/ miércoles 13 de marzo de 2019

La vida espiritual como constructora de paz

Diócesis de Cuernavaca

La iglesia en su sabiduría propone este tiempo cuaresmal como un tiempo propicio para reelaborarnos de manera distinta desde el misterio pascual de Cristo. Sin embargo, hablar de esta pasión, muerte y resurrección como el acto de amor redentor más generoso de Dios hacia la humanidad, nos devuelve a contrapelo, encararnos con el misterio del mal, el reverso de la salvación.

Estos cuarenta días de interiorización y revisión de consciencia, ameritan meditar sobre cómo se ha ido instalando en nuestra vida personal y comunitaria una manera de concebir nuestros deseos desde el poder como dominio sobre los demás. Las discordias entre los seres humanos han abierto paso al establecimiento de una forma de vincularnos a partir de nuestras carencias afectivas. Se ha comenzado a entretejer una sociedad que ha menospreciado el autoconocimiento espiritual, menguando así, sus vínculos de socialización, ya que estos están sometidos a una embestida de deseos desordenados en el afán de una libertad sin compromiso. La demanda de estos deseos ilusionistas de satisfacciones temporales, ha atraído con facilidad a tantos pero ha dejado un sentimiento enraizado en muchas generaciones: una profunda frustración existencial.

Nos encontramos con una modernidad tóxica en declive catastrófico, con una serie de patologías sociales innumerables, asombrándonos del grado de nuestras violencias, cada vez más el alma humana ha ido enfermando, y aún así, persiste en la exigencia de sus afectos desordenados. Dicha realidad no va a cambiar, permanecerá cómo el misterio del mal que acompaña el mismo misterio redentor de Cristo. La diferencia radica en la decisión personal de revalorar el misterio de la vida, ante una cultura de la muerte. No hace falta hacer una radiografía emocional para darnos cuenta todos los días en qué mundo vivimos.

La erotización de los deseos enfermizos ha fraguado una mentalidad que ha sido mercantilizada en la mediatización de ideologías agresores a la condición humana, la descomposición social no es sólo causa de estructuras políticas sino de la instauración de una lógica seductora del egoísmo encubierto. Esa banalidad del mal ha tratado constantemente de confundir la consciencia para codificarla en demandas racionales de arbitrarios deseos individualistas.

Podrá ponerse en entre dicho nuestra postura espiritual, pero como sacerdotes hemos podido palpar el dolor interior del pueblo de Dios, y ese sufrimiento queda lejos de los debates ideológicos, hay un asfixia en el corazón de la gente, que no se responde sólo en proveerlos de los bienes materiales o de la aprobación de derechos, hay un clamor espiritual que no está siendo escuchado, no basta cambiar las estructuras sociales para terminar con este germen perverso de una humanidad dislocada, se requiere con urgencia de una restauración espiritual.

En esta Cuaresma desde la mística cristiana, se nos invita a redimensionar la vida haciéndonos conscientes desde el misterio de la Cruz, para un nuevo resurgimiento espiritual. Como cristianos no deseamos imponer nuestra religión, sino promover las propuestas religiosas para rescatar la vida de interiorización espiritual, esto también es un bien común para nuestra sociedad tan lacerada.

Tenemos que romper el hermetismo y prejuicio hacia las religiones y potencializar la riqueza del pluralismo religioso, como un instrumento más de construcción de paz y ciudadanía. Seguimos siendo un país donde la mayoría es creyente, tenemos por lo tanto la oportunidad de un diálogo maduro para coadyuvar en la reconstrucción del tejido social, en nosotros también hay gente de buena voluntad y con ideales libertarios que están dispuestos a sumarse en la pacificación nacional.

El bien no es un imperativo, una ley de la razón, como lo pensó Kant, sino un entusiasmo. No manda, nunca manda, inspira. No impone, no viene de fuera, brota de la conciencia íntima, del sentimiento que afianza sus raíces en las profundidades de la existencia espiritual.

La iglesia en su sabiduría propone este tiempo cuaresmal como un tiempo propicio para reelaborarnos de manera distinta desde el misterio pascual de Cristo. Sin embargo, hablar de esta pasión, muerte y resurrección como el acto de amor redentor más generoso de Dios hacia la humanidad, nos devuelve a contrapelo, encararnos con el misterio del mal, el reverso de la salvación.

Estos cuarenta días de interiorización y revisión de consciencia, ameritan meditar sobre cómo se ha ido instalando en nuestra vida personal y comunitaria una manera de concebir nuestros deseos desde el poder como dominio sobre los demás. Las discordias entre los seres humanos han abierto paso al establecimiento de una forma de vincularnos a partir de nuestras carencias afectivas. Se ha comenzado a entretejer una sociedad que ha menospreciado el autoconocimiento espiritual, menguando así, sus vínculos de socialización, ya que estos están sometidos a una embestida de deseos desordenados en el afán de una libertad sin compromiso. La demanda de estos deseos ilusionistas de satisfacciones temporales, ha atraído con facilidad a tantos pero ha dejado un sentimiento enraizado en muchas generaciones: una profunda frustración existencial.

Nos encontramos con una modernidad tóxica en declive catastrófico, con una serie de patologías sociales innumerables, asombrándonos del grado de nuestras violencias, cada vez más el alma humana ha ido enfermando, y aún así, persiste en la exigencia de sus afectos desordenados. Dicha realidad no va a cambiar, permanecerá cómo el misterio del mal que acompaña el mismo misterio redentor de Cristo. La diferencia radica en la decisión personal de revalorar el misterio de la vida, ante una cultura de la muerte. No hace falta hacer una radiografía emocional para darnos cuenta todos los días en qué mundo vivimos.

La erotización de los deseos enfermizos ha fraguado una mentalidad que ha sido mercantilizada en la mediatización de ideologías agresores a la condición humana, la descomposición social no es sólo causa de estructuras políticas sino de la instauración de una lógica seductora del egoísmo encubierto. Esa banalidad del mal ha tratado constantemente de confundir la consciencia para codificarla en demandas racionales de arbitrarios deseos individualistas.

Podrá ponerse en entre dicho nuestra postura espiritual, pero como sacerdotes hemos podido palpar el dolor interior del pueblo de Dios, y ese sufrimiento queda lejos de los debates ideológicos, hay un asfixia en el corazón de la gente, que no se responde sólo en proveerlos de los bienes materiales o de la aprobación de derechos, hay un clamor espiritual que no está siendo escuchado, no basta cambiar las estructuras sociales para terminar con este germen perverso de una humanidad dislocada, se requiere con urgencia de una restauración espiritual.

En esta Cuaresma desde la mística cristiana, se nos invita a redimensionar la vida haciéndonos conscientes desde el misterio de la Cruz, para un nuevo resurgimiento espiritual. Como cristianos no deseamos imponer nuestra religión, sino promover las propuestas religiosas para rescatar la vida de interiorización espiritual, esto también es un bien común para nuestra sociedad tan lacerada.

Tenemos que romper el hermetismo y prejuicio hacia las religiones y potencializar la riqueza del pluralismo religioso, como un instrumento más de construcción de paz y ciudadanía. Seguimos siendo un país donde la mayoría es creyente, tenemos por lo tanto la oportunidad de un diálogo maduro para coadyuvar en la reconstrucción del tejido social, en nosotros también hay gente de buena voluntad y con ideales libertarios que están dispuestos a sumarse en la pacificación nacional.

El bien no es un imperativo, una ley de la razón, como lo pensó Kant, sino un entusiasmo. No manda, nunca manda, inspira. No impone, no viene de fuera, brota de la conciencia íntima, del sentimiento que afianza sus raíces en las profundidades de la existencia espiritual.

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