Hace una década, poco más o menos, cuando los acosadores escolares norteamericanos hicieron imperativa una campaña para prevenir el bullying (que con la manía de monitos imitadores los autores del mainstream mexicano tomaron como una puerca moda), se formaron múltiples proyectos de los que se rescató el slogan “it does get better”, que podríamos traducir en términos simples como “se pone mejor”, como una frasecilla de consuelo a las víctimas de quienes, dotados de algún poder instrumental o simbólico, patean a quienes consideran sus opuestos. Con muy rescatables propuestas musicales, discursivas y de comunicación, el proyecto tendría que aplicarse en México como una suerte de consuelo para una sociedad constantemente maltratada por los políticos, los efectos de sus luchas de poder de sus abusos, sus discursos y en fin. Pero el panorama dibuja un escenario especialmente complicado para usar el slogan de marras sin parecer sarcástico o profundamente idiota.
Porque lo cierto es que el escenario complejo que la crisis del modelo político y económico y su combinación con las respuestas a los cada vez mayores retos de las democracias liberales de occidente, dificultan mucho el optimismo. Lo más grave es que las campañas electorales, que en términos de comunicación tendrían que encaminarse entre los rieles obvios de la generación o fortalecimiento de la esperanza en el futuro y la generación de confianza sobre la propia democracia, se han descarrilado para convertirse en intercambios de diatribas y búsqueda de la aniquilación moral del contrario dificultando el escenario de esperanza que podría fortalecer el uso de la frase “se pone mejor”, que permitiría a la ciudadanía no tratar de aventarse de un décimo piso cada vez que piensa en el futuro de la política local.
Podríamos decir que la morbidez y el tono sombrío con que se está enfrentando la comunicación política reciente anulan toda esperanza y, por el contrario, dejan a amplios sectores de la sociedad convencidos de que cualquier cosa que hayan visto en películas de terror será divertida comparada con la hecatombe que se avecina, hasta donde nos dejan entender, gane quien gane las elecciones del 1 de julio próximo. Morelos se convertiría, hasta donde entendemos, en un capítulo de The Walking Dead pero con mejor iluminación, similar maquillaje y, si eso es posible, peores actuaciones; es difícil, pero si hay algo que nos demuestran la clase política local y los cuadros que se adquirieron en el draft 2015, es que siempre se puede caer más bajo.
Y parte de esta caída se verá aún esta semana cuando finalmente sean completadas todas las sustituciones que los partidos políticos y coaliciones harán en sus listados de candidatos a diputados locales y fórmulas de ayuntamientos, catálogos que resultarán más parchados que llanta de bicicleta de cartero. Las sustituciones, más que para cumplir con el requisito de paridad de género al que los postulantes están obligados por ley y mismo que saben cumplir sin mayores complicaciones, han servido para que las dirigencias de partidos y los mandones de las coaliciones hagan reemplazos discrecionales con los nombres que mejor les acomodan, un asunto que explica el que se esté demorando tanto la reintegración de las listas con las instrucciones que para el efecto dio el Impepac.
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