/ sábado 6 de febrero de 2021

Para caldos, los de Javier son la onda

Regresé a los Caldos Javier, en la zona de jarcería, ahí junto a los puestos donde venden ollas, platos y utensilios de barro, del Mercado Adolfo López Mateos de Cuernavaca y la verdad es que sigue tan rico como cuando mi papá me llevaba por un "caldo de gallina" hace más de 20 años.

La verdad es que desde hace algún tiempo dejé de comer picoso y aunque se me hizo agua la boca con el clemole verde de res -que preparan todos los martes- opté por pedirme un caldito de pollo blanco y la verdad es que superó mis expectativas.

Desde que el mesero traía en la charola los platos, el vaporcito comenzó a inundar el ambiente con su fragancia. Al llegar a la mesa solo pude contemplar con asombro el señor plato que me pusieron enfrente: una pechugota de pollo que sobresalía como aisberg justo en el centro del caldo con arroz y garbanzo tiernitos.

Junto al caldazo, en el tortillero se apilaban las memelas hechas a mano, de buen tamaño y calibre justo, apenas para aguantar que las remojes dentro del platillo que sigue evaporado prácticamente hasta que te lo acabas, si es que no te vence su tamaño. También ahí a un lado, el tradicional plato con limones, cebolla picada, aguacate y salsas verde y roja de molcajete, complementa la obra de arte.

Justo acababa de darle las primeras cucharadas, cuando a lo lejos sobre el comal, vi varias tortillas retorciéndose de calor y tomando ese color dorado que me obligó a preguntar: oye carnal ¿esas doraditas ya tienen dueño? Aún sin responderme, el mesero desvío unos pasos su camino y puso tres de ellas en una canastita para dejarlas ahí junto a mi. Casi lloré de felicidad.

Para no hacérselas larga, después de unos 25 minutos terminé de vaciar hasta la última gota del caldito que disfruté como en muchos años no lo hacía,eso sí, casi con medio aguacate.

Pero en los Caldos Javier, el de pollo es solo una opción, la de base y que encuentras todos los días. Sin embargo, los lunes tienen mole de olla, con todo y ejotes, zanahoria y elote; los martes clemole verde de res; los sábados y domingos pancita de res, y de fijo, para complementar, guisados tan ricos y variados que es necesario preguntar.

Lo mejor de todo es que abren todos los días, de las 9 de la mañana a las 4 de la tarde, con costos somoletamente razonables, pero sobre todo con el sello predominante de su sazón, que conservan igual o mejor desde hace chorromil años.

Si eres muy fresa o de plano no conoces el Adolfo López Mateos, ponle en Face o en Maps para que veas que te has perdido de un manjar solo por remilgoso.

Regresé a los Caldos Javier, en la zona de jarcería, ahí junto a los puestos donde venden ollas, platos y utensilios de barro, del Mercado Adolfo López Mateos de Cuernavaca y la verdad es que sigue tan rico como cuando mi papá me llevaba por un "caldo de gallina" hace más de 20 años.

La verdad es que desde hace algún tiempo dejé de comer picoso y aunque se me hizo agua la boca con el clemole verde de res -que preparan todos los martes- opté por pedirme un caldito de pollo blanco y la verdad es que superó mis expectativas.

Desde que el mesero traía en la charola los platos, el vaporcito comenzó a inundar el ambiente con su fragancia. Al llegar a la mesa solo pude contemplar con asombro el señor plato que me pusieron enfrente: una pechugota de pollo que sobresalía como aisberg justo en el centro del caldo con arroz y garbanzo tiernitos.

Junto al caldazo, en el tortillero se apilaban las memelas hechas a mano, de buen tamaño y calibre justo, apenas para aguantar que las remojes dentro del platillo que sigue evaporado prácticamente hasta que te lo acabas, si es que no te vence su tamaño. También ahí a un lado, el tradicional plato con limones, cebolla picada, aguacate y salsas verde y roja de molcajete, complementa la obra de arte.

Justo acababa de darle las primeras cucharadas, cuando a lo lejos sobre el comal, vi varias tortillas retorciéndose de calor y tomando ese color dorado que me obligó a preguntar: oye carnal ¿esas doraditas ya tienen dueño? Aún sin responderme, el mesero desvío unos pasos su camino y puso tres de ellas en una canastita para dejarlas ahí junto a mi. Casi lloré de felicidad.

Para no hacérselas larga, después de unos 25 minutos terminé de vaciar hasta la última gota del caldito que disfruté como en muchos años no lo hacía,eso sí, casi con medio aguacate.

Pero en los Caldos Javier, el de pollo es solo una opción, la de base y que encuentras todos los días. Sin embargo, los lunes tienen mole de olla, con todo y ejotes, zanahoria y elote; los martes clemole verde de res; los sábados y domingos pancita de res, y de fijo, para complementar, guisados tan ricos y variados que es necesario preguntar.

Lo mejor de todo es que abren todos los días, de las 9 de la mañana a las 4 de la tarde, con costos somoletamente razonables, pero sobre todo con el sello predominante de su sazón, que conservan igual o mejor desde hace chorromil años.

Si eres muy fresa o de plano no conoces el Adolfo López Mateos, ponle en Face o en Maps para que veas que te has perdido de un manjar solo por remilgoso.

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