/ jueves 12 de marzo de 2020

Mujer, con “m” de movimiento

La empatía tiene distintas formas de abordaje de acuerdo con la disciplina, contexto o situación específica de que se trate.

Por lo tanto, no tiene un significado unívoco ni estático; pero en todo caso, siempre implica un ejercicio práctico que transita dinámicamente entre la razón y la emoción.

Por su condición natural, a la empatía se le exige neutralizar y transformar lo negativo (la desconfianza, el conflicto, los prejuicios, la desigualdad, las violencias), en positivo. De ahí que se le considere como una herramienta para mirar, escuchar, comunicar y actuar desde la dignidad como valor humano.

Partiendo de que la violencia es un instrumento ligado a fines, cuyas formas de expresión son múltiples y diversas ¿por qué no centramos la discusión, desde la empatía, para identificar las causas estructurales que determinan estos fines? Siendo objetivos, creo que tendríamos que pensar en los mecanismos estructurales para evitarla, reducirla o neutralizarla cuando se genere e idealmente, en erradicarla.

Coincido en quienes piensan que la empatía puede servir de puente entre lo negativo y lo positivo, no sólo porque asumimos que las personas no son violentas por naturaleza sino principalmente porque existe el deber ético, moral o legal de dar una respuesta o solución a nuestros conflictos o problemas; desde los más pequeños, hasta los más grandes.

Las movilizaciones de mujeres de los últimos días, nos han hecho mirar una realidad a la que muchos hombres se sienten ajenos. Una realidad que se niega y se minimiza es la que nos están haciendo mirar las mujeres que protestan y se movilizan en distintos niveles.

Detrás de sus voces está un mensaje claro: ¡empatiza con nosotras! Y eso solo se logra al salir de lo conceptual y vivir o experimentar sus vidas. No quieren que pensemos, actuemos o luchemos por ellas, lo que quieren es que empaticemos para luchar junto con ellas, actuar junto con ellas y pensar junto con ellas.

Las mujeres están en movimiento revolucionando nuestros actuales niveles de conciencia, por eso no hay que desaprovechar este momento histórico para conectarnos con nuestro pasado de violencia, impunidad, silencio y abandono institucional, pero pensando en la construcción de capacidades y un nuevo nivel de conciencia para un futuro esperanzador representado en la niñez.

Debemos mirar el bosque y no sólo el árbol. Lo primero que tenemos que reconocer, es nuestro deber ético de no olvidar lo sucedido para llevar paz, verdad y justicia. Una cosa es prevenir violencias que no han ocurrido y otra administrar o sancionar las que ya fueron cometidas.

Sabemos que el sistema de justicia se encuentra colapsado y a pesar de la crisis no surgen reacciones disruptivas de las autoridades. Y la molestia de las mujeres se exacerba, porque la autoridad no ha querido mirar, escuchar, comunicar y actuar desde la dignidad; prefiere simular empatía a partir de sus esquemas institucionales que de ninguna forma empatizan.

La respuesta institucional parece nunca llegar de la forma y velocidad necesaria, por eso las mujeres se han movilizado para exigir un alto y una transformación urgente. Son muchos los factores y contextos en los que se reproducen las violencias, pero han sido las mujeres las que están dispuesta (nuevamente) a luchar ante lo que parece imposible, pesado o difícil para asumir su papel como responsables de la transformación de su propia realidad.

No sólo es el aspecto cultural el que urge transformar, sino también el institucional.

Se supone que son las instituciones el vehículo en el que las sociedades confían para asegurar el bien común, para procesar de forma general las necesidades y transformar lo negativo en positivo; no dejemos de lado esta tarea.

El 9M se quedará en nuestra memoria histórica no como pasado, sino presente en movimiento; al igual que muchas de las historias que siguen siendo actuales y que requieren de nuestra atención presente y futura.

Este 9M nos mostró que la conciencia en México (e inclusive del Mundo) se escribe con “eme” de mujer, porque mujer siempre ha sido sinónimo de movimiento transformador.

La empatía tiene distintas formas de abordaje de acuerdo con la disciplina, contexto o situación específica de que se trate.

Por lo tanto, no tiene un significado unívoco ni estático; pero en todo caso, siempre implica un ejercicio práctico que transita dinámicamente entre la razón y la emoción.

Por su condición natural, a la empatía se le exige neutralizar y transformar lo negativo (la desconfianza, el conflicto, los prejuicios, la desigualdad, las violencias), en positivo. De ahí que se le considere como una herramienta para mirar, escuchar, comunicar y actuar desde la dignidad como valor humano.

Partiendo de que la violencia es un instrumento ligado a fines, cuyas formas de expresión son múltiples y diversas ¿por qué no centramos la discusión, desde la empatía, para identificar las causas estructurales que determinan estos fines? Siendo objetivos, creo que tendríamos que pensar en los mecanismos estructurales para evitarla, reducirla o neutralizarla cuando se genere e idealmente, en erradicarla.

Coincido en quienes piensan que la empatía puede servir de puente entre lo negativo y lo positivo, no sólo porque asumimos que las personas no son violentas por naturaleza sino principalmente porque existe el deber ético, moral o legal de dar una respuesta o solución a nuestros conflictos o problemas; desde los más pequeños, hasta los más grandes.

Las movilizaciones de mujeres de los últimos días, nos han hecho mirar una realidad a la que muchos hombres se sienten ajenos. Una realidad que se niega y se minimiza es la que nos están haciendo mirar las mujeres que protestan y se movilizan en distintos niveles.

Detrás de sus voces está un mensaje claro: ¡empatiza con nosotras! Y eso solo se logra al salir de lo conceptual y vivir o experimentar sus vidas. No quieren que pensemos, actuemos o luchemos por ellas, lo que quieren es que empaticemos para luchar junto con ellas, actuar junto con ellas y pensar junto con ellas.

Las mujeres están en movimiento revolucionando nuestros actuales niveles de conciencia, por eso no hay que desaprovechar este momento histórico para conectarnos con nuestro pasado de violencia, impunidad, silencio y abandono institucional, pero pensando en la construcción de capacidades y un nuevo nivel de conciencia para un futuro esperanzador representado en la niñez.

Debemos mirar el bosque y no sólo el árbol. Lo primero que tenemos que reconocer, es nuestro deber ético de no olvidar lo sucedido para llevar paz, verdad y justicia. Una cosa es prevenir violencias que no han ocurrido y otra administrar o sancionar las que ya fueron cometidas.

Sabemos que el sistema de justicia se encuentra colapsado y a pesar de la crisis no surgen reacciones disruptivas de las autoridades. Y la molestia de las mujeres se exacerba, porque la autoridad no ha querido mirar, escuchar, comunicar y actuar desde la dignidad; prefiere simular empatía a partir de sus esquemas institucionales que de ninguna forma empatizan.

La respuesta institucional parece nunca llegar de la forma y velocidad necesaria, por eso las mujeres se han movilizado para exigir un alto y una transformación urgente. Son muchos los factores y contextos en los que se reproducen las violencias, pero han sido las mujeres las que están dispuesta (nuevamente) a luchar ante lo que parece imposible, pesado o difícil para asumir su papel como responsables de la transformación de su propia realidad.

No sólo es el aspecto cultural el que urge transformar, sino también el institucional.

Se supone que son las instituciones el vehículo en el que las sociedades confían para asegurar el bien común, para procesar de forma general las necesidades y transformar lo negativo en positivo; no dejemos de lado esta tarea.

El 9M se quedará en nuestra memoria histórica no como pasado, sino presente en movimiento; al igual que muchas de las historias que siguen siendo actuales y que requieren de nuestra atención presente y futura.

Este 9M nos mostró que la conciencia en México (e inclusive del Mundo) se escribe con “eme” de mujer, porque mujer siempre ha sido sinónimo de movimiento transformador.