/ domingo 9 de agosto de 2020

Las secuelas

Superamos ya siete meses desde el primer reporte de COVID-19 y después del impacto inicial estamos asimilando que nuestra vida tendrá que adaptarse a la presencia del virus. Algunos lo hemos aceptado y cambiamos nuestra rutina. Trabajar desde casa, reducir al mínimo el contacto con otras personas, concentrarnos en nuestro bienestar y volver parte de nosotros el uso de cubrebocas y la distancia social, esa es nuestra nueva realidad. Para otros ha sido más difícil provocando cuantiosas pérdidas tanto a nivel personal como colectivo.

Con más de 50 mil muertos México se encuentra en el ojo de la tormenta. Los modelos matemáticos más confiables nos dicen que estamos en el pico de la primera ola de la pandemia. Aunque sabemos que la calidad de la proyección es tan buena como la calidad de los datos y ese ha sido siempre un punto débil en nuestro país, eso significa que debemos prepararos para al menos cinco meses más de restricciones sanitarias y otros 50 mil muertos

La primera ola de la pandemia pasará y mientras llega la segunda tendremos que cuantificar los daños. Por un lado tenemos la pérdida de vidas humanas y su impacto en el bienestar familiar. Por otro lado tenemos la pérdida económica que habrá reducido los ingresos de dos de cada tres familias en nuestro país arrasando con nuestra precaria clase media. Finalmente tenemos las secuelas en salud.

Una de las experiencias más controvertidas del manejo de la pandemia en México ha sido que, de manera tácita, se busca una inmunidad de rebaño. La falta de fuerza en las medidas preventivas nos ha dejado ver que con el fin de reducir el daño a la economía se ha aceptado como pérdida tolerable el costo en vidas pero me parece que la falta de información ha minimizado otro costo igual o más importante, el de las secuelas de la pandemia.

La apreciación inicial la cual además todavía queda subyacente en el discurso oficial de que COVID-19 es una enfermedad respiratoria ha quedado superada por la evidencia. Ahora sabemos que aunque algunos de los síntomas de la enfermedad son debido a la infección de los pulmones el virus ataca otros epitelios como el intestino por lo que un número importante de casos se manifestará como diarrea en lugar de tos.

También sabemos ahora que pacientes con cuadros leves podrán sufrir de reducción en los niveles de oxígeno en sangre que los podría llevar al infarto por lo que es fundamental que aquellas personas que están en atención domiciliaria se apoyen del uso de oxímetros reportando a su médico tratante cualquier anomalía.

Reportes clínicos nos dicen que tres de cada cuatro pacientes graves que logren recuperarse presentarán daño cardiaco residual lo que los debilitará y los hará más propensos a un infarto. Esto porque el virus toma por asalto el sistema inmune y lo vuelve contra nosotros provocando una cuadro inflamatorio generalizado que afecta otros órganos incluyendo cerebro y corazón.

Finalmente, cuatro de cada diez pacientes recuperados presentarán secuelas neuropsiquiátricas manifestadas como debilidad, depresión y psicosis afectando por un tiempo todavía no determinado su reincorporación a sus actividades normales. Este último cuadro se debe a la capacidad de virus para infiltrase en el sistema nervioso central.

La suma de todos estos padecimientos podría alcanzar cientos de miles de nuevos casos de enfermedades crónicas cuya atención impondrá una presión adicional a nuestro ya debilitado sistema de salud pública mientras que la reducción en la productividad por la recesión económica tendrá como consecuencia menor recaudación.

El virus causante de COVID-19 ha resultado ser más letal de lo que se pensaba y las secuelas de la pandemia serán más graves y de mayor duración de lo esperado originalmente. Ante la falta de medicamentos específicos y en lo que se desarrolla una vacuna nuestra primera y única línea de defensa es no infectarnos. Queda en nosotros defendernos mediante el uso de cubrebocas, la higiene de manos y superficies, la distancia social y el evitar espacios cerrados y sin ventilación natural. Solamente así podremos minimizar el costo inmediato y también la carga generacional que nos impondrán las secuelas.


Información adicional de éste y otros temas de interés visiten:

http://reivindicandoapluton.blogspot.mx
https://www.facebook.com/BValderramaB/

Superamos ya siete meses desde el primer reporte de COVID-19 y después del impacto inicial estamos asimilando que nuestra vida tendrá que adaptarse a la presencia del virus. Algunos lo hemos aceptado y cambiamos nuestra rutina. Trabajar desde casa, reducir al mínimo el contacto con otras personas, concentrarnos en nuestro bienestar y volver parte de nosotros el uso de cubrebocas y la distancia social, esa es nuestra nueva realidad. Para otros ha sido más difícil provocando cuantiosas pérdidas tanto a nivel personal como colectivo.

Con más de 50 mil muertos México se encuentra en el ojo de la tormenta. Los modelos matemáticos más confiables nos dicen que estamos en el pico de la primera ola de la pandemia. Aunque sabemos que la calidad de la proyección es tan buena como la calidad de los datos y ese ha sido siempre un punto débil en nuestro país, eso significa que debemos prepararos para al menos cinco meses más de restricciones sanitarias y otros 50 mil muertos

La primera ola de la pandemia pasará y mientras llega la segunda tendremos que cuantificar los daños. Por un lado tenemos la pérdida de vidas humanas y su impacto en el bienestar familiar. Por otro lado tenemos la pérdida económica que habrá reducido los ingresos de dos de cada tres familias en nuestro país arrasando con nuestra precaria clase media. Finalmente tenemos las secuelas en salud.

Una de las experiencias más controvertidas del manejo de la pandemia en México ha sido que, de manera tácita, se busca una inmunidad de rebaño. La falta de fuerza en las medidas preventivas nos ha dejado ver que con el fin de reducir el daño a la economía se ha aceptado como pérdida tolerable el costo en vidas pero me parece que la falta de información ha minimizado otro costo igual o más importante, el de las secuelas de la pandemia.

La apreciación inicial la cual además todavía queda subyacente en el discurso oficial de que COVID-19 es una enfermedad respiratoria ha quedado superada por la evidencia. Ahora sabemos que aunque algunos de los síntomas de la enfermedad son debido a la infección de los pulmones el virus ataca otros epitelios como el intestino por lo que un número importante de casos se manifestará como diarrea en lugar de tos.

También sabemos ahora que pacientes con cuadros leves podrán sufrir de reducción en los niveles de oxígeno en sangre que los podría llevar al infarto por lo que es fundamental que aquellas personas que están en atención domiciliaria se apoyen del uso de oxímetros reportando a su médico tratante cualquier anomalía.

Reportes clínicos nos dicen que tres de cada cuatro pacientes graves que logren recuperarse presentarán daño cardiaco residual lo que los debilitará y los hará más propensos a un infarto. Esto porque el virus toma por asalto el sistema inmune y lo vuelve contra nosotros provocando una cuadro inflamatorio generalizado que afecta otros órganos incluyendo cerebro y corazón.

Finalmente, cuatro de cada diez pacientes recuperados presentarán secuelas neuropsiquiátricas manifestadas como debilidad, depresión y psicosis afectando por un tiempo todavía no determinado su reincorporación a sus actividades normales. Este último cuadro se debe a la capacidad de virus para infiltrase en el sistema nervioso central.

La suma de todos estos padecimientos podría alcanzar cientos de miles de nuevos casos de enfermedades crónicas cuya atención impondrá una presión adicional a nuestro ya debilitado sistema de salud pública mientras que la reducción en la productividad por la recesión económica tendrá como consecuencia menor recaudación.

El virus causante de COVID-19 ha resultado ser más letal de lo que se pensaba y las secuelas de la pandemia serán más graves y de mayor duración de lo esperado originalmente. Ante la falta de medicamentos específicos y en lo que se desarrolla una vacuna nuestra primera y única línea de defensa es no infectarnos. Queda en nosotros defendernos mediante el uso de cubrebocas, la higiene de manos y superficies, la distancia social y el evitar espacios cerrados y sin ventilación natural. Solamente así podremos minimizar el costo inmediato y también la carga generacional que nos impondrán las secuelas.


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