/ domingo 21 de marzo de 2021

La otra campaña

Mucho se ha hablado sobre el reto que implica una campaña de vacunación masiva contra COVID19. Contrario a la incertidumbre que persiste en este momento, es importante saber que México tiene un larga y exitosa historia en la vacunación como práctica sanitaria.

En los primeros cinco siglos a partir de la conquista de México, al menos 20 millones de personas murieron a causa de la viruela y otras enfermedades transmisibles importadas desde Europa diezmando su población. En 1802, el rey Carlos IV de España lanza una campaña de vacunación contra la viruela en el nuevo continente con cuatro objetivos: que la vacunación tendría que ser a toda la población, que se tenía que capacitar a la población en la producción del biológico, que había que organizar un sistema de registro que permitiera llevar un conteo de los que habían recibido la vacuna y que había mantener linfa para usos futuros.

Un primer esfuerzo realizado en 1804 coordinado por el médico español Francisco Xavier de Balmis logró que en solo dos años se protegiera al 10% de la población del país. Las turbulencias políticas del siglo XIX retrasaron de manera importante el desarrollo de la vacunación en México y no es sino hasta cien años después que se funda el Instituto Bacteriológico Nacional con la finalidad de hacer investigación y en 1912 la primer fábrica de vacunas en Mérida, Yucatán.

En 1941, por un decreto presidencial, se lanza una ambiciosa campaña antivariolosa con la misión de aplicar 28 millones de dosis entre 1944 y 1949, con lo cual se cubría la totalidad de la población del país. Esta campaña fue un éxito, logrando la disminución en la incidencia de viruela hasta su extinción en 1951.

Es decir, que una campaña de vacunación diseñada en 1802 y tecnificada en 1912 permitió que toda la población del país fuera vacunada en un sexenio erradicando un virus que circulaba desde hacía más de 400 años.

A partir de entonces México desarrolló un capacidad muy robusta para el despliegue de campañas de vacunación y como botón de muestra está la campaña anual contra la influenza que llegó a aplicar 32 millones de dosis en sus tres meses de duración. La organización a través de las semanas nacionales de vacunación había logrado, igualmente, mantener la protección contra otras enfermedades infecciosas por arriba del 95%, el umbral de la inmunidad de rebaño.

Es por todo esto que no entiendo cómo es que no podemos ahora, en pleno siglo XXI, implementar una campaña racional, eficiente y eficaz de vacunación contra COVID19. Los escasos avances logrados en este sentido han llevado a que se cuestione la capacidad de nuestro sistema de salud para llevar a cabo tan importante labor y se le asigne a otros grupos como el ejercito y los promotores del voto su realización.

Yo he sido una defensora sistemática de la prevalencia del sector público en la realización de campañas de vacunación. Sin embargo, mi amarga experiencia de esta semana como ciudadana en busca de una vacuna contra COVID19 comienza a despertarme dudas si no sería, por primera vez en nuestra historia, mejor para nosotros que fuera el sector privado el responsable de realizarlas.

Este año va a ser de muchas campañas, pero para mí solo hay una importante y es, trágicamente, la que se perfila hacia el fracaso si no se toman medidas drásticas para su inmediata mejora.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten http://reivindicandoapluton.blogspot.mx o https://www.facebook.com/BValderramaB/

Mucho se ha hablado sobre el reto que implica una campaña de vacunación masiva contra COVID19. Contrario a la incertidumbre que persiste en este momento, es importante saber que México tiene un larga y exitosa historia en la vacunación como práctica sanitaria.

En los primeros cinco siglos a partir de la conquista de México, al menos 20 millones de personas murieron a causa de la viruela y otras enfermedades transmisibles importadas desde Europa diezmando su población. En 1802, el rey Carlos IV de España lanza una campaña de vacunación contra la viruela en el nuevo continente con cuatro objetivos: que la vacunación tendría que ser a toda la población, que se tenía que capacitar a la población en la producción del biológico, que había que organizar un sistema de registro que permitiera llevar un conteo de los que habían recibido la vacuna y que había mantener linfa para usos futuros.

Un primer esfuerzo realizado en 1804 coordinado por el médico español Francisco Xavier de Balmis logró que en solo dos años se protegiera al 10% de la población del país. Las turbulencias políticas del siglo XIX retrasaron de manera importante el desarrollo de la vacunación en México y no es sino hasta cien años después que se funda el Instituto Bacteriológico Nacional con la finalidad de hacer investigación y en 1912 la primer fábrica de vacunas en Mérida, Yucatán.

En 1941, por un decreto presidencial, se lanza una ambiciosa campaña antivariolosa con la misión de aplicar 28 millones de dosis entre 1944 y 1949, con lo cual se cubría la totalidad de la población del país. Esta campaña fue un éxito, logrando la disminución en la incidencia de viruela hasta su extinción en 1951.

Es decir, que una campaña de vacunación diseñada en 1802 y tecnificada en 1912 permitió que toda la población del país fuera vacunada en un sexenio erradicando un virus que circulaba desde hacía más de 400 años.

A partir de entonces México desarrolló un capacidad muy robusta para el despliegue de campañas de vacunación y como botón de muestra está la campaña anual contra la influenza que llegó a aplicar 32 millones de dosis en sus tres meses de duración. La organización a través de las semanas nacionales de vacunación había logrado, igualmente, mantener la protección contra otras enfermedades infecciosas por arriba del 95%, el umbral de la inmunidad de rebaño.

Es por todo esto que no entiendo cómo es que no podemos ahora, en pleno siglo XXI, implementar una campaña racional, eficiente y eficaz de vacunación contra COVID19. Los escasos avances logrados en este sentido han llevado a que se cuestione la capacidad de nuestro sistema de salud para llevar a cabo tan importante labor y se le asigne a otros grupos como el ejercito y los promotores del voto su realización.

Yo he sido una defensora sistemática de la prevalencia del sector público en la realización de campañas de vacunación. Sin embargo, mi amarga experiencia de esta semana como ciudadana en busca de una vacuna contra COVID19 comienza a despertarme dudas si no sería, por primera vez en nuestra historia, mejor para nosotros que fuera el sector privado el responsable de realizarlas.

Este año va a ser de muchas campañas, pero para mí solo hay una importante y es, trágicamente, la que se perfila hacia el fracaso si no se toman medidas drásticas para su inmediata mejora.


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