Loma de Mejía permite revisar los estilos particulares y las nuevas formas en que la política debiera ejercerse para generar la mayor satisfacción posible de grupos sociales y garantizar el desarrollo sostenible.

En lo local parece haber sólo dos acercamientos al diseño y operación de las políticas públicas respecto a temas sensibles. El primero tiene que ver con la aplicación de leyes no diseñadas con base científica que permiten la operación de industrias de riesgo sin mayor reflexión sobre el deterioro ambiental; normas fundadas en criterios economicistas básicos que han permitido el daño cada vez más profundo al medio ambiente. El segundo se acerca más a la escucha y obediencia a grupos de activistas de la conservación que evitan la operación de los especialistas en tareas necesarias para el desarrollo, y permiten en cambio múltiples negocios clandestinos que provocan un deterioro aún mayor de la naturaleza. Ninguno de estos acercamientos ha permitido frenar la catástrofe ambiental presente en todo el estado derivada de que la sociedad requiere componentes cuya extracción y fabricación tiene impactos ecológicos y genera desperdicios a una velocidad mucho mayor de la que puede atender la actual forma de disposición de residuos.

Algo cierto, no obstante el reclamo generalizado sobre la destrucción paulatina de ecosistemas, es que nadie está dispuesto a sacrificar los niveles de bienestar personal que provocan, en las actuales condiciones, el enorme deterioro del medio ambiente. Nadie parece convencido de dejar de usar totalmente los productos de la minería, las energías de combustibles fósiles, los bienes y servicios que utilizan sustancias peligrosas, y tampoco de frenar la producción acelerada de basura presente en cada domicilio y empresa.

Los hábitos personales se han modificado, en muchos casos, para reducir la huella de carbono y la acción contaminante individual, pero en términos colectivos, el daño sigue aumentando. Entonces requerimos fuentes de energía, productos elaborados o extraídos con sustancias peligrosas, manufacturas contaminantes, y espacios donde disponer mejor de los desechos.

El primer problema está en aceptar que esas necesidades se mantendrán y son parte indispensable del desarrollo. El segundo es plantear cómo estos ingredientes del desarrollo social puedan darse con la mayor reducción posible del impacto ambiental y para generar un progreso verde. La búsqueda de estas formas, por cierto, no puede ser dejada en manos de los políticos ni de los activistas, por muy bien intencionados que sean; tampoco debiera permitirse a la gente (ese colectivo ignorante) el diseño de estas políticas. Tendrían que ser los científicos quienes aconsejen rutas para construir el desarrollo con modelos que reducen el impacto ambiental y permiten la recuperación del entorno. Una experiencia para revisar es el proyecto de minería sustentable que se promueve desde las Naciones Unidas y que acata ya una parte de la industria nacional. Ese diseño tendría que imponerse a los ímpetus de espíritus bien intencionados cuya acción suele dañar más profundamente aquello que dicen querer rescatar.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

El movimiento contra la operación del relleno sanitario en Loma de Mejía permite revisar los estilos particulares y las nuevas formas en que la política debiera ejercerse para generar la mayor satisfacción posible de grupos sociales y garantizar el desarrollo sostenible.

En lo local parece haber sólo dos acercamientos al diseño y operación de las políticas públicas respecto a temas sensibles. El primero tiene que ver con la aplicación de leyes no diseñadas con base científica que permiten la operación de industrias de riesgo sin mayor reflexión sobre el deterioro ambiental; normas fundadas en criterios economicistas básicos que han permitido el daño cada vez más profundo al medio ambiente. El segundo se acerca más a la escucha y obediencia a grupos de activistas de la conservación que evitan la operación de los especialistas en tareas necesarias para el desarrollo, y permiten en cambio múltiples negocios clandestinos que provocan un deterioro aún mayor de la naturaleza. Ninguno de estos acercamientos ha permitido frenar la catástrofe ambiental presente en todo el estado derivada de que la sociedad requiere componentes cuya extracción y fabricación tiene impactos ecológicos y genera desperdicios a una velocidad mucho mayor de la que puede atender la actual forma de disposición de residuos.

Algo cierto, no obstante el reclamo generalizado sobre la destrucción paulatina de ecosistemas, es que nadie está dispuesto a sacrificar los niveles de bienestar personal que provocan, en las actuales condiciones, el enorme deterioro del medio ambiente. Nadie parece convencido de dejar de usar totalmente los productos de la minería, las energías de combustibles fósiles, los bienes y servicios que utilizan sustancias peligrosas, y tampoco de frenar la producción acelerada de basura presente en cada domicilio y empresa.

Los hábitos personales se han modificado, en muchos casos, para reducir la huella de carbono y la acción contaminante individual, pero en términos colectivos, el daño sigue aumentando. Entonces requerimos fuentes de energía, productos elaborados o extraídos con sustancias peligrosas, manufacturas contaminantes, y espacios donde disponer mejor de los desechos.

El primer problema está en aceptar que esas necesidades se mantendrán y son parte indispensable del desarrollo. El segundo es plantear cómo estos ingredientes del desarrollo social puedan darse con la mayor reducción posible del impacto ambiental y para generar un progreso verde. La búsqueda de estas formas, por cierto, no puede ser dejada en manos de los políticos ni de los activistas, por muy bien intencionados que sean; tampoco debiera permitirse a la gente (ese colectivo ignorante) el diseño de estas políticas. Tendrían que ser los científicos quienes aconsejen rutas para construir el desarrollo con modelos que reducen el impacto ambiental y permiten la recuperación del entorno. Una experiencia para revisar es el proyecto de minería sustentable que se promueve desde las Naciones Unidas y que acata ya una parte de la industria nacional. Ese diseño tendría que imponerse a los ímpetus de espíritus bien intencionados cuya acción suele dañar más profundamente aquello que dicen querer rescatar.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx