/ miércoles 6 de mayo de 2020

La vileza de la tragedia y sus narrativas fatalistas

Las estrategias médicas fracasan porque concentran demasiados esfuerzos en la enfermedad y muy escasos en cambiar el ambiente que enferma a la gente

Némesis Médica, Ivan Iliich

Parece inverosímil pero es cierto, la vileza de aquellos que desde la tragedia urden sus más nefastas intenciones políticas, son los detractores de la humanidad, se movilizan en el reverso de la consciencia colectiva generando nubarrones de espanto, insistentes creadores de narrativas de la fatalidad.

Desprecian las posibilidades de la esperanza, anulan las expectativas de búsqueda, ofuscan cualquier propuesta positiva porque se obstinan en sus afanes de poder financiero. Son los que han vivido en el privilegio generación tras generación, faraones de un imperio edificado desde la miseria de millones.

Es lamentable la desviación de reflexión geopolítica sobre la pandemia, no escucho la sensatez sobre el trasfondo, los comentarios periodísticos versan como oráculos de la hecatombe, ninfas del caos que nos seducen al terror de una paranoia social para acallar los esfuerzos y estrategias pro-positivas. Porque en esta pandemia hay mucho por resignificar, las miles de muertes son el epíteto del fin de una civilización que se ostentó como panacea de la ahora agonizante Modernidad trasnochada.

Hablo de resignificar la pandemia, como una crisis civilizatoria la cual nos tendría que replantear las formas y aplicación institucionales para poder reinventarnos desde principios ético-políticos para deconstruir nuestro tejido social al igual que todas las instituciones que han constituido nuestra existencia. La Iglesia precisamente está en este proceso de reivención nada fácil, pero imprescindible ante el augurio del porvenir incierto. De nosotros depende poder rehacernos lo más profundamente posible, porque de no hacerlo, el transcurso de la humanidad sufrirá peores pandemias letales por no haber estado a la altura ética de las circunstancias de hoy.

Por eso invito a la maduración de esta etapa histórica tan interpelante; más allá de politizar, buscar un chivo expiatorio, esperar que el gobierno lo haga todo, mantenernos en la intransigencia, paralizarnos por el terror mediático, y tantas otras actitudes desvinculativas, tenemos el imperativo categórico de repesarnos todos desde la invención auténtica que genere posibilidades reconstructivas para que pueda emerger una nueva humanidad, ese anhelo cristiano de vernos en un mundo más justo y fraterno, esta pandemia puede darnos en su reverso los hilos sociales para entretejer juntos un nuevo comienzo, una regeneración de la humanidad que se ha postergando por no haber aprendido a reelaborarnos desde una lectura a contrapelo de la tragedia.

Ante la vileza de las narrativas fatalistas, bifurquemos horizontes de posibilidades construyendo narrativas de la esperanza, en este tiempo pascual la invitación es aún más contundente: confiados en el Resucitado hacemos procesos redencionales para pasar de la fatalidad de la pandemia a la transfiguración de una renovada sociedad. La pandemia es un contra espejo que muestra lo mejor de nosotros o lo peor de nuestras intenciones. La enfermedad tan sólo nos está diciendo que hay algo que enfermo en la sociedad, antes de buscar la vacuna, tenemos que hacernos conscientes de nuestras patologías sociales.

Las estrategias médicas fracasan porque concentran demasiados esfuerzos en la enfermedad y muy escasos en cambiar el ambiente que enferma a la gente

Némesis Médica, Ivan Iliich

Parece inverosímil pero es cierto, la vileza de aquellos que desde la tragedia urden sus más nefastas intenciones políticas, son los detractores de la humanidad, se movilizan en el reverso de la consciencia colectiva generando nubarrones de espanto, insistentes creadores de narrativas de la fatalidad.

Desprecian las posibilidades de la esperanza, anulan las expectativas de búsqueda, ofuscan cualquier propuesta positiva porque se obstinan en sus afanes de poder financiero. Son los que han vivido en el privilegio generación tras generación, faraones de un imperio edificado desde la miseria de millones.

Es lamentable la desviación de reflexión geopolítica sobre la pandemia, no escucho la sensatez sobre el trasfondo, los comentarios periodísticos versan como oráculos de la hecatombe, ninfas del caos que nos seducen al terror de una paranoia social para acallar los esfuerzos y estrategias pro-positivas. Porque en esta pandemia hay mucho por resignificar, las miles de muertes son el epíteto del fin de una civilización que se ostentó como panacea de la ahora agonizante Modernidad trasnochada.

Hablo de resignificar la pandemia, como una crisis civilizatoria la cual nos tendría que replantear las formas y aplicación institucionales para poder reinventarnos desde principios ético-políticos para deconstruir nuestro tejido social al igual que todas las instituciones que han constituido nuestra existencia. La Iglesia precisamente está en este proceso de reivención nada fácil, pero imprescindible ante el augurio del porvenir incierto. De nosotros depende poder rehacernos lo más profundamente posible, porque de no hacerlo, el transcurso de la humanidad sufrirá peores pandemias letales por no haber estado a la altura ética de las circunstancias de hoy.

Por eso invito a la maduración de esta etapa histórica tan interpelante; más allá de politizar, buscar un chivo expiatorio, esperar que el gobierno lo haga todo, mantenernos en la intransigencia, paralizarnos por el terror mediático, y tantas otras actitudes desvinculativas, tenemos el imperativo categórico de repesarnos todos desde la invención auténtica que genere posibilidades reconstructivas para que pueda emerger una nueva humanidad, ese anhelo cristiano de vernos en un mundo más justo y fraterno, esta pandemia puede darnos en su reverso los hilos sociales para entretejer juntos un nuevo comienzo, una regeneración de la humanidad que se ha postergando por no haber aprendido a reelaborarnos desde una lectura a contrapelo de la tragedia.

Ante la vileza de las narrativas fatalistas, bifurquemos horizontes de posibilidades construyendo narrativas de la esperanza, en este tiempo pascual la invitación es aún más contundente: confiados en el Resucitado hacemos procesos redencionales para pasar de la fatalidad de la pandemia a la transfiguración de una renovada sociedad. La pandemia es un contra espejo que muestra lo mejor de nosotros o lo peor de nuestras intenciones. La enfermedad tan sólo nos está diciendo que hay algo que enfermo en la sociedad, antes de buscar la vacuna, tenemos que hacernos conscientes de nuestras patologías sociales.