/ jueves 9 de julio de 2020

La nueva normalidad como reinvención de la proximidad

Observemos que no se trata sólo de mejorar el camino andado. Este nos llevará a las crisis cíclicas que ya conocemos, y eventualmente al desastre (…) Tenemos que revitalizarla y rehacerla para que sea la Casa Común.

Leonardo Boff

Nos avizora el horizonte incierto de la frivolidad de las viejas costumbres de permanecer en la constante necedad histórica de proseguir en la abrupta autodestrucción. Reanudar en nuestras conductas geopolíticas antihumanistas, ponen en un riesgo cada vez más potencial a toda la humanidad. Invisivilizar las injusticias de un sistema-mundo que se ha establecido como única forma posible de vivir es acercarnos al abismo del terror letal de nuestra casa común.

Estamos frente al desafiante reto de reinventarnos a partir de integrar consciente y políticamente relaciones de proximidad que nos permitan repensarnos como una humanidad deseable y posible. Nos hemos tiranizado con pretensiones superfluas desencarnando el rostro para cosificarnos en estructuras competitivas que han descalcificado los vínculos genuinos de una civilización amorosa; y convertirnos en círculos dantescos de una infrahumanidad consensada por los poderes del mundo.

Ahora es conveniente un devenir que no es cíclico e histórico sino introspectivo, los protocolos de sanitización sólo resguardarán el cuidado del cuerpo pero no del infectado corazón en lo que los filósofos de Frankurt llamaban como “ese germen perverso de la frialdad burguesa”. Esto implica tal envergadura intelectiva pero sobre todo espiritual para revitalizar las entrañas del alma social, la cual se encuentra asintomática ante un virus de siglos que carcome su sensibilidad hacia la otredad. Por ende, necesitamos construir un mundo posible desde una alteridad más justa y reconciliada.

Menciona Vicente Huidrobo “solo el poeta puede salvarnos de la extinción aún a riesgo de su propia extinción y solitaria consumación”, por eso el Papa Francisco habla de este ejercito invisible, de estos “poetas sociales” que se arriesgan a regenerar la tierra y el corazón, no resignándose “esperando a ver si cae una migaja de los que detentan el poder económico” El Papa es contundente “no acaparar, ni especular con la necesidad del pueblo” una constante de las geopolíticas de bipoder de esos paradigmas idolátricos del Mercado tecnocrático y sus placeres superficiales que han anestesiado las consciencias.

Leamos a nuestro Papa, Dios también nos habla por su catedra, y en ella podremos encontrar propuestas sumamente factibles para la reinvención social impostergable en la que nos encontramos. Dice el pontífice “que la pandemia nos saque del piloto automático y sacuda nuestras consciencias dormidas” y nos conduzca a “una conversión humanista y ecológica” porque urge terminar de una vez por todas con esta “idolatría del dinero” que ha sido como dirían Léon Bloy y Giovanni Papini “el excremento del diablo” y “la sangre del pobre”.

De nosotros depende la rehabilitación de lo perdido en esta carrera desenfrenada por la locura ilusoria de esos deseos atrofiados por la vana gloria del mundo. El Papa nos urge a ser “levadura de sentir el dolor del otro como propio”. Nuestra condición como cristianos no es ser fatalistas conservadores que sólo piensan en conservar su vida sin buscar rescatar la de los que más sufren.

Somos seguidores del Resucitado, no del muerto del sepulcro. Siguiendo al Papa dejemos esa actitud de “pensatez de la piedra del sepulcro” creyendo que toda esperanza esta sepultada; llevemos en las manos como aquellas mujeres que iban a pesar de la imposibilidad de entrar a ver el cuerpo del maestro, unción perfumada, “unción de la corresponsabilidad, para cuidar del otro”.

Finalmente el Papa nos confronta a transformar nuestro accionar cristiano dejándonos llevar por el pulso del espíritu como un tiempo favorable del Señor, para ser capaces de una “nueva imaginación de lo posible”; procurar los anticuerpos de la solidaridad para romper con el fatalismo y “sentirnos artífices y protagonistas mancomunadamente”. No estamos solos, Dios nos acompaña en este desierto en busca de la tierra prometida.

Observemos que no se trata sólo de mejorar el camino andado. Este nos llevará a las crisis cíclicas que ya conocemos, y eventualmente al desastre (…) Tenemos que revitalizarla y rehacerla para que sea la Casa Común.

Leonardo Boff

Nos avizora el horizonte incierto de la frivolidad de las viejas costumbres de permanecer en la constante necedad histórica de proseguir en la abrupta autodestrucción. Reanudar en nuestras conductas geopolíticas antihumanistas, ponen en un riesgo cada vez más potencial a toda la humanidad. Invisivilizar las injusticias de un sistema-mundo que se ha establecido como única forma posible de vivir es acercarnos al abismo del terror letal de nuestra casa común.

Estamos frente al desafiante reto de reinventarnos a partir de integrar consciente y políticamente relaciones de proximidad que nos permitan repensarnos como una humanidad deseable y posible. Nos hemos tiranizado con pretensiones superfluas desencarnando el rostro para cosificarnos en estructuras competitivas que han descalcificado los vínculos genuinos de una civilización amorosa; y convertirnos en círculos dantescos de una infrahumanidad consensada por los poderes del mundo.

Ahora es conveniente un devenir que no es cíclico e histórico sino introspectivo, los protocolos de sanitización sólo resguardarán el cuidado del cuerpo pero no del infectado corazón en lo que los filósofos de Frankurt llamaban como “ese germen perverso de la frialdad burguesa”. Esto implica tal envergadura intelectiva pero sobre todo espiritual para revitalizar las entrañas del alma social, la cual se encuentra asintomática ante un virus de siglos que carcome su sensibilidad hacia la otredad. Por ende, necesitamos construir un mundo posible desde una alteridad más justa y reconciliada.

Menciona Vicente Huidrobo “solo el poeta puede salvarnos de la extinción aún a riesgo de su propia extinción y solitaria consumación”, por eso el Papa Francisco habla de este ejercito invisible, de estos “poetas sociales” que se arriesgan a regenerar la tierra y el corazón, no resignándose “esperando a ver si cae una migaja de los que detentan el poder económico” El Papa es contundente “no acaparar, ni especular con la necesidad del pueblo” una constante de las geopolíticas de bipoder de esos paradigmas idolátricos del Mercado tecnocrático y sus placeres superficiales que han anestesiado las consciencias.

Leamos a nuestro Papa, Dios también nos habla por su catedra, y en ella podremos encontrar propuestas sumamente factibles para la reinvención social impostergable en la que nos encontramos. Dice el pontífice “que la pandemia nos saque del piloto automático y sacuda nuestras consciencias dormidas” y nos conduzca a “una conversión humanista y ecológica” porque urge terminar de una vez por todas con esta “idolatría del dinero” que ha sido como dirían Léon Bloy y Giovanni Papini “el excremento del diablo” y “la sangre del pobre”.

De nosotros depende la rehabilitación de lo perdido en esta carrera desenfrenada por la locura ilusoria de esos deseos atrofiados por la vana gloria del mundo. El Papa nos urge a ser “levadura de sentir el dolor del otro como propio”. Nuestra condición como cristianos no es ser fatalistas conservadores que sólo piensan en conservar su vida sin buscar rescatar la de los que más sufren.

Somos seguidores del Resucitado, no del muerto del sepulcro. Siguiendo al Papa dejemos esa actitud de “pensatez de la piedra del sepulcro” creyendo que toda esperanza esta sepultada; llevemos en las manos como aquellas mujeres que iban a pesar de la imposibilidad de entrar a ver el cuerpo del maestro, unción perfumada, “unción de la corresponsabilidad, para cuidar del otro”.

Finalmente el Papa nos confronta a transformar nuestro accionar cristiano dejándonos llevar por el pulso del espíritu como un tiempo favorable del Señor, para ser capaces de una “nueva imaginación de lo posible”; procurar los anticuerpos de la solidaridad para romper con el fatalismo y “sentirnos artífices y protagonistas mancomunadamente”. No estamos solos, Dios nos acompaña en este desierto en busca de la tierra prometida.