/ domingo 11 de noviembre de 2018

Para prevenir la influenza

Este año se conmemoran 100 años de la pandemia de influenza más devastadora que ha sufrido la humanidad y que cobró la vida de más de 50 millones de personas. A diferencia de la influenza ordinaria que ataca con más severidad a niños menores de 4 años y adultos mayores de 65, la del año 1918 fue especialmente agresiva con jóvenes, entre 15 y 30 años, que morían a una tasa nunca vista de 5 casos por cada mil enfermos.

Quizá por influencia de la dinámica de la guerra, el virus se propagó a gran velocidad y en menos de un año se detectaban casos en zonas tan remotas como Nueva Guinea o Alaska aunque no siempre con la misma distribución por edad ni con la misma mortalidad por lo que es posible que haya existido un componente genético en las diferentes poblaciones que atenuara la severidad de la infección.

Cuando ocurrió la pandemia y hasta 1933 ni siquiera se sabía que la infección era causada por un virus y mucho menos el mecanismo de infección por lo que la prevención se limitaba a acciones de sentido común como el aislamiento de los enfermos y a medidas de higiene preventivas. Ya en los años 90 y gracias al desarrollo de herramientas moleculares, fue posible recuperar el virus de muestras de tejido infectado de colecciones e inclusive del cuerpo de una persona fallecida y conservada en las nieves perennes de Alaska.

El virus de la pandemia de 1918, reconstruido en el laboratorio, resultó ser altamente infeccioso en animales de laboratorio causándoles inflamación severa del tracto respiratorio, síntoma común de la influenza, pero también de otros órganos explicando por qué en ese año se detectaron un número extraordinario de casos de problemas neurológicos asociados a la infección. A nivel genético, fue posible identificar una mutación que se sabe acelera la transmisión del virus de las aves, donde se encuentra normalmente, a los humanos.

Se estima que si ocurriera una pandemia igual en nuestros días, el costo de vidas sería entre 21 y 147 millones. Afortunadamente estamos mejor preparados ya que cada año los sistemas de salud públicos detonan una estrategia de monitoreo y detección temprana que les permite, con seis meses de anticipación, identificar la variedad de virus de influenza de la temporada contra el cual se desarrolla la vacuna que se aplicará en invierno.

A pesar de esto, la humanidad debe estar atenta a los retos que le presentan las condiciones actuales de la población. Por ejemplo, existe ahora un número significativamente mayor de personas con más de 65 años así como también un porcentaje muy alto, a veces el 50% de la población, con problemas de salud crónicos como son padecimientos cardiovasculares, obesidad, asma, enfisema o diabetes. Igualmente, el uso descontrolado de los antibióticos ha generado como consecuencia que sea más difícil controlar las infecciones bacterianas asociadas a la infección viral reduciendo el margen de maniobra en casos graves.

Aunque no podemos evitar la epidemia anual de influenza si podemos prevenir enfermamos vacunando a menores de 4 años, a mayores de 65 años y a personas con problemas de salud crónicos junto con prácticas de higiene tales como lavarnos las manos con frecuencia o usar gel desinfectante.


Información adicional y acceso a publicaciones anteriores de esta columna http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

Este año se conmemoran 100 años de la pandemia de influenza más devastadora que ha sufrido la humanidad y que cobró la vida de más de 50 millones de personas. A diferencia de la influenza ordinaria que ataca con más severidad a niños menores de 4 años y adultos mayores de 65, la del año 1918 fue especialmente agresiva con jóvenes, entre 15 y 30 años, que morían a una tasa nunca vista de 5 casos por cada mil enfermos.

Quizá por influencia de la dinámica de la guerra, el virus se propagó a gran velocidad y en menos de un año se detectaban casos en zonas tan remotas como Nueva Guinea o Alaska aunque no siempre con la misma distribución por edad ni con la misma mortalidad por lo que es posible que haya existido un componente genético en las diferentes poblaciones que atenuara la severidad de la infección.

Cuando ocurrió la pandemia y hasta 1933 ni siquiera se sabía que la infección era causada por un virus y mucho menos el mecanismo de infección por lo que la prevención se limitaba a acciones de sentido común como el aislamiento de los enfermos y a medidas de higiene preventivas. Ya en los años 90 y gracias al desarrollo de herramientas moleculares, fue posible recuperar el virus de muestras de tejido infectado de colecciones e inclusive del cuerpo de una persona fallecida y conservada en las nieves perennes de Alaska.

El virus de la pandemia de 1918, reconstruido en el laboratorio, resultó ser altamente infeccioso en animales de laboratorio causándoles inflamación severa del tracto respiratorio, síntoma común de la influenza, pero también de otros órganos explicando por qué en ese año se detectaron un número extraordinario de casos de problemas neurológicos asociados a la infección. A nivel genético, fue posible identificar una mutación que se sabe acelera la transmisión del virus de las aves, donde se encuentra normalmente, a los humanos.

Se estima que si ocurriera una pandemia igual en nuestros días, el costo de vidas sería entre 21 y 147 millones. Afortunadamente estamos mejor preparados ya que cada año los sistemas de salud públicos detonan una estrategia de monitoreo y detección temprana que les permite, con seis meses de anticipación, identificar la variedad de virus de influenza de la temporada contra el cual se desarrolla la vacuna que se aplicará en invierno.

A pesar de esto, la humanidad debe estar atenta a los retos que le presentan las condiciones actuales de la población. Por ejemplo, existe ahora un número significativamente mayor de personas con más de 65 años así como también un porcentaje muy alto, a veces el 50% de la población, con problemas de salud crónicos como son padecimientos cardiovasculares, obesidad, asma, enfisema o diabetes. Igualmente, el uso descontrolado de los antibióticos ha generado como consecuencia que sea más difícil controlar las infecciones bacterianas asociadas a la infección viral reduciendo el margen de maniobra en casos graves.

Aunque no podemos evitar la epidemia anual de influenza si podemos prevenir enfermamos vacunando a menores de 4 años, a mayores de 65 años y a personas con problemas de salud crónicos junto con prácticas de higiene tales como lavarnos las manos con frecuencia o usar gel desinfectante.


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