/ lunes 16 de abril de 2018

La peligrosa apuesta por las redes sociales…

Uno de los peligros que enfrenta la racionalidad, urgencia de las sociedades contemporáneas, es la suerte de mainstream de rudimentos de ideas que fluyen sin edición alguna en las redes sociales.

No se trata de opiniones, pues las mismas implicarían la racionalización de un sentimiento determinado; más bien son olas de expresiones de la bajeza evidente en la reacción primaria del cerebro del sujeto a flujos de información que, sin procesarse de forma alguna, es recibida, admitida como verdad y a la que se responde emocionalmente de inmediato, una suerte de excreción que se reproduce en las redes sociales y que se tolera por la enorme proclividad a la estupidez absoluta demostrada por la condición moderna.

En este flujo, la reproducción de noticias falsas es sencilla y los juicios que se fundan sobre ellas y los conjuntos extraños que forman, se convierten en elementos de una terrible toxicidad no sólo para quienes los reciben, sino para quienes los producen. En esas condiciones, el debate racional es imposible y se mantiene en cambio la proclividad a la violencia de todo tipo.

Si consideramos las reacciones a la intervención militar de los Estados Unidos y sus aliados en contra de Siria, vemos que salvo algunas publicaciones, en la mayoría no se hacen llamados a la paz, pronunciamientos por el diálogo, y ni siquiera se reconoce un conflicto en una guerra añeja que, como cualquier otro conflicto armado es terrible, criminal y censurable.

La mayor parte de las reacciones han sido de una extrema petulancia y a partir del juicio único de la reprobable acción militar contra Siria, el miedo a la respuesta rusa, y el odio a los Estados Unidos y su pintoresco presidente.

Sin elaborar juicios sobre el conflicto, sino sobre las reacciones que ha generado, podemos decir que el comportamiento del mainstream se comporta de forma idéntica a las discusiones sobre otros temas de la política, la economía y la sociedad.

En efecto, la gente parece juzgar con las mismas herramientas a quienes bombardean a otros que usaron armas químicas, que a quienes estacionan su automóvil en lugares prohibidos, se toman fotos con trofeos de cacería, dejan a sus mascotas encerradas en sus coches, se candidatean para cargos de elección, o expresan opiniones que se oponen a esa corriente principal de remedos de ideas sin coherencia lógica o moral alguna.

La conversación en los temas se vuelve mucho más peligrosa en tanto parece haberse renunciado al diálogo personal y hasta las instituciones públicas hacen una apuesta poderosa y sumamente riesgosa a la comunicación de impulso a través de las redes sociales.

Como cualquier otro medio, las redes son cajas de resonancia que amplifican las cualidades de los sujetos, una idea simpática entre dos personas puede ser muy divertida en el público de las redes sociales, una buena idea puede convertirse en una excelente idea, pero lo mismo una estupidez puede adquirir magnitudes apocalípticas frente a audiencias que no parecen tener los filtros de racionalidad que se imponen a los medios impresos y audiovisuales.

En este tenor, la apuesta a fortalecer la comunicación en redes sociales parece absurda si se acompaña del debilitamiento de los esfuerzos comunicativos personales y en medios de comunicación tradicionales. El que los usuarios renuncien a la interacción personal y por medios filtrados (con editores y verificadores), genera una condición peligrosa, pero el riesgo aumenta mucho si las instituciones y los grupos sociales apuestan a lo mismo.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Uno de los peligros que enfrenta la racionalidad, urgencia de las sociedades contemporáneas, es la suerte de mainstream de rudimentos de ideas que fluyen sin edición alguna en las redes sociales.

No se trata de opiniones, pues las mismas implicarían la racionalización de un sentimiento determinado; más bien son olas de expresiones de la bajeza evidente en la reacción primaria del cerebro del sujeto a flujos de información que, sin procesarse de forma alguna, es recibida, admitida como verdad y a la que se responde emocionalmente de inmediato, una suerte de excreción que se reproduce en las redes sociales y que se tolera por la enorme proclividad a la estupidez absoluta demostrada por la condición moderna.

En este flujo, la reproducción de noticias falsas es sencilla y los juicios que se fundan sobre ellas y los conjuntos extraños que forman, se convierten en elementos de una terrible toxicidad no sólo para quienes los reciben, sino para quienes los producen. En esas condiciones, el debate racional es imposible y se mantiene en cambio la proclividad a la violencia de todo tipo.

Si consideramos las reacciones a la intervención militar de los Estados Unidos y sus aliados en contra de Siria, vemos que salvo algunas publicaciones, en la mayoría no se hacen llamados a la paz, pronunciamientos por el diálogo, y ni siquiera se reconoce un conflicto en una guerra añeja que, como cualquier otro conflicto armado es terrible, criminal y censurable.

La mayor parte de las reacciones han sido de una extrema petulancia y a partir del juicio único de la reprobable acción militar contra Siria, el miedo a la respuesta rusa, y el odio a los Estados Unidos y su pintoresco presidente.

Sin elaborar juicios sobre el conflicto, sino sobre las reacciones que ha generado, podemos decir que el comportamiento del mainstream se comporta de forma idéntica a las discusiones sobre otros temas de la política, la economía y la sociedad.

En efecto, la gente parece juzgar con las mismas herramientas a quienes bombardean a otros que usaron armas químicas, que a quienes estacionan su automóvil en lugares prohibidos, se toman fotos con trofeos de cacería, dejan a sus mascotas encerradas en sus coches, se candidatean para cargos de elección, o expresan opiniones que se oponen a esa corriente principal de remedos de ideas sin coherencia lógica o moral alguna.

La conversación en los temas se vuelve mucho más peligrosa en tanto parece haberse renunciado al diálogo personal y hasta las instituciones públicas hacen una apuesta poderosa y sumamente riesgosa a la comunicación de impulso a través de las redes sociales.

Como cualquier otro medio, las redes son cajas de resonancia que amplifican las cualidades de los sujetos, una idea simpática entre dos personas puede ser muy divertida en el público de las redes sociales, una buena idea puede convertirse en una excelente idea, pero lo mismo una estupidez puede adquirir magnitudes apocalípticas frente a audiencias que no parecen tener los filtros de racionalidad que se imponen a los medios impresos y audiovisuales.

En este tenor, la apuesta a fortalecer la comunicación en redes sociales parece absurda si se acompaña del debilitamiento de los esfuerzos comunicativos personales y en medios de comunicación tradicionales. El que los usuarios renuncien a la interacción personal y por medios filtrados (con editores y verificadores), genera una condición peligrosa, pero el riesgo aumenta mucho si las instituciones y los grupos sociales apuestan a lo mismo.


Twitter: @martinellito

Correo electrónico: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

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