/ martes 3 de julio de 2018

La elección de 2018: para no olvidar

Por muchos años, si es que no por décadas, estos comicios, los del 2018, serán recordados. En su fase final, pueden considerarse como memorables.

No serán históricos, aunque no sería demasiado pedir que así fuesen.

Serán memorables por la cauda de crímenes en que se han visto, desde sus inicios hasta su culminación teñidos de sangre. Secuestradores, violadores y toda clase de criminales se han encargado de hacerlas imperecederas en el recuerdo y en la mente de jóvenes y adolescentes.

Han sucumbido, así, candidatos de todos los partidos. Unos en venganza, por odio y envidia otros; los más, por temor de los violentos y depredadores de que una vez en el poder fuesen puestos en manos de la ley para su casigo consiguiente. Si es A debe ser B.

Robos, secuestros y venganzas se han mezclado en una incomparable batahola. Detrás, junto y frente a los pacíficos pobladores que desearían de todo corazón bajase ya el telón de estas elecciones.

La provocación ha sido una de las armas principales de estos malignos saboteadores. Desocupados y bullentes hombres, mujeres y mozalbetes, han hecho causa común con los sembradores de confusión y malestar en calles y carreteras.

Queda aún por saber hasta dónde llegarán las agresiones violentas cuya comisión dan la impresión de no tener término, al término del proceso electoral.

Violencia cruenta e incruenta hay por todas partes. De esto último nos queda en la memoria la quema y hurto de boletas impresas para la elección. La amenaza, el día preciso de la elección, este primero de julio, fue planeada para desalentar y de plano impedir el voto libre y responsable de los ciudadanos.

De lo primero, será difícil hacer la crónica del salvajismo desatado. Queda a título de recuerdo amargo, el enfrentamiento interpartidista a que han orillado los líderes venales de esta confrontación política, convertida en campo de batalla, de asesinatos sin nombre y de fraudes vergonzantes.

Entre tanto, el vecino agresor acecha para disparar el tiro de gracia. O de desgracia.

Nada, por cierto, tendríamos que esperar como ejemplo a seguir por parte de nuestros coterráneos del Norte. En la considerada democracia moderna de nuestros días, paradigma en lo educativo, lo social y ejemplo de internacionalismo cooperativista, ocurren a la fecha retrocesos impresionantes.

En una nación pauperizada, la nuestra, por obra y gracia de políticos ambiciosos, la venta y compra de votos no ha sido sino la continuación de vicios e inequidades sin fin. Sin importar lo que hay detrás de esta nociva práctica, la compraventa de voluntades es un crimen social de torvas consecuencias.

Para no olvidar son estos comicios. Rodeada de crímenes cruentos e incruentos, lo hasta ahora ocurrido deja mal parado al experimento electoral.

No es histórica, por la sencilla razón de que lo histórico se entiende a la luz de logros sustanciales. Es la voluntad en marcha, creadoramente. No es el instinto desatado para anularla y volverla en pedazos o, peor, en despojos de lo que hubiese sido, de un progreso institucional y constatable.

Para no olvidar y con el anhelo, finalmente, de no repetir experiencias dolorosas.


http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx

Por muchos años, si es que no por décadas, estos comicios, los del 2018, serán recordados. En su fase final, pueden considerarse como memorables.

No serán históricos, aunque no sería demasiado pedir que así fuesen.

Serán memorables por la cauda de crímenes en que se han visto, desde sus inicios hasta su culminación teñidos de sangre. Secuestradores, violadores y toda clase de criminales se han encargado de hacerlas imperecederas en el recuerdo y en la mente de jóvenes y adolescentes.

Han sucumbido, así, candidatos de todos los partidos. Unos en venganza, por odio y envidia otros; los más, por temor de los violentos y depredadores de que una vez en el poder fuesen puestos en manos de la ley para su casigo consiguiente. Si es A debe ser B.

Robos, secuestros y venganzas se han mezclado en una incomparable batahola. Detrás, junto y frente a los pacíficos pobladores que desearían de todo corazón bajase ya el telón de estas elecciones.

La provocación ha sido una de las armas principales de estos malignos saboteadores. Desocupados y bullentes hombres, mujeres y mozalbetes, han hecho causa común con los sembradores de confusión y malestar en calles y carreteras.

Queda aún por saber hasta dónde llegarán las agresiones violentas cuya comisión dan la impresión de no tener término, al término del proceso electoral.

Violencia cruenta e incruenta hay por todas partes. De esto último nos queda en la memoria la quema y hurto de boletas impresas para la elección. La amenaza, el día preciso de la elección, este primero de julio, fue planeada para desalentar y de plano impedir el voto libre y responsable de los ciudadanos.

De lo primero, será difícil hacer la crónica del salvajismo desatado. Queda a título de recuerdo amargo, el enfrentamiento interpartidista a que han orillado los líderes venales de esta confrontación política, convertida en campo de batalla, de asesinatos sin nombre y de fraudes vergonzantes.

Entre tanto, el vecino agresor acecha para disparar el tiro de gracia. O de desgracia.

Nada, por cierto, tendríamos que esperar como ejemplo a seguir por parte de nuestros coterráneos del Norte. En la considerada democracia moderna de nuestros días, paradigma en lo educativo, lo social y ejemplo de internacionalismo cooperativista, ocurren a la fecha retrocesos impresionantes.

En una nación pauperizada, la nuestra, por obra y gracia de políticos ambiciosos, la venta y compra de votos no ha sido sino la continuación de vicios e inequidades sin fin. Sin importar lo que hay detrás de esta nociva práctica, la compraventa de voluntades es un crimen social de torvas consecuencias.

Para no olvidar son estos comicios. Rodeada de crímenes cruentos e incruentos, lo hasta ahora ocurrido deja mal parado al experimento electoral.

No es histórica, por la sencilla razón de que lo histórico se entiende a la luz de logros sustanciales. Es la voluntad en marcha, creadoramente. No es el instinto desatado para anularla y volverla en pedazos o, peor, en despojos de lo que hubiese sido, de un progreso institucional y constatable.

Para no olvidar y con el anhelo, finalmente, de no repetir experiencias dolorosas.


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