/ jueves 12 de septiembre de 2019

La crisis política que viene...

Los problemas políticos notorios en el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, en el Tribunal Superior de Justicia, en el Congreso y en los ayuntamientos de Cuernavaca, Cuautla y Jiutepec, hacen vislumbrar una crisis política para la que no parece haber salida fácil en tanto la clase política está profundamente fragmentada y los pendientes de los gobiernos federal, estatal y municipales se siguen acumulando.

El uso de las omisiones, fallas en el diseño de las políticas, problemas sociales no directamente vinculados con la acción gubernamental, pifias discursivas, y otras herramientas para incitar un activismo opositor que reposicione a los grupos políticos en el estado podría no tener mayor efecto de no percibirse una débil vida institucional derivada de las fracturas profundas entre los grupos que ostentan el poder desde finales del año anterior y principios de éste. La falta de pequeños acuerdos internos en los ayuntamientos, los y los poderes estatales, sumados al desorden evidente en el gobierno federal que no acaba de asentarse, impiden el diseño de un gran pacto político que permita transitar en una normalidad institucional mínima. Esta condición ha debilitado el poder de las instituciones y, en peligroso cambio, ha permitido que grupos diversos se erijan como poderes fácticos.

Dirán algunos que esos poderes existen de siempre en el estado, y tendrían razón si no fuera porque no se trata de los mismos actores tradicionales, sino de otros sujetos que han parecido con agendas mucho más estrechas y particulares que los grupos de interés. Igualmente, las fragmentaciones profundas en los órganos de gobierno municipales y estatal, han provocado el empoderamiento de grupúsculos cuyas agendas son igual de estrechas y particulares que las de esos empresarios que, según todo apunta, estarían detrás de muchas de las movilizaciones aparentemente populares.

Si contamos el número de grupos políticos que operan en los poderes del gobierno estatal, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, nos faltarían dedos en manos y pies. Con la enorme diferencia de que los dedos pertenecen siempre a una mano o a un pie que se ubican dentro de un mismo cuerpo y actúan de forma regularmente coordinada (salvo en casos de enfermedad). En la política morelense, la fragmentación les ha otorgado poder a quienes antes no figurarían, las minorías se convierten en mayorías relativas ante los pleitos que las mayorías reales tienen entre sí. Y al plano estatal habría que sumar lo que ocurre en los municipios donde el poder parece aún más debilitado porque los cabildos se ven obligados a pactar con minorías que venden carísima su participación en la formación de mayorías que permitan la ejecución de cualquier política. Este debilitamiento, insistimos, es el que parece alentar a los actores externos, de cualquier calaña, para buscar imponer sus intereses sobre los de la mayoría, o incluso en contra de la ley.

Por mera supervivencia, los actores políticos morelenses en el estado y los municipios tendrían que buscar acuerdos mínimos que permitieran reforzar la institucionalidad como vía de actuación y vida pública. Lejos de ello, pareciera que el interés sigue centrado en no permitir el crecimiento de los otros, la formación de mayorías alternas, a cambio incluso de no generar fortaleza real ni de los propios actores políticos.

Uno podría pensar, por supuesto en acciones de sabotaje, en partidización de problemas eminentemente sociales, pero lo cierto es que, frente a la debilidad que han mostrado las instituciones, sus excesivas y a lo mejor fundadas sospechas, parecen convertirse muy fácilmente en realidad, cualquier agenda ha sido capaz de secuestrar la institucionalidad y poner de cabeza al estado mientras los políticos intercambian culpas. Los rufianes son unos, pero los toleran demasiados. Ya huele a crisis.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Los problemas políticos notorios en el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, en el Tribunal Superior de Justicia, en el Congreso y en los ayuntamientos de Cuernavaca, Cuautla y Jiutepec, hacen vislumbrar una crisis política para la que no parece haber salida fácil en tanto la clase política está profundamente fragmentada y los pendientes de los gobiernos federal, estatal y municipales se siguen acumulando.

El uso de las omisiones, fallas en el diseño de las políticas, problemas sociales no directamente vinculados con la acción gubernamental, pifias discursivas, y otras herramientas para incitar un activismo opositor que reposicione a los grupos políticos en el estado podría no tener mayor efecto de no percibirse una débil vida institucional derivada de las fracturas profundas entre los grupos que ostentan el poder desde finales del año anterior y principios de éste. La falta de pequeños acuerdos internos en los ayuntamientos, los y los poderes estatales, sumados al desorden evidente en el gobierno federal que no acaba de asentarse, impiden el diseño de un gran pacto político que permita transitar en una normalidad institucional mínima. Esta condición ha debilitado el poder de las instituciones y, en peligroso cambio, ha permitido que grupos diversos se erijan como poderes fácticos.

Dirán algunos que esos poderes existen de siempre en el estado, y tendrían razón si no fuera porque no se trata de los mismos actores tradicionales, sino de otros sujetos que han parecido con agendas mucho más estrechas y particulares que los grupos de interés. Igualmente, las fragmentaciones profundas en los órganos de gobierno municipales y estatal, han provocado el empoderamiento de grupúsculos cuyas agendas son igual de estrechas y particulares que las de esos empresarios que, según todo apunta, estarían detrás de muchas de las movilizaciones aparentemente populares.

Si contamos el número de grupos políticos que operan en los poderes del gobierno estatal, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, nos faltarían dedos en manos y pies. Con la enorme diferencia de que los dedos pertenecen siempre a una mano o a un pie que se ubican dentro de un mismo cuerpo y actúan de forma regularmente coordinada (salvo en casos de enfermedad). En la política morelense, la fragmentación les ha otorgado poder a quienes antes no figurarían, las minorías se convierten en mayorías relativas ante los pleitos que las mayorías reales tienen entre sí. Y al plano estatal habría que sumar lo que ocurre en los municipios donde el poder parece aún más debilitado porque los cabildos se ven obligados a pactar con minorías que venden carísima su participación en la formación de mayorías que permitan la ejecución de cualquier política. Este debilitamiento, insistimos, es el que parece alentar a los actores externos, de cualquier calaña, para buscar imponer sus intereses sobre los de la mayoría, o incluso en contra de la ley.

Por mera supervivencia, los actores políticos morelenses en el estado y los municipios tendrían que buscar acuerdos mínimos que permitieran reforzar la institucionalidad como vía de actuación y vida pública. Lejos de ello, pareciera que el interés sigue centrado en no permitir el crecimiento de los otros, la formación de mayorías alternas, a cambio incluso de no generar fortaleza real ni de los propios actores políticos.

Uno podría pensar, por supuesto en acciones de sabotaje, en partidización de problemas eminentemente sociales, pero lo cierto es que, frente a la debilidad que han mostrado las instituciones, sus excesivas y a lo mejor fundadas sospechas, parecen convertirse muy fácilmente en realidad, cualquier agenda ha sido capaz de secuestrar la institucionalidad y poner de cabeza al estado mientras los políticos intercambian culpas. Los rufianes son unos, pero los toleran demasiados. Ya huele a crisis.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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