En estos días he estado pensando mucho en la forma que va adoptando el mundo en el contexto que se vive actualmente, pues existe un nuevo orden global en el que algunas naciones, de las llamadas emergentes, han salido a la luz y han tomado el protagonismo que los países tradicionales han dejado en los últimos años. Y no es que se trate de un análisis fatalista de orden global, sino de un acto de realidad que impera y trasciende por sobre lo que antaño fuese considerado imposible.
La realidad geopolítica del planeta invita a reflexionar sobre los acontecimientos que se han ido viviendo en el mundo pospandémico y que ahora marcan una nueva etapa en las relaciones internacionales y en el orden global. Acontecimientos como los vividos en Ucrania o Gaza solamente intensifican el interés por demostrar quién va a gobernar al mundo, pero a diferencia de como se hizo en épocas anteriores, ahora el planeta presenta una nueva influencia que ya no solo basa su posible poderío en la destrucción o el uso de las tecnologías: me refiero al desgaste y a hacer de lo extraordinario algo ordinario que el mundo normaliza luego de determinado tiempo.
En este orden de ideas, planteo un análisis basado en una teoría del desgaste, una donde los actores que la aplican llevan al máximo todas sus habilidades y capacidades para poner en jaque a los “enemigos” sin que estos mueran súbitamente como en años previos, provocando así que, debido a la relación directa e inherente de la globalización y la mundialización, el único afectado no sea solo quien pareciera sufrir todo el peso de las cosas, sino quienes le apoyan, le defienden o hasta quienes tienen algún vínculo político, económico o comercial con ellos.
Para muestra un botón: el mundo ha perdido la cuenta del tiempo que la guerra en Ucrania tiene o los meses y días en que Israel ha masacrado al pueblo palestino. Al inicio, en ambos casos, el mundo hacía una cobertura diaria y vaticinaba sobre las posibles consecuencias y soluciones de los conflictos bélicos, sin embargo, con el paso del tiempo, estos problemas se han normalizado al grado de hablar de ellos, pero sin la preocupación que sí se tuvo al inicio de cada uno de estos problemas.
Y es que no se trata de que ya no sean importantes, pero como el tema de su solución se encuentra trabado debido a que hay terceros involucrados indirectamente y que no quieren asumir el compromiso directo de acabar con el conflicto, este se ha empantanado en su desarrollo y, hoy en día, es fecha que no solo es que no se vea una solución pacífica para cada uno de los involucrados, sino que tampoco se ve cómo algún externo pueda ayudar a resolver el problema.
De hecho, no es que el mundo no quiera ayudar a que este tipo de conflictos se termine, sino que ahora el mundo libra mil batallas internas y cada uno de los países que pertenecen a diversos organismos internacionales o integraciones regionales se ven obligados a poner énfasis en los problemas endógenos que viven y no tanto en los externos que, aunque tienen una importancia global, muchas veces son superados por los cotidianos porque en regiones como los Balcanes, el Medio Oriente, la América Latina o la África Subsahariana han ido acumulando sus propios demonios al grado no tomar en cuenta los posicionamientos tradicionales de las grandes economías de hace algunos años, sin importarles realmente lo que estos piensen al respecto.
En el caso de México, como parte de los nuevos países privilegiados por sus características comerciales, geográficas y económicas, no importará tanto quién pueda ganar la próxima elección, sino los daños colaterales que se tengan por la misma. Incluso, alrededor del mundo sucede más o menos lo mismo pues, como he mencionado con anterioridad, los problemas locales ahora se viven globalmente.
Y es aquí donde las naciones hegemónicas han ido perdiendo el valor que usualmente tenían en el devenir global porque el impacto que naciones como Alemania, el Reino Unido, Alemania, Francia o Japón tenían por sobre el resto de las naciones en el orbe, está casi muerto al grado que el mundo gira a partir de naciones como Ucrania, Israel y Rusia, o como estados como Gaza, que ya no toman en cuenta ni a los inversores ni la hegemonía tradicional de los de siempre. Ahora, el mundo debe girar y abrazar las ideas de quienes tienen otro tipo de propuestas, de quienes empiezan a dominar el mundo con su nueva narrativa post hegemónica y post pandémica en donde los países del bloque de los BRICS y del MIKTA toman protagonismo.
Entonces, en este nuevo orden global es importante tener una visión mucho más integral para atacar o dominar un nuevo mundo que impacte directamente en las sociedades de todo el planeta. Que no nos sorprenda que México, Brasil, Türkiye, Rusia, Indonesia, India, Polonia o Filipinas sobresalgan por encima de todos aquellos que brillaron en algún momento, pero que ahora han quedado de lado en la nueva invitación planetaria para reconstruir caminos y puentes que nos puedan ayudar a solucionar problemas de desgaste como los provocados por Rusia e Israel y sin estar a la espera de los que los grandes de antes quieran tomar cartas en el asunto. De hecho, cualquier cosa o problema que suceda después de este momento, será considerado menor y pasará a la historia, luego de algún tiempo, como un evento extraordinario que no perjudicó a uno, sino a varios y que, al mismo tiempo, nadie tuvo la solución.
La nueva reconfiguración global dependerá de la resiliencia de los gobiernos y sus sociedades con respecto a los problemas que suceden, han sucedido y sucederán sin que nadie se preocupe realmente de lo que acontece en ellos. El mundo se postrará ante unos y otros, pero nadie le pondrá fin al problema, al menos no pronto.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado COMEXI. Sígalo en @fabrecam