/ miércoles 22 de junio de 2022

Los partidos tradicionales en su crisis terminal

Los partidos tradicionales, que tuvieron el mando político del país a lo largo del siglo XX (PRI y PAN) han sufrido en los últimos años duras derrotas a manos de la coalición de izquierda (Morena, PT y PVEM) por lo que aquellos han entrado en la recta final de sus trayectorias, debido a la nueva dinámica que surgió en la política nacional a partir del ascenso de AMLO al poder.

El PRI fue un partido de estado fundado por Plutarco Elías Calles en 1929 con el fin de agrupar a la “familia revolucionaria” --la multitud caótica de fuerzas lideradas por los caudillos militares y sus nuevos cacicazgos-- los cuales tenían el control de diversas regiones del país, y que al no estar de acuerdo en cada elección ponían en duda la continuidad de su propia dominación política. Eran muy frecuentes los golpes militares, las asonadas y los motines. Ese régimen no generaba la estabilidad política que requiere el desarrollo de las fuerzas productivas.

La creación del PRI era una necesidad histórica. Nació del poder, para conservar el poder y construyó su programa con aportaciones de los cacicazgos regionales. El nuevo régimen ejerció el mando absoluto porque así lo exigía la naturaleza de las fuerzas agrupadas. Era necesario someter los cacicazgos regionales a una nueva disciplina centralizada.

Ese régimen tuvo vigencia plena durante más de 70 años, concentrado en la figura del presidente de la República, árbitro de todas las contiendas y supremo juez que otorgaba justicia inapelable a cada grupo. Ese mismo tipo de control estaba en manos de los gobernadores en cada una de las entidades federativas del país.

El nuevo partido de estado fue dotado de una estructura autoritaria, jerarquizada, disciplinada y vertical, al pendiente de “la línea” que tiraba el dirigente en turno. Fue diseñado a semejanza de una de secretaría de Estado, encargada de organizar y manejar los procesos electorales de todo el país. El líder del PRI en aquellos tiempos era de hecho un miembro más del gabinete presidencial, subordinado al secretario de Gobernación, responsable del manejo político del país.

La prensa libre y disidente no existía, ni el internet con sus redes sociales. No había organizaciones de la sociedad civil ni partidos independientes. No existían “correas de transmisión” entre la clase política priísta y la sociedad en su conjunto. Todo lo que sucedía en materia política era por órdenes del presidente, y solo existía si la prensa lo registraba. “Si no aparece en la televisión no existe”, afirmaban los críticos.

En 1939 un grupo de abogados con ideología de derecha fundó el PAN, básicamente para oponerse a la política nacionalista de Lázaro Cárdenas y romper el asfixiante dominio político del partido oficial. En sus primeros años no generó mayor impacto entre la población. La gente sonreía y pasaba de largo al observar sus escuálidos mítines.

La crisis de 1988 cimbró al aparato del estado. La sorpresiva candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas pudo romper el monopolio, al obtener una abundante votación popular. De ahí surgió el Frente Democrático Nacional (FDN) y posteriormente el PRD, que agrupó a las principales fuerzas de la izquierda junto a los disidentes del PRI.

Los primeros síntomas de una alianza entre el PRI y el PAN para compartir el poder fueron: el reconocimiento del salinato al primer triunfo de la oposición de derecha en las elecciones de Baja California, donde ganó Ernesto Ruffo, y las “concertacesiones” del estado de Guanajuato, que dieron la victoria al PAN a través de Carlos Medina Plascencia y posteriormente de Vicente Fox.

Al PRD se le reconocieron posteriormente triunfos en Michoacán y después en Guerrero, Morelos y el Distrito Federal. En los hechos, el poder fue compartido por esos 3 partidos durante varias décadas, cuando se repartían amigablemente los presupuestos, las posiciones, las candidaturas, los cargos en el IFE y un largo etcétera a través del sistema de “cuotas y cuates”.

La irrupción del movimiento obradorista en 2018 tuvo desde el inicio un contenido profundamente democrático y revolucionario. Democrático por la participación de capas cada vez más amplias de ciudadanos, obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales. Es revolucionario porque su contenido anticorrupción está resquebrajando todo el viejo andamiaje de la dominación prianista.

Las viejas estructuras de dominio del PRIAN –desde la Suprema Corte de Justicia, los tribunales, los llamados “organismos independientes”, la prensa mercenaria, el Congreso de la Unión, etc.-- han sido cimbrados hasta sus raíces por la arremetida del movimiento de un pueblo cada día más consciente, informado y demandante.

La vieja estructura neoliberal se encuentra sometida al fuego de la movilización popular. En materia electoral, esa ofensiva se ha traducido en que el PAN ha perdido 6 gubernaturas de las que tenía antes del 2018. Y el PRI ha tenido peor suerte, porque entre 2015 y 2022 perdió 17 estados a su cargo, menos el de Durango que recuperó en las recientes elecciones de 2022. En total, 22 estados se sumaron al proceso de cambio.

Es probable que en las elecciones de 2023 el PRI sea desalojado de su legendario bastión del Estado de México, donde ha gobernado siempre el Grupo Atlacomulco, y de Coahuila, feudo priísta encabezado por los hermanos Moreira (Humberto y Rubén) a través de personeros de sus grupos.

No tiene nada de raro, entonces, que tanto el PAN como el PRI estén en una crisis del final de su trayectoria política. El PRD, cascarón todavía dirigido por los “Chuchos”, prácticamente ha sido aniquilado, ha perdido el registro como partido político en 16 entidades y solo sobrevive penosamente a la cola de organismos más pujantes de la derecha, y por costumbre agrega sus siglas a todas las causas de sus aliados.

El PRI ha caído en estado de postración porque ya cumplió las metas históricas para las que fue creado: la clase política ya ha generado los mecanismos democráticos para sostenerse en el poder sin necesidad de recurrir a métodos autoritarios o a “la línea”. El PRI se parece a un dinosaurio que aún no registra el momento en que cayó el meteorito.

El PAN es el único organismo que realmente sigue teniendo alguna razón histórica para sobrevivir, aun en condiciones deplorables. Siempre ha representado una oposición beligerante de la derecha, con dosis de neofascismo, voxismo y macartismo. Maltrecho y todo, cabe la posibilidad de que el PAN sobreviva al cataclismo.

Los partidos tradicionales, que tuvieron el mando político del país a lo largo del siglo XX (PRI y PAN) han sufrido en los últimos años duras derrotas a manos de la coalición de izquierda (Morena, PT y PVEM) por lo que aquellos han entrado en la recta final de sus trayectorias, debido a la nueva dinámica que surgió en la política nacional a partir del ascenso de AMLO al poder.

El PRI fue un partido de estado fundado por Plutarco Elías Calles en 1929 con el fin de agrupar a la “familia revolucionaria” --la multitud caótica de fuerzas lideradas por los caudillos militares y sus nuevos cacicazgos-- los cuales tenían el control de diversas regiones del país, y que al no estar de acuerdo en cada elección ponían en duda la continuidad de su propia dominación política. Eran muy frecuentes los golpes militares, las asonadas y los motines. Ese régimen no generaba la estabilidad política que requiere el desarrollo de las fuerzas productivas.

La creación del PRI era una necesidad histórica. Nació del poder, para conservar el poder y construyó su programa con aportaciones de los cacicazgos regionales. El nuevo régimen ejerció el mando absoluto porque así lo exigía la naturaleza de las fuerzas agrupadas. Era necesario someter los cacicazgos regionales a una nueva disciplina centralizada.

Ese régimen tuvo vigencia plena durante más de 70 años, concentrado en la figura del presidente de la República, árbitro de todas las contiendas y supremo juez que otorgaba justicia inapelable a cada grupo. Ese mismo tipo de control estaba en manos de los gobernadores en cada una de las entidades federativas del país.

El nuevo partido de estado fue dotado de una estructura autoritaria, jerarquizada, disciplinada y vertical, al pendiente de “la línea” que tiraba el dirigente en turno. Fue diseñado a semejanza de una de secretaría de Estado, encargada de organizar y manejar los procesos electorales de todo el país. El líder del PRI en aquellos tiempos era de hecho un miembro más del gabinete presidencial, subordinado al secretario de Gobernación, responsable del manejo político del país.

La prensa libre y disidente no existía, ni el internet con sus redes sociales. No había organizaciones de la sociedad civil ni partidos independientes. No existían “correas de transmisión” entre la clase política priísta y la sociedad en su conjunto. Todo lo que sucedía en materia política era por órdenes del presidente, y solo existía si la prensa lo registraba. “Si no aparece en la televisión no existe”, afirmaban los críticos.

En 1939 un grupo de abogados con ideología de derecha fundó el PAN, básicamente para oponerse a la política nacionalista de Lázaro Cárdenas y romper el asfixiante dominio político del partido oficial. En sus primeros años no generó mayor impacto entre la población. La gente sonreía y pasaba de largo al observar sus escuálidos mítines.

La crisis de 1988 cimbró al aparato del estado. La sorpresiva candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas pudo romper el monopolio, al obtener una abundante votación popular. De ahí surgió el Frente Democrático Nacional (FDN) y posteriormente el PRD, que agrupó a las principales fuerzas de la izquierda junto a los disidentes del PRI.

Los primeros síntomas de una alianza entre el PRI y el PAN para compartir el poder fueron: el reconocimiento del salinato al primer triunfo de la oposición de derecha en las elecciones de Baja California, donde ganó Ernesto Ruffo, y las “concertacesiones” del estado de Guanajuato, que dieron la victoria al PAN a través de Carlos Medina Plascencia y posteriormente de Vicente Fox.

Al PRD se le reconocieron posteriormente triunfos en Michoacán y después en Guerrero, Morelos y el Distrito Federal. En los hechos, el poder fue compartido por esos 3 partidos durante varias décadas, cuando se repartían amigablemente los presupuestos, las posiciones, las candidaturas, los cargos en el IFE y un largo etcétera a través del sistema de “cuotas y cuates”.

La irrupción del movimiento obradorista en 2018 tuvo desde el inicio un contenido profundamente democrático y revolucionario. Democrático por la participación de capas cada vez más amplias de ciudadanos, obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales. Es revolucionario porque su contenido anticorrupción está resquebrajando todo el viejo andamiaje de la dominación prianista.

Las viejas estructuras de dominio del PRIAN –desde la Suprema Corte de Justicia, los tribunales, los llamados “organismos independientes”, la prensa mercenaria, el Congreso de la Unión, etc.-- han sido cimbrados hasta sus raíces por la arremetida del movimiento de un pueblo cada día más consciente, informado y demandante.

La vieja estructura neoliberal se encuentra sometida al fuego de la movilización popular. En materia electoral, esa ofensiva se ha traducido en que el PAN ha perdido 6 gubernaturas de las que tenía antes del 2018. Y el PRI ha tenido peor suerte, porque entre 2015 y 2022 perdió 17 estados a su cargo, menos el de Durango que recuperó en las recientes elecciones de 2022. En total, 22 estados se sumaron al proceso de cambio.

Es probable que en las elecciones de 2023 el PRI sea desalojado de su legendario bastión del Estado de México, donde ha gobernado siempre el Grupo Atlacomulco, y de Coahuila, feudo priísta encabezado por los hermanos Moreira (Humberto y Rubén) a través de personeros de sus grupos.

No tiene nada de raro, entonces, que tanto el PAN como el PRI estén en una crisis del final de su trayectoria política. El PRD, cascarón todavía dirigido por los “Chuchos”, prácticamente ha sido aniquilado, ha perdido el registro como partido político en 16 entidades y solo sobrevive penosamente a la cola de organismos más pujantes de la derecha, y por costumbre agrega sus siglas a todas las causas de sus aliados.

El PRI ha caído en estado de postración porque ya cumplió las metas históricas para las que fue creado: la clase política ya ha generado los mecanismos democráticos para sostenerse en el poder sin necesidad de recurrir a métodos autoritarios o a “la línea”. El PRI se parece a un dinosaurio que aún no registra el momento en que cayó el meteorito.

El PAN es el único organismo que realmente sigue teniendo alguna razón histórica para sobrevivir, aun en condiciones deplorables. Siempre ha representado una oposición beligerante de la derecha, con dosis de neofascismo, voxismo y macartismo. Maltrecho y todo, cabe la posibilidad de que el PAN sobreviva al cataclismo.