La caída impresionante en las ventas de casas que se ha registrado en los últimos dos años en Morelos podría asociarse fácilmente con el aumento en los índices de delitos de alto impacto registrados en la entidad, pero considerar que el miedo a la violencia es el único factor resulta profundamente inexacto y puede orientar a un mal tratamiento de un problema que debe resolverse con urgencia.
Otras entidades, como Campeche, han registrado incrementos de delitos mucho más altos que Morelos, y su mercado inmobiliario se ha mantenido en algunos segmentos y ha generado crecimientos importantes en otros. En Morelos incluso frente a la contingencia del sismo de 2017, que dejó a cientos de familias sin hogar, el mercado de casas nuevas y usadas se mantiene a la baja.
En el caso de Morelos, si bien la inseguridad se mantiene todavía como un problema grave, hay otros factores directamente relacionados con la caída en las ventas de inmuebles. Primero tendría que destacarse el precio de la tierra y la construcción que vuelve inasequibles las propiedades para más de la mitad de la población que padece pobreza laboral, o más del 64.5% de informalidad laboral que dificulta la adquisición de créditos. Morelos es un estado pobre que vende muy cara su tierra, lo que naturalmente ha provocado la abundancia de terratenientes externos (casas y departamentos de fin de semana), y la escasez de propietarios locales que viven pagando renta o en condiciones de hacinamiento cada vez mayores. El problema del precio de la vivienda es algo que debe enfrentarse de manera integral y requiere de compromisos múltiples (gobierno, constructoras, diseñadores, consumidores), para poder potenciar el encuentro de los cientos de miles que requieren de vivienda, con los miles que ofrecen servicios de construcción y venta de inmuebles.
Otro problema también importante es la disminución paulatina de los atractivos de las ciudades morelenses. El descuido de los ayuntamientos, de los desarrolladores, de las comercializadoras, ha generado un rezago importante en materia de infraestructura, seguridad, espacios verdes, energías limpias, gobiernos inteligentes, desarrollo económico, oportunidades de educación, salud, esparcimiento, que inhiben el deseo de los consumidores por adquirir inmuebles. No se trata sólo de los baches y la basura en las calles, el abandono de las ciudades es mucho más profundo y evidente hasta en la falta de propuestas hacia el futuro de las propias demarcaciones. Las políticas cortoplacistas han provocado el quiebre de las ciudades que padecen además de gobiernos incapaces de proyectar a futuro, de abrir discusiones sobre la ciudad, su futuro, su presente.
Es urgente abrir espacios entre la sociedad y el gobierno para conversar la ciudad, elaborar propuestas; avanzar en establecer gobiernos inteligentes, energías limpias; repensar la orientación económica de cada municipio más allá de la apuesta turística; ordenar el transporte público; revisar el tratamiento de los desperdicios y resolver su disposición final, pero también la reducción de los mismos; revisar la planeación urbana; recuperar y crear más espacios verdes; y todo ello a partir de la reconstrucción de los entornos que hace siglos habitamos y que por décadas hemos padecido.
Es imposible refundar las ciudades, tenemos que revolucionarlas y para ello, la visión política actual resulta insuficiente. Tener ayuntamientos concentrados en la grilla más que en el desarrollo de políticas públicas puede parecer divertido, como lo son muchos absurdos, pero a la larga todos terminaremos pagándolo (de hecho, ya empezamos a cubrir las mensualidades). La recuperación del espacio público debe incluir el escenario donde se discuta la ciudad y su desarrollo, nuestro futuro común.