Ayer veía una cadena de tuits en Twitter (ahora X) que hablaba de Argentina. De lo que fue la Argentina de finales de siglo XIX y principios del XX. Una Argentina moderna que le competía en economía a Estados Unidos y en Cultura a Europa. Hablaban de como la prueba queda en una ciudad como Buenos Aires, en su arquitectura y sus calles. En la herencia de su gente, que asoma que españoles, italianos, alemanes y franceses codiciaban vivir en la provincia de la Plata. “El Paris de Latinoamérica” se atrevieron a llamarle. Algo pasó. Mucho pasó. Argentina a partir de la Gran Depresión comenzó una picada que la hace hoy vivir del recuerdo y las glorias del futbol. No me malinterpreten, amo el futbol, pero vivir de la gloria del futbol significa que no hay más que pan y circo para el pueblo.
Un poco de mala suerte, aparejada con pésimas decisiones es la formula para el fracaso. Podemos pasar la vida luchando contra el capitalismo, el centralismo y el yanquismo, y en muchos sentidos se tiene razón cuando se les culpa de los males. Pero, así como la felicidad de una persona depende de su actitud frente a la vida, creo que la estabilidad de un país depende de su actitud frente al mundo. La estrategia, el plan con el que se enfrenten los problemas, los objetivos que se plantean son determinantes de los resultados que se obtendrán. Argentina, para enfrentar la crisis que generó su democracia, cuando la democracia era una novedad. Desgraciadamente les jugó una novatada. Esa democracia trajo inestabilidad política y la inestabilidad política permitió al peronismo aprovecharse de Argentina. Bien intencionado o mal intencionado, los resultados son evidentes. No es culpa de nadie y es culpa de todos, se estaba trabajando con lo que había en la época: una crisis económica e ideas de democracia que se pusieron a prueba. A casi cien años los resultados son evidentes. Argentina tiene mucho que ofrecer, pero una moneda estable y mercados competitivos no son parte de eso. Hay más herencias que futuros.
Esta crítica no es de mala leche. Pero la vulnerabilidad política que las crisis generan es una característica de la democracia. Milei no es la solución de nada, es otro clavo en el ataúd. Aquí es donde cambiamos de tema hacia México. Milei y AMLO son dos casos de esa característica de la democracia. Si bien el peronismo fue una novatada, hoy ya no hay excusa, deberíamos saber mejor, si, saber mejor.
En México durante ese mismo siglo tuvimos el desarrollo estabilizador producto, entre otras cosas, de la dictadura perfecta. Llámenla dictadura, pero era perfecto; fíjense como en los mismos tiempos en los que la democracia argentina votaba a Perón, Lázaro Cárdenas tenía la delicadeza de no cederle la candidatura presidencial a su amigo Francisco Mújica, que se asomaba como nuestro Perón mexicano. Las decisiones no las tomaba el pueblo democráticamente, las tomaba una oligarquía política disciplinadamente organizada. Porfirio Días hubiera estado orgulloso de ese orden y progreso. Pero la complejidad de la realidad nos alcanzó con reclamos de democracia. Esa democracia que empezamos a exigir a finales del siglo pasado y consolidamos en las primeras décadas de este nos ha hecho vulnerables. Vulnerables a las intenciones ocultas de demagogos como Andrés. Hoy la 4T amenaza al futuro mexicano con un régimen incapaz de ver hacia futuro, como lo fue el peronismo.
Me daría gusto equivocarme, sobre todo por el bien de mi descendencia, pues las consecuencias de las decisiones de hoy las vivirán ellos, así como los nietos de los argentinos peronistas están viviendo hoy las suyas. Los gobiernos populares, en la historia reciente de Latinoamérica y el mundo, están demostrando beneficios solo para quien los ostentan, pregúntenle. Maduro y a su pajarito, o a los Castro en Cuba o a Bukele en El Salvador. Sin embargo, el pueblo fue quien los pidió, arropó y encumbró.
La reforma Judicial es el nuevo caso de esto en México: si bien plantea cosas interesantes, como ese Tribunal Colegiado que resuelva problemas de corrupción interna o no sé qué, también ofrece soluciones populistas como votar a los jueces. Jamás permitiría que el mismo pueblo que votó por Wendy viendo la Casa de los Famosos, vote por quien va a ser el cirujano que me opere del corazón, seguro ganaría Sergio Mayer disfrazado con una bata.
La historia nos presenta con la oportunidad de no cometer los mismos errores. Esa ya nos la sabemos, nos la dicen desde pequeños. El reto es educar nuestra joven democracia para que lo entienda, antes de que sea demasiado tarde.