Algo muy malo pasa cuando la realidad se trata de medir con los criterios fantásticos de lo que ocurre en las redes sociales. Si la guía de desempeño de un gobierno se funda en la cantidad se seguidores o interacciones que tiene en sus cuentas de redes sociales, o en el monitoreo de la actividad etiquetada, uno puede entender el escaso aterrizaje que las políticas públicas tienen en el país, la participación de gobiernos e instituciones en la polarización del país, los magros resultados en seguridad, economía, desarrollo humano, y otras cuestiones del mundo material, que es el que habitamos todos.
Cierto que el 65% de los mexicanos tiene acceso a internet, pero también lo es que el 100% de la población del país reside en un enorme espacio de realidad que poco es atendido. Pensar que el total de los mexicanos es influido por las “conversaciones” en redes sociales es excesivo además de un enorme riesgo en tanto los pies en la realidad son los que nos liberan de la enajenación producida por la fantasía que las redes sociales generan.
Mucho tendría que aprender el gobierno federal sobre las redes sociales, por ejemplo, el hecho de que los criterios de veracidad que se exigen en la vida (apego del discurso a la realidad), aplican poco en las conversaciones digitales donde se prefiere la sinceridad a la verdad.
El análisis de redes sociales presentado en la mañanera del presidente López Obrador ayer es una colección de datos inútiles en la realidad, que sirve sólo para posicionar dos falacias peligrosas.
Primero, una idea de rechazo general (70%) a los noticiosos en todas sus versiones, retratado en el análisis intencionado de sólo tres etiquetas o hashtags #PrensaSicaria, #PrensaProstituida y #PrensaCorrupta, durante sólo cuatro días y a través de apenas 28,161 usuarios, que produjeron o reprodujeron 130,562 mensajes; la medición de las etiquetas sembradas inició al término de una conferencia de prensa (otra) en la que el presidente regañó a los medios y reclamó la responsabilidad social de los mismos respecto de la veracidad (que aparentemente, igual que con otros gobiernos, radica en manejar sólo los datos que el propio gobierno genera). Se trata, sin embargo, de una entrega de datos cuantitativos y no de una lectura crítica del contenido de las menciones (lo que sería deseable), y tampoco incluye un apartado que refiera a la reverberación de cada usuario sobre el tema (probablemente un solo usuario haya hecho 250 comentarios negativos o sólo uno, no sabemos).
Segunda, el uso de cuentas automatizadas y no personales, bots, por grupos adversos al gobierno federal de quienes, además se identifica a un solo usuario que se supone amigo de adversarios políticos notorios del régimen, especialmente el villano favorito, Felipe Calderón Hinojosa. Más allá de la grosera violación a la secrecía de datos personales de particulares, que han negado de inmediato participar en campaña alguna contra el gobierno federal, convendría reconocer que el uso de bots, de cuentas dobles o triples, y de equipos completos de “redactores” de conversaciones en redes sociales es frecuente en prácticamente todas las agencias de comunicación política, incluso las que se han incrustado en las nóminas oficiales como parte de los equipos de comunicación social de las dependencias públicas.
El asunto no son los bots, ni los cometarios derivados de etiquetas sembradas, sino que el gobierno empieza a hacer una meta comunicación grosera evadiendo la comunicación de las acciones y políticas públicas. Es decir, la comunicación del gobierno habla de la comunicación del gobierno, está ensimismada enamorada de sí misma, convertida en Narciso mirándose en el río y quejándose de las nubes de mosquitos que le arruinan su esplendoroso retrato. Así no luce, parecen decir olvidando que la gente vive en la realidad donde Narciso no es más que otro sujeto.
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