/ jueves 8 de noviembre de 2018

La distancia entre los dos… políticos y medios

Una suma de tendencias culturales y políticas es el origen del profundo distanciamiento del poder y la prensa. Desplantes como el de Donald Trump contra un reportero de CNN, o el de Andrés Manuel López Obrador contra la revista Proceso (y más en general, contra toda la prensa que lo critica), junto a diversos casos muy parecidos en los estados y municipios, muestran que la distancia entre el poder y los medios que reportan sus acciones, se ha vuelto mucho más evidente. En términos generales, hace mucho tiempo se ha registrado en América Latina una separación entre los medios y el poder que en el occidente industrializado existió desde el surgimiento de los primeros medios masivos; pero en todos los casos esta separación se mantenía envuelta en un protocolo muy cercano a las formas de la alta diplomacia. Es ese protocolo lo perdido y ahora los gobernantes azuzan a sus fieles en contra de los medios o de algunos contenidos de los medios que les resultan incómodos con manifestaciones públicas de rechazo y críticas subjetivas sobre la calidad del ejercicio periodístico.

El cambio obedece, decíamos a una suma de tendencias como la información en redes sociales, el retorno a la política de liderazgos carismáticos, la urgencia del periodismo de reportar los hechos simultáneamente a su desarrollo, la abundancia de reporteros y escasez de editores, la progresiva conversión de la política en un espectáculo, la crisis del discurso tradicional, la ignorancia como nuevo valor social, y en fin, una suma de hechos y filosofías que han servido para aumentar la explosividad en la de por sí ríspida relación entre el poder y sus críticos. Signo de los tiempos, el apasionamiento ha salpicado también los intercambios entre la prensa y el poder. Trump, López Obrador, y muchos otros, insultan a los medios, los descalifican a priori, denuncian motivos más allá de la noticiabilidad para construir los contenidos, y los medios responden con un elegante, pero ciertamente rudimentario discurso sobre su misión, su objetividad, su libertad.

No se trata de un enfrentamiento necesario, como muchos lo son en la construcción de la nueva relación entre ciudadanos y poder en los últimos meses; el pleito que tiene el poder con la prensa hoy es de ornato, le conviene al poderoso en tanto refuerza su posición de ruptura frente a la conciencia ética y moral tradicional que representa el universo mediático y, particularmente, las grandes empresas de medios. Lejos de conciliar para construir mejores prácticas políticas, junto a los medios, los políticos parecen determinados a ubicar al periodismo, y en general a los medios de comunicación, como parte del poder establecido y se fascinan con la novedad de las redes sociales (“benditas”, les han llamado en un franco exceso), ignorantes de la dinámica de empresas tan disfuncionales en términos de comunicación como Facebook y Twitter. Olvidan que poco a poco, el periodismo formal, las grandes empresas de comunicación, han logrado retomar la agenda y con las que hoy contenidos de alta calidad incluso en las redes sociales. Lo que está recuperando el dominio del discurso social y político son las mismas prácticas profesionales y éticas del periodismo tradicional, montadas en nuevas tecnologías de transmisión de mensajes, nada más. Aunque cuando eran candidatos parecían favorecerles los enfrentamientos parciales con grupos de medios, ya en calidad de gobernantes o representantes populares, el distanciamiento con los medios, el atacarlos con toda la fuerza del Estado, la crítica insultante, parece generar un enorme desgaste que afecta mucho más al político y sus prácticas que a los medios y las suyas. Probablemente sea el momento de corregir.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Una suma de tendencias culturales y políticas es el origen del profundo distanciamiento del poder y la prensa. Desplantes como el de Donald Trump contra un reportero de CNN, o el de Andrés Manuel López Obrador contra la revista Proceso (y más en general, contra toda la prensa que lo critica), junto a diversos casos muy parecidos en los estados y municipios, muestran que la distancia entre el poder y los medios que reportan sus acciones, se ha vuelto mucho más evidente. En términos generales, hace mucho tiempo se ha registrado en América Latina una separación entre los medios y el poder que en el occidente industrializado existió desde el surgimiento de los primeros medios masivos; pero en todos los casos esta separación se mantenía envuelta en un protocolo muy cercano a las formas de la alta diplomacia. Es ese protocolo lo perdido y ahora los gobernantes azuzan a sus fieles en contra de los medios o de algunos contenidos de los medios que les resultan incómodos con manifestaciones públicas de rechazo y críticas subjetivas sobre la calidad del ejercicio periodístico.

El cambio obedece, decíamos a una suma de tendencias como la información en redes sociales, el retorno a la política de liderazgos carismáticos, la urgencia del periodismo de reportar los hechos simultáneamente a su desarrollo, la abundancia de reporteros y escasez de editores, la progresiva conversión de la política en un espectáculo, la crisis del discurso tradicional, la ignorancia como nuevo valor social, y en fin, una suma de hechos y filosofías que han servido para aumentar la explosividad en la de por sí ríspida relación entre el poder y sus críticos. Signo de los tiempos, el apasionamiento ha salpicado también los intercambios entre la prensa y el poder. Trump, López Obrador, y muchos otros, insultan a los medios, los descalifican a priori, denuncian motivos más allá de la noticiabilidad para construir los contenidos, y los medios responden con un elegante, pero ciertamente rudimentario discurso sobre su misión, su objetividad, su libertad.

No se trata de un enfrentamiento necesario, como muchos lo son en la construcción de la nueva relación entre ciudadanos y poder en los últimos meses; el pleito que tiene el poder con la prensa hoy es de ornato, le conviene al poderoso en tanto refuerza su posición de ruptura frente a la conciencia ética y moral tradicional que representa el universo mediático y, particularmente, las grandes empresas de medios. Lejos de conciliar para construir mejores prácticas políticas, junto a los medios, los políticos parecen determinados a ubicar al periodismo, y en general a los medios de comunicación, como parte del poder establecido y se fascinan con la novedad de las redes sociales (“benditas”, les han llamado en un franco exceso), ignorantes de la dinámica de empresas tan disfuncionales en términos de comunicación como Facebook y Twitter. Olvidan que poco a poco, el periodismo formal, las grandes empresas de comunicación, han logrado retomar la agenda y con las que hoy contenidos de alta calidad incluso en las redes sociales. Lo que está recuperando el dominio del discurso social y político son las mismas prácticas profesionales y éticas del periodismo tradicional, montadas en nuevas tecnologías de transmisión de mensajes, nada más. Aunque cuando eran candidatos parecían favorecerles los enfrentamientos parciales con grupos de medios, ya en calidad de gobernantes o representantes populares, el distanciamiento con los medios, el atacarlos con toda la fuerza del Estado, la crítica insultante, parece generar un enorme desgaste que afecta mucho más al político y sus prácticas que a los medios y las suyas. Probablemente sea el momento de corregir.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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