Mucho más pronto de lo que uno hubiera querido se ha descompuesto el ambiente de cordialidad y esperanza que había traído consigo el triunfo de Cuauhtémoc Blanco Bravo y la ola coalicionista a la política morelense. Porque luego del 1 de julio, parecía que todo marcharía sobre ruedas, la coalición que ganó el gobierno colgada en los hombros del ídolo americanista, tenía la mayoría en el Congreso y en muchos cabildos y lograba con ello recomponer el ambiente de crispación que imprimió el gobierno anterior a la vida pública morelense. No era de extrañarse, Morena y sus aliados son aves de tempestades y el carácter fuerte del gobernador ayuda poco al diálogo, mucho más cuando se trata de conjugar el wishful thinking (lo que uno desea que ocurra), con el pensamiento racional, lo que es posible que pase o que puede hacerse ocurrir.
El enfrentamiento de verbalizaciones entre los diputados, el fiscal, abogados, y mucha gente más de ayer es apenas una de las manifestaciones de un problema profundamente complejo y que deberá reconocerse, porque las cosas que el régimen que empezó a fenecer en septiembre, tuvo su mayor golpe en octubre, y acabará por desaparecer en enero, tienen bastante solidez legal (conste que no hablamos de justicia o ética, lo que ya en sí es un dramón). Así que la persecución anunciada desde la campaña electoral de corruptos, la restitución de las instituciones al estado que guardaban antes del gobierno de Graco Ramírez, y la remoción de los nombramientos otorgados en las postrimerías del casi extinto régimen, resulta mucho más difícil de lo que pueden plantear uno o dos vociferantes diputados.
Cierto que uno quisiera que fuera mucho más sencillo, a lo mejor con eso lograríamos que se callaran los escandalosos y dejaran pensar qué haremos con el estado de acá en adelante (o con las fracciones en que dividamos Morelos), ya que aparentemente una reconciliación está absolutamente descartada. Uno piensa que a lo mejor podríamos integrar territorios y hasta reservaciones, como se hizo en su momento con los nativos norteamericanos; pero tal escenario luce muy exagerado.
Probablemente lo que convenga sería un rato de silencio y recuperar la calma, pensar cómo puede construirse el mejor programa de gobierno y conforme a él actuar con alguna cordialidad. Quienes hemos estado circunstancialmente cerca de Cuauhtémoc Blanco reconocemos que es un sujeto alegre, optimista, que tiene un humor de la fregada. Esa alegría y optimismo hace falta en acciones y decisiones que no resultan tan alegres, por ejemplo, el asunto de los fiscales; no se trata de ceder, sino de no permitir que se desborden las pasiones.
Detalle extra: si te corren el Ejecutivo y el Legislativo, a lo mejor lo más conveniente es renunciar. Sin que se lo pidieran, pero atendiendo a cierta lógica y enorme dignidad, el fiscal para delitos electorales, Jesús Saúl Meza Tello, presentó su renuncia al cargo por convenir a sus intereses. Meza Tello probablemente habría conservado su cargo por algún tiempo más, pero prefirió separarse en tanto el escándalo ronda las fiscalías. Uriel Carmona y Juan Salazar han sido insultados, ignorados, señalados, advertidos, amenazados, censurados y probablemente hasta injuriados por el Poder Legislativo desde hace meses; sin duda su piel es mucho más dura que la de Meza Tello. Pero a final de cuentas, parece que la política está llena de pieles y caras duras.
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