/ jueves 15 de abril de 2021

Partidos autoritarios

En su popular libro “Cómo Mueren las Democracias”, Levitsky y Ziblatt ofrecen una matriz para identificar e incluso graduar la personalidad autoritaria, y advierten con claridad: “Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político: 1) rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego, 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia o 4) indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación”.

La evaluación ha sido aplicada por analistas a la personalidad de muchos políticos, incluido el presidente López Obrador. Ayuda también para revisar comportamientos grupales que coinciden y hasta arengan a los políticos para reforzar los componentes autoritarios de su ejercicio. Algunos de los componentes identificados por los dos harvardianos son comunes en las democracias jóvenes como la mexicana. Los ataques a la legitimidad de los que no piensan como el político son muy frecuentes en México y se presentan lo mismo en la izquierda que en la derecha, en el gobierno y en la oposición; igual que es común la predisposición para restringir libertades civiles de los opositores. Muchos políticos mexicanos son profundamente tolerantes a la violencia de todo tipo y se niegan a censurar la que cometen sus partidarios.

Peor aún, pareciera que la cultura mexicana asume que eso es parte de la práctica política y normaliza esos comportamientos a los que parece encontrar incluso deseables. El rechazo activo a las reglas del juego democrático ha sido evidente en los partidos que trataron de simular acciones afirmativas, en los que pretendieron postular fuera de tiempo a candidatos, en los que incumplieron obligaciones de fiscalización. Aún con ello, partidos y sociedad parecen dispuestos a ignorar las afrentas a la norma, y consideran que “la política es así” o que las reglas que ellos mismos aprobaron y promulgaron “son excesivas e impiden el ejercicio de la política”.

La negación a la legitimidad de los oponentes es evidente, desde quienes ejercen actitudes xenófobas contra sus adversarios hasta quienes acusan a sus opositores de tener lazos con la delincuencia, de ser esencialmente corruptos, de representar un riesgo para la sociedad, o de ser parte de una conspiración para atentar contra la ciudadanía.

Esta colección de comportamientos representa un riesgo para la democracia, pero mucho más lo es el que la ciudadanía tolere, fomente y hasta premie ese tipo de comportamientos, Levistky y Ziblatt, observadores de la política en los Estados Unidos, consideran que “mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil de decir que de hacer. Al fin y al cabo, se supone que en las democracias no se ilegalizan partidos ni se prohíbe a candidatos postularse a las elecciones (y nosotros no abogamos por tales medidas). La responsabilidad de cribar a las personas autoritarias y dejarlas fuera recae más bien en los partidos políticos y en sus líderes”. Mucho más fácil de decir en un sistema político donde, a diferencia del nuestro, los partidos políticos no son parte del andamiaje autoritario. Nuestra democracia sigue en riesgo, debemos cuidarla.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

En su popular libro “Cómo Mueren las Democracias”, Levitsky y Ziblatt ofrecen una matriz para identificar e incluso graduar la personalidad autoritaria, y advierten con claridad: “Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político: 1) rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego, 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia o 4) indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación”.

La evaluación ha sido aplicada por analistas a la personalidad de muchos políticos, incluido el presidente López Obrador. Ayuda también para revisar comportamientos grupales que coinciden y hasta arengan a los políticos para reforzar los componentes autoritarios de su ejercicio. Algunos de los componentes identificados por los dos harvardianos son comunes en las democracias jóvenes como la mexicana. Los ataques a la legitimidad de los que no piensan como el político son muy frecuentes en México y se presentan lo mismo en la izquierda que en la derecha, en el gobierno y en la oposición; igual que es común la predisposición para restringir libertades civiles de los opositores. Muchos políticos mexicanos son profundamente tolerantes a la violencia de todo tipo y se niegan a censurar la que cometen sus partidarios.

Peor aún, pareciera que la cultura mexicana asume que eso es parte de la práctica política y normaliza esos comportamientos a los que parece encontrar incluso deseables. El rechazo activo a las reglas del juego democrático ha sido evidente en los partidos que trataron de simular acciones afirmativas, en los que pretendieron postular fuera de tiempo a candidatos, en los que incumplieron obligaciones de fiscalización. Aún con ello, partidos y sociedad parecen dispuestos a ignorar las afrentas a la norma, y consideran que “la política es así” o que las reglas que ellos mismos aprobaron y promulgaron “son excesivas e impiden el ejercicio de la política”.

La negación a la legitimidad de los oponentes es evidente, desde quienes ejercen actitudes xenófobas contra sus adversarios hasta quienes acusan a sus opositores de tener lazos con la delincuencia, de ser esencialmente corruptos, de representar un riesgo para la sociedad, o de ser parte de una conspiración para atentar contra la ciudadanía.

Esta colección de comportamientos representa un riesgo para la democracia, pero mucho más lo es el que la ciudadanía tolere, fomente y hasta premie ese tipo de comportamientos, Levistky y Ziblatt, observadores de la política en los Estados Unidos, consideran que “mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil de decir que de hacer. Al fin y al cabo, se supone que en las democracias no se ilegalizan partidos ni se prohíbe a candidatos postularse a las elecciones (y nosotros no abogamos por tales medidas). La responsabilidad de cribar a las personas autoritarias y dejarlas fuera recae más bien en los partidos políticos y en sus líderes”. Mucho más fácil de decir en un sistema político donde, a diferencia del nuestro, los partidos políticos no son parte del andamiaje autoritario. Nuestra democracia sigue en riesgo, debemos cuidarla.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx