/ miércoles 6 de junio de 2018

La eutanasia de la clase política

Cuando Cuauhtémoc Blanco Bravo niega haber asesinado a la política evidencia, de alguna forma, la inocencia de quien ignora el impacto que su figura ha tenido en la historia reciente de Morelos. Porque más allá de juicios de valor, lo que ha hecho el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia es, justamente, aniquilar el arte de la política, borrar todo vestigio de un pasado que se viene erosionando desde el gobierno de Sergio Estrada Cajigal y que el pasmo de la clase política acabó por aniquilar.


“Cualquier ciudadano puede gobernar el estado”, me dice Cuauhtémoc y desde la perspectiva más amplia del derecho tiene razón, pero desde la razón hay múltiples defectos con esa percepción, todos ellos indicativos de la necesidad de que el gobernante tenga eso que Sir Isaiah Berlin llamaba juicio político y que es una especie de inteligencia que permite al gobernante tener sensibilidad social sobre el impacto colateral de sus decisiones en el momento y en el futuro; es un talento que no está relacionado con el grado de estudios, como ha quedado demostrado con la bola de credencializados que han intentado gobernar Morelos y sus municipios, sino con una suerte de sensibilidad particular.


Tiene razón Cuauhtémoc, cualquier ciudadano puede gobernar, pero no cualquiera debería. Él y Marisol Becerra, candidata a síndica de Cuernavaca y presente también en la conversación, se quedan en el mismo pasmo y con la misma duda que uno cuando les pregunto, muerta la política, ¿qué sigue? Y es claro que no sabemos, ni ellos, ni yo, ni nadie, y la apuesta es difícil, porque hace unos años nadie se habría imaginado el tamaño de disrupción que representaría Cuauhtémoc Blanco en la política morelense. Porque algunos hasta consideramos su candidatura como una broma; pero el vacío de los políticos, el abismo enorme entre esa clase gobernante, sus opositores, lobistas, sátrapas y la sociedad, atribuible no sólo pero también al ejercicio del gobierno estatal, la convirtió no sólo en cosa seria, sino en la revolución más evidente de las últimas décadas en el poder morelense.


Aún sin ganas de hacer un pronóstico electoral, tendremos que reconocer la transformación de la política morelense con un ex futbolista como parteaguas. Los votos que logre Cuauhtémoc Blanco en el proceso electoral son verdaderamente irrelevantes para la transformación de significados que ha provocado Cuauhtémoc Blanco en la política morelense y que resulta mucho más poderosa hoy de lo que pudiera hacer su gestión como gobernador mañana. “La gente está esperanzada”, me dice y recuerdo igual al cardenismo y foxismo que fallaron rotundamente porque en sus fracasos permitieron la restauración de una clase política que, sin estar tan dañada como la actual, podía recuperarse. Ahora, el problema para el escenario político morelense es que esa clase política es incapaz de restauración –deberá evolucionar y, como a cualquier especie cerrada, le llevará mucho tiempo-, y que un fracaso de Blanco Bravo significaría perdernos en un aparente vacío en el que sólo amenazan con aparecer los peores demonios.


Si Cuauhtémoc Blanco gana las elecciones será un reto mayúsculo construir un nuevo modelo de clase política; si es derrotado, será aún un referente muy importante para la edificación de un nuevo orden institucional del que pueda emerger una nueva clase política que no represente una élite gobernante. Faltará ver si, en cualquiera de las dos circunstancias, quienes han apostado a montarse en su popularidad para restablecer viejos órdenes de cosas o cobrar venganzas políticas, se lo permiten.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Cuando Cuauhtémoc Blanco Bravo niega haber asesinado a la política evidencia, de alguna forma, la inocencia de quien ignora el impacto que su figura ha tenido en la historia reciente de Morelos. Porque más allá de juicios de valor, lo que ha hecho el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia es, justamente, aniquilar el arte de la política, borrar todo vestigio de un pasado que se viene erosionando desde el gobierno de Sergio Estrada Cajigal y que el pasmo de la clase política acabó por aniquilar.


“Cualquier ciudadano puede gobernar el estado”, me dice Cuauhtémoc y desde la perspectiva más amplia del derecho tiene razón, pero desde la razón hay múltiples defectos con esa percepción, todos ellos indicativos de la necesidad de que el gobernante tenga eso que Sir Isaiah Berlin llamaba juicio político y que es una especie de inteligencia que permite al gobernante tener sensibilidad social sobre el impacto colateral de sus decisiones en el momento y en el futuro; es un talento que no está relacionado con el grado de estudios, como ha quedado demostrado con la bola de credencializados que han intentado gobernar Morelos y sus municipios, sino con una suerte de sensibilidad particular.


Tiene razón Cuauhtémoc, cualquier ciudadano puede gobernar, pero no cualquiera debería. Él y Marisol Becerra, candidata a síndica de Cuernavaca y presente también en la conversación, se quedan en el mismo pasmo y con la misma duda que uno cuando les pregunto, muerta la política, ¿qué sigue? Y es claro que no sabemos, ni ellos, ni yo, ni nadie, y la apuesta es difícil, porque hace unos años nadie se habría imaginado el tamaño de disrupción que representaría Cuauhtémoc Blanco en la política morelense. Porque algunos hasta consideramos su candidatura como una broma; pero el vacío de los políticos, el abismo enorme entre esa clase gobernante, sus opositores, lobistas, sátrapas y la sociedad, atribuible no sólo pero también al ejercicio del gobierno estatal, la convirtió no sólo en cosa seria, sino en la revolución más evidente de las últimas décadas en el poder morelense.


Aún sin ganas de hacer un pronóstico electoral, tendremos que reconocer la transformación de la política morelense con un ex futbolista como parteaguas. Los votos que logre Cuauhtémoc Blanco en el proceso electoral son verdaderamente irrelevantes para la transformación de significados que ha provocado Cuauhtémoc Blanco en la política morelense y que resulta mucho más poderosa hoy de lo que pudiera hacer su gestión como gobernador mañana. “La gente está esperanzada”, me dice y recuerdo igual al cardenismo y foxismo que fallaron rotundamente porque en sus fracasos permitieron la restauración de una clase política que, sin estar tan dañada como la actual, podía recuperarse. Ahora, el problema para el escenario político morelense es que esa clase política es incapaz de restauración –deberá evolucionar y, como a cualquier especie cerrada, le llevará mucho tiempo-, y que un fracaso de Blanco Bravo significaría perdernos en un aparente vacío en el que sólo amenazan con aparecer los peores demonios.


Si Cuauhtémoc Blanco gana las elecciones será un reto mayúsculo construir un nuevo modelo de clase política; si es derrotado, será aún un referente muy importante para la edificación de un nuevo orden institucional del que pueda emerger una nueva clase política que no represente una élite gobernante. Faltará ver si, en cualquiera de las dos circunstancias, quienes han apostado a montarse en su popularidad para restablecer viejos órdenes de cosas o cobrar venganzas políticas, se lo permiten.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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